Margarita Garcia

Fanáticos de Colombia y Argentina tratan de ingresar al Hard Rock Stadium en medio de los disturbios durante el partido final de la Copa América 2024. Foto: AFP.

“Las multitudes encuentran su máxima expresión en el estadio y no en la política”, afirma el escritor alemán Hans Ulrich Gumbrecht. Una mirada a las muestras de la cultura de la ilegalidad exhibidas en la final de la Copa América nos da pistas de lo que sucede a diario en nuestra Colombia. 

El vandalismo, la anomia y la violencia ocurridas en el Hard Rock Stadium de Miami el día de la Final de la Copa América entre la Selección Colombia y la Argentina no deberían quedar como una anécdota o un escándalo viral. Y aunque ciertamente sería injusto tomarlos como una radiografía de los cientos de miles de colombianos que viven en Estados Unidos o como la expresión de un “alma nacional”, sí amerita algunas consideraciones, básicamente porque lo que se vio allá no nos es ajeno: sucede todos los días en Colombia. Mención aparte, por supuesto, merecería el manejo turbio de la Conmebol y la negligencia de los organizadores. Pero ya se sabe que en el negocio del fútbol hace rato se extraviaron las prioridades.

Para simplificar y siguiendo un reciente ensayo de la politóloga italiana Nadia Urbinati (Pocos contra muchos. El conflicto político en el siglo XXI, Katz) la reflexión podría dividirse sobre lo ocurrido entre los pocos y los muchos. 

Los pocos: privilegios sin deberes

Es una obviedad decir que en una sociedad, quienes tienen más privilegios tienen también mayor responsabilidad. Sin embargo, el bochorno colectivo del domingo provino no solo de la muchedumbre enloquecida que quería entrar al estadio por la fuerza, sino de miembros de la élite del país. Los pocos, es decir, dirigentes de fútbol y reconocidos reguetoneros, pusieron de presente la pobre catadura moral de nuestros referentes: cantantes con millones de seguidores actuando en un palco VIP como barrabravas y un todopoderoso dirigente del fútbol que intentó entrar a la cancha a empellones y juzgó inaudito que le exigieran su acreditación. 

Sospecho que lo ocurrido no sorprendió a los asiduos de los partidos de la Selección en el Metropolitano. Y ahí reside parte del problema: en darle estatus de referentes culturales a quienes no tienen la altura cívica para serlo, poner potentes reflectores sobre gente que actúa con ordinariez y vulgaridad, privilegiados para reclamar derechos pero no para asumir deberes, gente que tiene por principio moral el insoportablemente manido “ellos empezaron”. Nada muy diferente, hay que decirlo, de lo que vemos día a día en el mundo político, judicial y empresarial en este país escaso en sanciones y ausente de mea culpas. 

Ahora bien, si el comportamiento público de algunos referentes culturales del país nos producen vergüenza colectiva, ¿no es momento de cambiar de ídolos o al menos dejar de aplaudirlos tanto? En cualquier caso, es necesario salir de la trampa del “quién empezó” para enfocarse en las condiciones sociales y culturales en las cuales estos comportamientos se alientan y se validan.

Las masas enajenadas que se colaron hasta por los ductos de ventilación pusieron en evidencia la miseria moral de nuestro consuetudinario premio al vivo.

Los muchos: la miseria cívica de los “vivos”  

En un reciente ensayo, el profesor y escritor alemán Hans Ulrich Gumbrecht (Multitudes. El estadio como ritual de intensidad, Ed. Interferencias) hace notar que las multitudes encuentran su máxima expresión en el estadio y no en la política, como suele creerse. Por eso, las variopintas expresiones de la cultura de la ilegalidad exhibidas en Miami no distan mucho de lo que se ve cualquier día en el transporte público o en las calles del país. 

Y si el comportamiento de los pocos cuestiona el indeclinable imperio del “¿Usted no sabe quién soy yo?”, las masas enajenadas que se colaron hasta por los ductos de ventilación pusieron en evidencia la miseria moral de nuestro consuetudinario premio al vivo. Pero sobre todo, la profunda anomia y podredumbre cívica que reside en una sociedad que ve las leyes como obstáculos, y por lo tanto, da rienda suelta a sus instintos cuando actúa en patota y cree que no serán vistos ni sancionados. 

Ahora bien, que se sepa, los colombianos no hemos inaugurado ni la patanería de las élites ni la actitud lumpen de las masas. Un reciente documental de Netflix muestra el modo primitivo como en 2021 unos 6.000 hinchas ingleses intentaron entrar sin boleta al estadio de Wembley para ver la final de la Euro contra Italia. Y allá y acá, los casos se multiplican. Pero, mal de muchos…

Por eso, más interesante es traer a cuento lo que Gumbrecht cuenta en su libro: que en los años noventa, neurocientíficos de la Universidad de Parma se toparon en los cerebros de primates con neuronas que no solo se activan ante ciertos movimientos y formas de conducta del cuerpo del que forma parte ese cerebro, sino también ante la percepción de movimientos parecidos y formas de conducta que ven en otros primates. Llamaron “neuronas espejo” a aquellas neuronas que son capaces de tal reacción doble, y el efecto de su activación, que puede llevar a mayor empatía o afinidad entre primates –incluidos los humanos–, lo llamaron “simulación corporeizada”. Su analogía más aproximada es el enjambre. 

Quizás algún día, un estudio empírico nos de pistas sobre el comportamiento de los primates si se visten todos con la misma camiseta deportiva.

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Iván Garzón Vallejo

Profesor investigador senior, Universidad Autónoma de Chile. Su último libro es: El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla (Editorial Crítica, 2022). @igarzonvallejo