Margarita Garcia

Foto: Pittsburgh University

Un estudio examina los orígenes históricos de la desigualdad en América Latina, destacando el impacto de la esclavitud, la tenencia de la tierra y la educación como factores clave.

En esta columna repasamos algunas de las principales lecciones de un artículo que escribimos con Francisco Eslava, publicado recientemente en el Latin American and Caribbean Inequality Report (LACIR). Este informe cubre más de 30 capítulos sobre desigualdad en temas como mercados laborales, globalización, salud, educación, economía política y fiscalidad. Nuestra contribución se enfoca en los orígenes históricos de la desigualdad en América Latina.

Las Figuras No. 1 y 2 muestran patrones generales de desigualdad en el continente. Se observa una marcada diferencia entre países: un norte más rico y una Latinoamérica de ingresos medios, con cierta heterogeneidad. Dentro de la región, los países del Cono Sur y México son relativamente más prósperos que el resto. Sin embargo, en términos de desigualdad dentro de cada país, medida por el coeficiente de Gini, solo Canadá aparece como una sociedad equitativa. Tanto Estados Unidos como América Latina presentan altos niveles de desigualdad, con Colombia y Brasil destacándose entre los más desiguales.

Figura No. 1. Ingresos per cápita en la década del 2000 (logaritmo).

Figura No. 2. Desigualdad de ingresos (coeficiente Gini).

Factores históricos de la desigualdad

Nuestro artículo explora las causas históricas de estas desigualdades. Engerman y Sokoloff (2000) sostienen que la divergencia en ingresos entre países americanos no es tan antigua. Hasta el siglo XIX, países como Argentina y Cuba tenían ingresos más altos que EE.UU., pero en los dos siglos siguientes, solo Canadá logró mantener su posición relativa.

La explicación radica en los factores geográficos y naturales, que influyeron en el desarrollo de instituciones coloniales. Por ejemplo, la fertilidad del suelo para el cultivo de azúcar en Brasil y Cuba favoreció economías basadas en plantaciones esclavistas, lo que generó una estructura de alta desigualdad. Con el tiempo, estos sistemas limitaron el desarrollo económico, ya que las sociedades modernas dependen más de la innovación y el capital humano que de la explotación intensiva de la mano de obra.

Estudios posteriores han analizado el impacto de instituciones coloniales específicas. Dell (2010) documenta el impacto de la mita en Perú y Bolivia, mientras que Arias y Flores (2021) examinan el legado de las haciendas en México, encontrando que los municipios cercanos a haciendas jesuitas tienen hoy mejores niveles de urbanización y educación. De forma similar, Faguet, Matajira y Sánchez (2022) estudian la encomienda en Colombia, y Rivadeneira (2021) analiza los efectos negativos de los concertajes en Ecuador. En conjunto, estos trabajos refuerzan la idea de que las instituciones coloniales han tenido efectos persistentes en la desigualdad.

El impacto de la esclavitud

Otro factor fundamental es la esclavitud, ampliamente estudiada en la literatura. La Figura No. 3 muestra su distribución en América durante el siglo XVIII, con Brasil y EE.UU. presentando las tasas más altas. Nunn (2007) encontró que los países con mayor presencia esclavista en el pasado tienen hoy ingresos más bajos y niveles de desigualdad más altos.

Estudios subnacionales confirman esta relación. Bertocchi y Dimico (2014) analizaron datos de miles de condados en EE.UU., destacando la educación como un mecanismo clave de transmisión. En Brasil, junto con Humberto Laudares (2023), comparamos las áreas portuguesas y españolas delimitadas por el Tratado de Tordesillas, encontrando que los municipios en el lado portugués –donde la esclavitud fue más intensa– son hoy más desiguales económicamente. Estos hallazgos coinciden con los de Acemoglu, García-Jimeno y Robinson (2012) para la esclavitud en Colombia.

Figura No. 3. Esclavitud en América durante el siglo XVII.

La tenencia de la tierra y la desigualdad

Otro determinante clave es la distribución de la tierra. La Figura No. 4 muestra la desigualdad en la propiedad de la tierra, con Chile destacándose como el país más desigual en esta métrica. Un estudio pionero sobre este tema fue el de Dell (2012), quien documentó cómo variaciones climáticas en México impulsaron insurrecciones durante la Revolución de 1910-1917, lo que resultó en distribuciones de tierra más equitativas en ciertas zonas.

Más recientemente, Montero (2022) estudió el impacto de los derechos cooperativos de propiedad en El Salvador tras la reforma agraria de 1980, encontrando efectos positivos en la especialización y productividad agrícola. En Perú, Albertus (2020) analizó la reforma agraria de 1969 y encontró que las áreas con mayor redistribución de tierras tuvieron menos conflicto con Sendero Luminoso en los años 80 y 90, aunque también niveles educativos más bajos.

Trabajos complementarios han analizado reformas agrarias en otros países como Colombia y Chile. López-Uribe (2022) encontró que en Colombia, las reformas de 1957-1985 no lograron una redistribución efectiva, en parte porque el gobierno las usó para cooptar líderes rebeldes. Por otro lado, Galán (2022) muestra que las reformas agrarias de los años 60 en Colombia beneficiaron a los hijos de los beneficiarios a largo plazo. En Chile, Lillo (2018) encontró que la reforma agraria de los 60s y 70s redujo la desigualdad, favoreciendo el cultivo de viñedos sobre bosques. En otro estudio, Jaimovich y Toledo (2021) analizaron el impacto de la reforma en el conflicto Mapuche, encontrando que las zonas donde fracasó el proceso son hoy más conflictivas.

Figura No. 4. Desigualdad en la tenencia de tierras (Gini). WDI.

La fertilidad del suelo para el cultivo de azúcar en Brasil y Cuba favoreció economías basadas en plantaciones esclavistas, lo que generó una estructura de alta desigualdad.

Educación y desarrollo

El último factor crucial es la educación, un predictor clave de la movilidad social y la desigualdad a largo plazo. Mariscal y Sokoloff (2000) predijeron su importancia en la reducción de la desigualdad, como se observa en la Figura No. 5, donde los países con mayores niveles de educación son menos desiguales.

En un estudio publicado en 2019, analizamos el impacto de las misiones Jesuíticas Guaraníes en Paraguay, Argentina y Brasil. Encontramos que los municipios más cercanos a estas misiones tienen hoy 10 – 15 % más de educación y 10 % más de ingresos. Para validar este efecto, comparamos con misiones que fueron abandonadas y con las misiones Franciscanas, que hicieron menos énfasis en la educación.

Junto con William Maloney (2022), analizamos las inversiones en capital humano en EE.UU. durante la Segunda Revolución Industrial. Descubrimos que los condados que invirtieron en ingenieros en el siglo XIX son hoy 10 % más ricos, incluso después de controlar por otras formas de inversión en educación.

Figura No. 5. Escolaridad per cápita al inicio del siglo XX. 

Conclusión

Nuestro estudio examina los orígenes históricos de la desigualdad en América Latina, destacando el impacto de la esclavitud, la tenencia de la tierra y la educación como factores clave. Estos procesos han dejado huellas profundas en la estructura económica de la región, explicando muchos de los patrones actuales de desigualdad.

Más allá del resumen, invitamos a los lectores a seguir el trabajo de LACIR, donde pueden encontrar análisis sobre los determinantes históricos de la desigualdad y sus consecuencias en las sociedades latinoamericanas actuales.

Felipe Valencia Caicedo

Ph.D. en economía de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.

Francisco Eslava Sáenz

Ph.D. en economía. The University of British Columbia.

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