“Magdalena River of Dreams: A Story of Colombia” es un tributo poético al primer país que encendió la pasión de Davis y uno de los sucesos editoriales del año con buenas críticas de medios como “Financial Times”, “The Wall Street Journal”, y “The Economist”, entre otros. En Colombia será publicado en español por editorial Planeta bajo el título “Magdalena: Historias de Colombia”. Foto: Wade Davis.
En su nuevo libro, “Magdalena River of Dreams: A Story of Colombia”, el antropólogo canadiense Wade Davis nos muestra el río que desconocemos, el río que somos. Entrevista.
“Limpiar el río sería limpiar el alma de una nación. Si alguna vez queremos reconciliarnos, debemos aceptar el pasado, la violencia, la muerte y una época en la que los ríos corrían rojos de sangre. Pero para tener verdadera paz, debemos restablecer un vínculo con el Magdalena. Esa es la clave. Si la gente no comprende sus raíces, no puede confiar en su futuro”.
– Germán Ferro, director y curador del Museo del río Magdalena en Honda, Tolima.
Siempre que pensaba en el río Magdalena pensaba en su gris, en toda la basura que trae consigo de su recorrido por Colombia, en ese torrente que se funde con el mar Caribe, en Bocas de Ceniza, su desembocadura, donde toneladas de limo vuelven de este color al mar que nos ha bañado a lo largo de nuestras vidas. Ese gris que trae consigo el pesado estigma de la muerte, de aquellos cuerpos que terminaban en el mar, luego de ser arrastrados por los hoy intervenidos arroyos de Barranquilla en épocas de fuertes lluvias, o los de algún otro muerto flotando víctima de la violencia río arriba, esa violencia que refleja en tonos grises también Picasso en El Guernica, aquel cuadro que pintó durante la Guerra Civil Española convirtiéndose en símbolo de los horrores y sufrimientos que representa la guerra para los seres humanos.
A pesar de que Gabriel García Márquez me había mostrado a través de su memoria literaria lo que el río fue en otro tiempo, un Magdalena de travesías mágicas que alimentaron sus obras y que recorrió varias veces a bordo de los buques que iban y venían de norte a sur del país, o que la Luna de Barranquilla de Estercita Forero siguiera teniendo amores con el río, mi pensamiento del gran río seguía siendo gris.
Esta percepción, subyugada al sesgo de la subjetividad, habría de cambiar con Magdalena River of Dreams: A Story of Colombia (Magdalena, río de sueños: una historia de Colombia), la más reciente obra del antropólogo y profesor de la Universidad de British Columbia en Canadá y doctor en Etnobotánica de la Universidad de Harvard, Wade Davis, cuyas páginas hacen un recorrido por los 1.528 kilómetros de esta arteria fluvial que se hace diferente en cada ciudad o pueblo por el que pasa, desde su nacimiento como una pequeña quebrada en el Macizo Colombiano hasta su desembocadura en Bocas de Ceniza, guiándonos a través de historias fascinantes que constituyen un retrato único del carácter de una nación y que permiten percibir al Magdalena en su real dimensión y color, el color del suelo que nos pertenece, esculpiendo valles y montañas, cargado de riquezas.
“Cuando pienso en el Magdalena, nunca lo veo gris, veo el color del suelo de Colombia, ese río marrón que siempre correrá y siempre se fusionará como un amante con las aguas del mundo”, dice desde su hogar en Vancouver Davis, también explorador de National Geographic. Y ahí, en sus páginas, está una historia de aventuras con escenas dramáticas, relatos reales y a veces crudos, personajes picantes, y el infranqueable lado oscuro de la violencia, con sus historias de libertad como la de Simón Bolívar tomándose a Mompox en champanes por el Magdalena, lleno de sueños y ambiciones ilimitadas, pensando en un nuevo país desde el territorio y su naturaleza, con la ayuda de los mapas y notas del explorador Alexander von Humboldt
Davis llegó a Colombia por primera vez en 1968, con tan solo 14 años, en un viaje escolar, y quedó fascinado con el país. En 1974 retorna con el legendario botánico Richard Evans Shultes —luego Director del Museo Botánico de Harvard—, reconocido por sus estudios en plantas alucinógenas, de quien hereda las ganas de explorar, y además protagonista de otra de sus grandes obras, El Río, donde retrata las culturas indígenas de Colombia y la importancia de la hoja de coca para estas.
Colombia ha sido para Wade Davis su musa, sus largos e intensos días llenos de conocimiento, humanidad y empatía hacia todas las comunidades, tanto así que desde abril de 2018 el antropólogo ostenta la nacionalidad colombiana, en una incesante relación con nuestro país en la que siempre ha cautivado a un público deseoso de escucharlo y leerlo.
Los siguientes son apartes de un diálogo sostenido con el antropólogo canadiense para Contexto.
Indígenas arhuacos hacen una ofrenda al río Magdalena en su desembocadura en Bocas de Ceniza. Foto: Wade Davis.
Cristina Said: ¿Por qué un libro sobre el río Magdalena?
Wade Davis: Los libros son magia y decidir sobre qué escribir se da en un instante. Me encontraba en el Tibet, en la base Este del Monte Everest, y mi amigo tibetano me hablaba de estos ingleses vestidos en tweed leyendo a Shakespeare en la nieve a veintitrés mil pies de altura al tiempo que trataban de escalar el Everest. Fue ahí cuando dije ¡Bingo!, esa es la historia que quiero escribir. No sabía que ese momento de iluminación me conduciría a 12 años de investigación. Luego de volver a Colombia para ayudar a promover una serie de libros ilustrados llamados Savia Botánica, dije, porqué no seguir con los ríos, y no tuve duda en empezar por el Magdalena, así que inicié el recorrido y lo que iba a ser un ensayo terminó siendo una gran historia de Colombia.
El río es Colombia, la razón por la que Colombia existe como país es el río Magdalena y Colombia es un regalo del río. Quería escribir una biografía de una nación a través de la metáfora de un río, pues somos seres biológicos viviendo en un planeta vivo y dependemos de los ríos para sobrevivir. Es el momento de devolverle todos estos años de indiferencia y darle la cara.
C.S.: Es común ver a extranjeros enamorarse de Colombia, investigarla, entenderla y analizarla. ¿Crees que se cumple el dicho: “Nadie es profeta en su tierra”? ¿Por qué no vemos a un Serbio escribiendo el libro definitivo del Mississippi, por ejemplo? ¿O colombianos escribiendo sobre Saskatchewan?
W.D.: Un escritor colombiano podría entender a Colombia mejor que yo, pero al mismo tiempo tener su propia visión, sus propios sesgos o ideas preconcebidas. Eso te puede volver ambivalente sobre la forma como percibes o escribes. Cualquier colombiano podría encontrarse un poco atrapado en la burbuja de su propia experiencia. Pongo un ejemplo: escribí un libro sobre el antiguo vudú, cualquier sacerdote vudú sabe más sobre vudú que yo, pero ningún sacerdote puede escribir sobre vudú como yo. Puedo escribir sobre el Tibet y el budismo de una manera que ustedes comprenderán y que ningún lama o monje del budismo tibetano puede escribir, pues estos se encuentran tan metidos en esa esencia que no los deja ver más allá. A veces se necesita el lente de un extraño. Mi experiencia con Colombia fue en la calle y sin prejuicio. Fue así como conecté con Xandra Uribe, personaje principal en esta historia que de niña no podía distinguir el sonido de un trueno con el sonido de las bombas que explotaban y acababan con la ciudad de Medellín, hecho que la llevó a huir del país siendo todavía una adolescente. Ella es un personaje principal de esta historia y su presencia devino en una gran amistad. El libro no existiría sin ella y la única razón por la que su nombre no aparece en la portada del libro es porque yo lo escribí.
Nuestra hoja de coca es única en su especie. Siempre se creyó originaria de Perú y Bolivia y que las especies de erythroxylum encontradas en Colombia eran derivadas de la coca de Bolivia. Eso fue lo que los estudios concluyeron en los años 70 y 80, pero ahora resulta que la coca de Colombia realmente nació aquí, así que este es un patrimonio de Colombia.
Niñas de un colegio en Nueva Venecia, en la Ciénaga Grande de Santa Marta. Foto: Wade Davis.
La colombiana Xandra Uribe, uno de los personajes principales en la historia del libro y clave en la creación del mismo. Foto: Wade Davis.
¿Qué medidas urgentes consideras que debe tomar el gobierno y la academia para proteger al Magdalena y los ríos de Colombia?
Hay que tener un poco de paciencia, las cosas están cambiando. Si se miran las transformaciones de otros ríos, por ejemplo, se solía decir del río Hudson que se podía saber qué tipo de automóvil fabricaba General Motors en Tarrytown por el color del río. El Hudson ha regresado, puedes ver ballenas jorobadas, aunque todavía sus peces no se pueden comer por la cantidad de metal que contienen y eso tomará unos 100 años más. En 1967 en Londres, el Museo de Historia Natural declaró al río Támesis biológicamente muerto y sin oxígeno. Hoy el Támesis tiene 125 especies de peces. Al igual que estos, el Magdalena podría recuperarse dejando de tratarlos como basureros municipales. Con solo resolver el problema del río Bogotá al nivel de Girardot, se resolvería la mitad del problema. La resiliencia de la naturaleza es asombrosa y eso lo vivimos durante la pandemia, pues durante el confinamiento pudimos ver truchas en el río Medellín, jabalíes rondando por las calles de Barcelona, y por primera vez en 30 años se pudieron apreciar los picos nevados del Himalaya desde Nueva Delhi y Katmandú porque la polución del aire desapareció.
Claro que sí… a las afueras de Barranquilla, durante el confinamiento, no habían autos ni personas circulando y fue posible ver familias de osos hormigueros en la calle y aves de distintas especies desconocidas llegar a diario…
Exacto, lo mismo sucedió en diferentes partes del mundo. Debemos encontrar esperanza en esto y creo que la forma de intentar presentarlo al público no es mediante una nueva normatividad sino más bien apelando a la buena voluntad. Todas estas historias de renacimiento y redención se han convertido en algo común a medida que personas de todo el mundo han adoptado sus ríos como símbolos de patrimonio y orgullo.
Ahora, el agua nunca se crea ni se destruye, solo cambia de estado, se vuelve vapor, nube, niebla, se puede condensar, evaporar, puede ser hielo, nieve, pero nunca cambia. La misma agua que sació la sed de los dinosaurios es el agua dulce que bebemos hoy, el agua nunca se destruye. El agua con la que bautizas a tu hijo es la misma agua que fluye por el Magdalena, y de una manera maravillosa es la misma agua que nuestros Mamos siempre afirman no distinguirla de la sangre de las venas, y en eso tienen razón, pues eventualmente, cuando muramos, incluso si somos cremados, la humedad que constituye la mayoría de nuestros cuerpos se evaporará o si somos enterrados, fluirá al suelo. De una forma u otra pasa a formar parte del ciclo hidrológico de la vida del cual dependen todos los seres humanos. Entonces, cuando los mamos hablan de hacer pagamentos y oraciones en Bocas de Ceniza, o de hacer peregrinaciones hacia el Macizo Colombiano, se detienen en cada comunidad y medirán su bienestar por la forma en que tratan al río. Estas ideas no son nociones dulces o metafóricas, en realidad son sabias lecciones de cómo deberíamos tratar a nuestro río.
La misma agua que sació la sed de los dinosaurios es el agua dulce que bebemos hoy, el agua nunca se destruye. El agua con la que bautizas a tu hijo es la misma agua que fluye por el Magdalena, y de una manera maravillosa es la misma agua que nuestros Mamos siempre afirman no distinguirla de la sangre de las venas.
El antropólogo canadiense Wade Davis, incansable explorador de la Colombia profunda. Foto: Xandra Uribe.
La imagen de portada del libro de Wade Davis es obra del reconocido paisajista colombiano Camilo Echavarría. La fotografía muestra al río Cauca, principal afluente del Magdalena, pasando por el Cañón del Pipintá, justo antes de llegar a la localidad de La Pintada en el departamento de Antioquia con la vista del volcán Nevado del Ruiz.
Los grandes recursos de Colombia vienen de la producción del petróleo y el carbón. ¿Cómo podríamos aprovechar otros recursos menos contaminantes para que haya una fuente de riqueza para el funcionamiento de nuestro país sin poner en riesgo nuestra biodiversidad?
En la década del 70 no existía la palabra biodiversidad. Puede sonar desalentador pero los cambios van ocurriendo y se irán dando. Hasta que los gobiernos de diversos países no legalicen la cocaína y destruyan su comercio ilícito no habrá cambio. No se trata de estar a favor de las drogas o no, pero el conflicto en Colombia no habría durado ni una semana sin la cocaína, y la responsabilidad final de la agonía que sufre Colombia realmente está en manos de todos los que alguna vez han consumido cocaína ilícita, y de todas las naciones que han facilitado el mercado negro al hacer ilegal la droga y no hacer nada para frenar su distribución.
Pero si se legalizan las drogas, nuestras tierras se llenarían de cultivos de coca. ¿Cómo controlar esto?
Primero que nada, distingamos la coca de la cocaína. La coca es a la cocaína, lo que las papas al vodka. Si por un lado se pudiera crear un mercado nutricional, pues la coca está llena de propiedades y nutrientes como el calcio, hierro, fósforo y otras vitaminas. Lo siento por los cafeteros, pero la coca, el mambe, es mucho mejor estimulante que el café. Nuestra hoja de coca es única en su especie. Siempre se creyó originaria de Perú y Bolivia y que las especies de erythroxylum encontradas en Colombia eran derivadas de la coca de Bolivia. Eso fue lo que los estudios concluyeron en los años 70 y 80, pero ahora resulta que la coca de Colombia realmente nació aquí, así que este es un patrimonio de Colombia.
Volviendo a su libro, ¿puede decirse que en el cada personaje es un universo, es una gran historia que hace que entendamos mejor a Colombia?
Este no es mi libro, es el libro de la gente que llegué a conocer y sus voces y experiencias, y todas ellas tienen una calidad épica en lo que tienen que decir y contarnos.
Magdalena River of Dreams: A Story of Colombia es un espejo para que los colombianos se puedan observar y reconocer, un instrumento de autoentendimiento y de perdón. Para el resto del mundo generará una visión de entendimiento y empatía con una nación entendida solo por las drogas y la violencia. La tierra y espíritu de los colombianos es mucho más y me gustaría pensar que este libro podría incluso contribuir silenciosamente a la construcción de la paz. El enemigo de la paz es el pesimismo y la negatividad, así que aquí hay una oportunidad llena de optimismo para hacer las cosas bien, para reimaginar el futuro y si la gente no entiende sus raíces, no puede confiar en el futuro.
Cristina Said
Periodista, especialista en Desarrollo Organizacional y Procesos Humanos de la Universidad del Norte.