Para Malcolm Deas la llamada polarización que vive Colombia es un fenómeno que algunos comentaristas suelen exagerar. El debate democrático y electoral, afirma, es más vigoroso que nunca.
El académico, historiador y colombianista inglés, en la entrevista de Contexto.
Dialogamos con el historiador inglés y miembro fundador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Oxford, Malcolm Deas, sobre diferentes aspectos de la democracia e institucionalidad colombiana y la actual crisis del Gobierno Nacional derivada de la reciente protesta social.
Deas, nacido en Dorset, Inglaterra, en 1941 —tiene además la nacionalidad colombiana—, y considerado pionero de la historiografía colombiana, considera que la protesta que cumple ya dos semanas en el país plantea un reto por su poca claridad en sus demandas y liderazgo. No obstante, considera, estas manifestaciones no alterarán los mandatos institucionales que rigen la gobernanza en nuestro país.
El estudioso inglés, profesor Emérito del St Antony’s College de la Universidad de Oxford, y autor entre otros de trabajos como Del poder de la gramática y Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia, afirma en la siguiente charla que la paz implica hacer esfuerzos para no continuar con una Colombia segura y otra insegura.
Redacción Contexto: Cuando se presentan crisis, y la actual luce muy seria, los historiadores suelen tener una perspectiva más amplia para examinarlas. ¿Crees que Colombia mantiene hoy las fortalezas institucionales que siempre la han ayudado a superar este tipo de acontecimientos?
Malcom Deas: Colombia pasa por una crisis en la cual un gobierno que no le llega al pueblo confronta una protesta que no logra definirse con claridad, ni en sus demandas ni en su liderazgo, pero que tiene su base en un gran descontento. Dudo que las protestas tumben al gobierno del presidente Duque, que alteren el calendario electoral o los mandatos constitucionales que rigen a los poderes locales o a las Fuerzas Armadas. No creo que se vaya a dar una censura oficial o medidas en contra de las libertades básicas de los colombianos.
¿El país seguirá con sus debilidades institucionales? Cuando trato de calificar las instituciones formales del país hago un repaso mental y encuentro que hay una gama que va desde las fuertes y eficaces a las débiles e ineptas. Fuertes: el Ministerio de Hacienda, el Banco de la República. Débiles: el sistema judicial y el Ministerio de Salud, el Ministerio de Agricultura. Cada ciudadano tendrá su propia lista, pero la protesta obviamente hace que sea más urgente la reforma de las débiles.
Una reflexión aún menos precisa: el poder en Colombia ha sido y sigue siendo difuso. El sistema es poco rígido. Eso puede ser una fortaleza o una debilidad. Hace unos años, durante los paros motivados por la dignidad agraria, hice un ejercicio hipotético que me hizo abandonar mi anterior convicción de que el general Santander era el fundador del sistema político colombiano, un sistema con elecciones dirigidas desde arriba, mucho abogado, mucha gaceta, mucho puesto para los leales, etc., y era remplazado con la figura del Arzobispo Caballero y Góngora, quien tuvo que enfrentar a los Comuneros. No creo que mi observación fuera enteramente frívola, y no quiero ser frívolo frente a la protesta actual con su alto número de muertos, pero el argumento es el siguiente… el Arzobispo se enfrentó a una gran protesta que no tuvo ninguna fuerza para reprimir. Entonces, mandó emisarios a negociar, hizo concesiones e hizo promesas. Luego incumplió con algunas de las promesas. Frente a los paros agrarios y dignidades de años recientes el gobierno mandó emisarios, con cheques y promesas, y luego incumplió algunas promesas, quizás por la imposibilidad de cumplirlas. Noté un patrón, que toca gobernar a Colombia haciendo promesas que no pueden ser cumplidas. La respuesta del gobierno puede ser insatisfactoria, pero no es rígida, es flexible.
R.C.: Las opiniones sobre los acontecimientos de las dos últimas semanas se agrupan en dos grandes corrientes: la de quienes idealizan a los manifestantes pacíficos y condenan a la policía como responsable de todos los desmanes, por un lado, y la de quienes solo ven la mano tenebrosa de la oposición y la insurgencia detrás de todo. La voz de los que tienen opiniones más balanceadas casi no se escucha. ¿Cómo explicarías lo que está ocurriendo?
M.D.: Me parece obvio que unas protestas de estas dimensiones tienen un profundo sustrato de descontento y frustración. Al tiempo reconozco que no son totalmente espontáneas, no nacen de ningún incidente, tuvieron su fecha anunciada. Que hay grupos que tratan de infiltrar y hacer violentas la protesta es probable. Las dos cosas, descontento e infiltración, no son nada nuevo. Ciertos elementos pescan en río revuelto, pero no constituyen el río. No he visto en los medios grandes, El Tiempo, El Espectador, un análisis de este aspecto, de quiénes han organizado qué, ni del rol de las redes sociales. Puede ser que las influencias hayan variado en distintas etapas del paro. Las agencias de inteligencia del Estado nunca han sido fuertes en este tipo de análisis.
Sobre la policía, el Esmad, y el ejército: no es una tarea facil manejar protestas, y cualquier gobierno en cualquier parte necesita tener un Esmad con la debida preparación, para no recurrir ni a policias sin entrenamiento ni al ejército. No tiene sentido pedir la abolición del Esmad. Se debe pedir su mejora.
Pareciera percibirse un desgaste de las democracias representativas. ¿Identificas algún factor en el caso de la nuestra?
No estoy muy convencido de ese argumento tan generalizado en este momento en Occidente. En Colombia, el Congreso y los partidos políticos tradicionales perdieron prestigio hace tiempo, por varias razones. Intuyo que el país va a seguir en la senda de la democracia representativa. No hay alternativa. Además, no veo tan desgastadas estas instituciones en el nivel local. Colombia ha sido escenario recientemente de una vigorosa competencia entre fuerzas y nuevas figuras políticas en las elecciones de alcaldes, con algunos resultados destacados.
Constitucionalmente Colombia es una democracia con alternancia que desde el fin del Frente Nacional y desde el gobierno de Virgilio Barco se mueve a nivel nacional hacia un sistema de gobierno – oposición, aunque tal sistema sigue asustando a muchos y no está bien comprendido. Históricamente, asustó por el temor bien fundado de que la lucha partidista iba a traer violencia. Ahora asusta por la llamada polarización, un fenómeno que me parece que habitualmente ciertos comentaristas tienden a exagerar, al igual que lo hacen muchas mentes por el temor de que en 2022 gane la oposición liderada por la izquierda populista de Gustavo Petro.
Como historiador advierto algo cierto pero poco comentado: Colombia nunca ha tenido un presidente de izquierda. ¿Murillo Toro?, nadie lo recuerda. ¿Alfonso López Pumarejo? Progresista, iconoclasta, sí, ¿pero de izquierda? Un amigo me sugiere que el único ejemplo ha sido el Conservador Belisario Betancur, que fue el primero en intentar seriamente hacer la paz con la guerrilla. Que Colombia nunca haya tenido un presidente de izquierda es algo muy singular. ¿Podrá ser que siempre siga así? Un día, piensa uno, llegará un gobierno de izquierda.
El auge de la candidatura presidencial de Petro en medio de las protestas, guste o no guste, es plenamente legítima. ¿Es sintomático ese auge de un desgaste de las instituciones representativas? Hago una analogía. En 1974 terminó la alternancia instaurada del Frente Nacional con la elección de Alfonso López Michelsen y muchos ciudadanos pensaban que llegaría una nueva era política. López ofreció “un gobierno puente”que no les satisfizo y vino el famoso paro de 1977. En 2016 se firmó el Acuerdo de Paz con las FARC y con esto la ilusión de otra nueva era, aunque como sabemos a mucha gente no le gustaron los términos del Acuerdo mientras otros han esperado una nueva y amplia agenda política, con énfasis en el futuro. Mi observación en ese entonces, durante la firma del Acuerdo de La Habana, fue “Si no va a haber revolución, toca hacer reformas”. El gobierno del Centro Democrático no ha llenado ese anhelo porque no quiere o no puede escapar del pasado, y con el virus le ha tocado una coyuntura adversa.
Hasta ahora no ha surgido ningún candidato presidencial prometedor del centro, con ‘c’ minúscula. Tampoco, aunque esto se menciona menos, algún candidato de la Derecha. Por prometedor, quiero decir alguien de alto perfil que aglutine votos y suba en las encuestas. Los populismos llenan vacíos, pero no veo tampoco ningún candidato capaz, una vez elegido, de “hacer trizas las instituciones”.
Colombia es una democracia con alternancia que desde el fin del Frente Nacional y desde el gobierno de Virgilio Barco se mueve a nivel nacional hacia un sistema de gobierno – oposición, aunque tal sistema sigue asustando a muchos y no está bien comprendido.
Colombia ha tenido históricamente un Estado débil y esa debilidad ha explicado varios de nuestros males, entre ellos la incapacidad para llevar al Estado a todo el territorio y de contar con un sólido recaudo de tributos. Ahora sí llegó la hora de hacer de este fortalecimiento un “propósito nacional”, como decía Lleras Camargo. ¿Por donde empezamos?
Ha sido un constante de la historia nacional, por muchas razones: geografía excepcionalmente fragmentada, patrón de asentamiento, indiferencia bogotana urbana, y del Gobierno Nacional, guerrilla, droga, etc. La paz implica que no es posible continuar con una Colombia segura y otra insegura, y que es necesario hacer un nuevo esfuerzo en este campo, sin olvidar que la inseguridad es urbana, además de rural, periférica y fronteriza. Hay que encontrar nuevas estrategias, la improvisación conduce al fracaso. Es necesaria una estrecha colaboración entre sociedad civil, juristas, criminólogos, académicos de varias disciplinas, habitantes de las zonas y barrios afectados, Fuerzas Militares y Policía. Esta colaboración ha sido insuficiente hasta ahora por la falta de interés de los civiles, con su acostumbrada negligencia en estos temas de seguridad.
Sin un ejercicio aplicado en este sentido el Gobierno no hará más que dar golpes en la oscuridad. Conseguir la colaboración de la gente es una tarea muy demorada y exige la presencia permanente en todas partes de autoridades confiables. Aunque han disminuido, el país sigue con unos niveles de violencia muy altos si se compara con el resto del mundo, con los altos costos visibles e invisibles que esto genera.
Cuentan que Bill Clinton le dijo alguna vez a Fernando Enrique Cardozo, expresidente de Brasil, que todos los países tienen un gran miedo y una gran esperanza. ¿Cuáles cree que son esos miedos? ¿Cuáles las esperanzas para el caso colombiano?
Miedo de caer en un mal definido “abismo” de lucha política renovada o en un populismo que acaba con los progresos, reales pero frágiles, que han logrado el país y su gente. Para un sector menos escuchado pero mayor, regresar a la línea de pobreza ya superada. Para muchos jóvenes, el miedo de un no futuro. ¿Esperanza? Que el potencial reformista del país no se hunde frente a las llagas del sistema político que todos conocemos.
¿Sigues pensando en la excepcionalidad de Colombia en el contexto inestable de América Latina? ¿Qué nos sigue diferenciando hoy?
Creo que todos los países de América Latina son distintos Así resumí hace poco mi visión del sistema político colombiano: “He aquí un breve caracterización: alta estabilidad, difusión del poder, amplias libertades, régimen empedernidamente civilista, débil capacidad de represión, orden publico precario, alta violencia que afecta principalmente a los estratos bajos, calendario electoral fijo, electorado variado; desde cautivo, pasando por clientelista negociador, hasta de opinión, legalista y leguleyo. No hay virrey pero sobreviven la audiencia y los oidores. En Colombia hay más abogados por cabeza, según entiendo, que en todos los otros países, menos Costa Rica. Poco populista, esencialmente reformista, poder presidencial limitado, manejo económico estable, lucha muy visible entre el bien y el mal, mucha protesta. No hay garantía que seguirá siendo así”.
Es el producto de siglos de historia, dos de ellos de vida como nación independiente. Es estable solo en cierto sentido… es difícil cambiarlo, pero no genera una estabilidad cotidiana. Es distinto en muchos aspectos a los otros sistemas de la región, estos también singulares. Las de América Latina son viejas naciones, y los doscientos años de vida política nacional independiente que la mayoría tienen han resultado en esta variedad. Un ejemplo muy obvio: la política y la historia política venezolana se parece muy poco a la colombiana.
Seguimos muy divididos en Colombia por el proceso con las Farc. ¿Cómo podrían superarse estas diferencias tan enconadas sobre un hecho ya cumplido? A propósito del tema, alguna vez señalaste que una vez alcanzado este Acuerdo, ya no habría revolución, pero que habría que hacer reformas. ¿Estamos haciendo lo que hay qué hacer?
Prefiero responder con un consejo: identificar el problema con precisión, estudiarlo profundamente, legislar, hacer seguimiento de los resultados con la debida publicidad. Recurso del método. Me perdonarán el pequeño sermón.
Se te atribuye la frase: “Colombia tiene la mala costumbre de aplazar y aplazar los problemas hasta que se le vuelven unos problemones”. ¿De dónde nos viene esa mala manía?
Me di cuenta hace tiempo que es una tendencia dialéctica colombiana, aunque no exclusivamente colombiana. Después de poner en perspectiva un problema, se le suma una letanía de problemas casi interminables hasta tener sobre la mesa un montón inmenso de problemas y, frente al montón, claro, no ha ya nada que hacer… vamos a almorzar. Pienso que hay más chance de solucionar problemas cuando en vez de sumarse se dividen. Las reformas modestas, precisas, tienen posibilidades de éxito. Las reformas grandiosas fracasan.
Para terminar, una pregunta sobre nuestra Historia que tú tan bien conoces: ¿por qué le fue tan mal a Colombia en términos de crecimiento del PIB per capita en el siglo XIX?
El pobre crecimiento económico del siglo XIX está relacionado con el aislamiento del país. Lo dinámico en las economías de la región fue el sector externo, y en el caso colombiano ese fue uno de los más débiles. Al tener Colombia costos de transporte muy altos no produjo mucho de lo que al resto del mundo le interesaba. Los pobres no se enriquecen comerciando con los pobres, y en ese siglo no se enriquecieron los colombianos comerciando con los colombianos.
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