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Líderes políticos que buscan la adhesión de la población con base en el miedo y el odio, noticias falsas, polarización y deterioro de la democracia. ¿Qué pasa cuando la política se reduce solamente al campo de las emociones?
A nivel mundial se está viviendo un profundo retroceso de los regímenes democráticos. Basta observar los resultados de las bases de datos más prestigiosas, como The Economist Democracy Index o el Estado Global de la Democracia de IDEA Internacional, para constatar esta grave regresión. El mapa de la democracia se está encogiendo.
No es de extrañar, por tanto, que dos de las obras de analistas políticos más traducidas en los últimos años sean el libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt Cómo mueren las democracias y la obra de Gideon Rachman La era de los líderes autoritarios.
El momento de euforia con la expansión de la democracia liberal que se vivió tras el derrumbe del colonialismo europeo, el colapso del campo socialista y el fin de las dictaduras militares en América Latina ha dado paso al pesimismo debido a la emergencia de gobiernos autoritarios en distintos países.
Al respecto, resulta impactante que Francis Fukuyama, quien había pronosticado en su libro El fin de la historia y el último hombre, publicado en 1992, el triunfo definitivo de la democracia liberal frente a sus dos principales opositores en el siglo XX, el fascismo y el comunismo, exactamente 30 años más tarde, en 2022, hubiera escrito una obra dominada ahora por el pesimismo: El liberalismo y sus desencantos. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales. ¡Qué triste paradoja!
Un claro indicador de este desencanto es el hecho de que hoy en día los mandatarios con mayores niveles de popularidad en el mundo son todos líderes autoritarios. De acuerdo con distintas agencias de evaluación, en América Latina aventaja de lejos el presidente de El Salvador, Nayib Bukele con el 92 %; en Europa Vladimir Putin con el 85 ;, en Asia, Nadendra Modi, de la India, con el 75 % y en Africa el general Abdel Fattah el-Sisi, de Egipto, con niveles similares.
Este desencanto ha dado lugar, además, a dos fenómenos adicionales: por una parte, a una virtual desaparición de mínimos consensos nacionales, es decir, los “acuerdos sobre lo fundamental” como los denominaba Álvaro Gómez Hurtado, o los “acuerdos para el desacuerdo” (agree to disagree) como se denominan en la Gran Bretaña. La polarización política es hoy en día el signo de los tiempos.
Por otra parte, al auge de las emociones (la rabia, la indignación, el odio, la venganza, la desconfianza) es también un factor clave en las movilizaciones políticas en detrimento del debate en el campo de las ideas, de los proyectos políticos.
Razón y emoción
La democracia requiere un sano equilibrio entre razón y emoción, pues ésta no se mueve solo mediante la adhesión racional a un partido, a un líder político, a un programa de gobierno. Como dice la reconocida filósofa Martha Nussbaum (Las emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia?, 2014), “Todas las sociedades están llenas de emociones. Las democracias liberales no son ninguna excepción. El relato de cualquier jornada o de cualquier semana en la vida de una democracia (incluso de las relativamente estables) está salpicado de un buen ramillete de emociones: ira, miedo, simpatía, asco, envidia, culpa, aflicción y múltiples formas de amor”.
El problema es cuando la política se reduce solo al campo de las emociones. Cuando los líderes políticos buscan la adhesión de la población con base en el miedo, en el odio, en el nacionalismo, en la superioridad racial, etc., la democracia puede dar paso a regímenes autoritarios, a populismos de derecha o de izquierda. En ese sentido, solo es necesario observar el uso del miedo a las maras Salvatrucha y Barrio 18 en El Salvador de Bukele, el uso del miedo a Occidente en la Rusia de Putin, el nacionalismo hinduista extremo en la India de Modi o los discursos de orden en el Egipto del general el-Sisi.
La rabia se está convirtiendo en una herramienta cada día más extendida en el mundo ya sea para lograr la cohesión en torno al Estado, ya sea para oponerse al Estado, o ya sea para la movilización social.
La “rabia digna”
Hoy en día la rabia está siendo utilizada tanto como un mecanismo para cohesionar a la población en torno a un gobierno, como un instrumento para construir una alternativa política de oposición.
Al respecto, me impresionó mucho una ponencia presentada en la Octava Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales en 2019, titulada “La digna rabia. Formas afectivas en escenarios políticos”. La autora, Tania Jimena Hernández, profesora de psicología y líder feminista mexicana, afirma que “mujeres enojadas y furiosas por todos lados comienzan a aparecer; en sus consignas, pancartas y estrategias de lucha aparece la rabia, la furia, el enojo y la ira como un lugar desde el cual se construye la lucha de las mujeres (…). Se trata de la invención de un nuevo sujeto, las mujeres rabiosas, las que no tienen miedo, las que hacen temblar a cualquiera, se trata pues de una estética que desplaza el lugar históricamente constituido para lo femenino y se despliega en una nueva invención (…). Basta pensar en la consigna de ‘Somos malas y podemos ser peores’, esta forma de enunciación saca a las mujeres del lugar de víctima y la pone en otro lado”.
En pocas palabras, la rabia se está convirtiendo en una herramienta cada día más extendida en el mundo ya sea para lograr la cohesión en torno al Estado, ya sea para oponerse al Estado, o ya sea para la movilización social. Eso no significa que sea un fenómeno nuevo: la rabia contra la población judía fue un elemento clave de la movilización de la Alemania nazi. Lo nuevo es, a mi modo de ver, su uso masivo, su racionalización y su normalización.
El uso de las emociones
En efecto, hoy en día el uso de las emociones se está constituyendo en un mecanismo de cohesión y movilización social, en particular en los polos más extremos del espectro ideológico.
Según Levitsky y Ziblatt, los sistemas democráticos no están muriendo como consecuencia de golpes de Estado, sino como resultado de un debilitamiento sistemático de las instituciones democráticas realizado por mandatarios electos, tanto de izquierda como Daniel Ortega o Nicolás Maduro en América Latina, como de derecha como Viktor Orbán en Hungría o Donald Trump en los Estados Unidos. Todos ellos, sin excepción, hacen uso del odio y el miedo como un recurso para el ejercicio del poder, mediante la “demonización” de los adversarios, ya no concebidos como rivales sino como enemigos.
Trump y Milei, de norte a sur de las Américas la política de la rabia y la descalificación se extiende. Foto: Puntal.
El uso de la desinformación como recurso de poder
Un equipo de la Universidad de Cornell llama a distinguir la desinformación, es decir, la “creación y difusión deliberada de información que se sabe que es falsa”, de la información errónea que es “la difusión involuntaria de información falsa” (en la cual, por desgracia y a menudo muchos caemos) y estableció siete categorías ordenadas según su grado de intención de engaño deliberado.
- Sátira o parodia: el objetivo no es el engaño, pero la información tiene el potencial de inducir a error, dado que su formato es similar al de las noticias auténticas.
- Conexión falsa: los titulares no resumen con exactitud el contenido de la nota periodística.
- Contenido engañoso: uso engañoso de información para enmarcar un tema o una persona.
- Contexto falso: el contenido genuino se enmarca en un contexto falso.
- Contenido impostor: las fuentes genuinas son suplantadas.
- Contenido manipulado: la información o imágenes genuinas son manipuladas.
- Contenido inventado: contenido totalmente falso, creado con el objetivo de dañar o engañar.
A nivel mundial, es muy preocupante el uso de las denominadas “bodegas” para el manejo de noticias a favor o en contra de un gobierno. Este hecho se produce sobre todo en un contexto que causa alarma: la tendencia a la homogeneidad de los seguidores de las redes, de los mensajes que éstas transmiten, lo cual no solo invisibiliza las miradas distintas y ahoga los matices, sino que tiene como consecuencia que la población lea y escuche solo a quien piensa igual. Las “bodegas” no solo conducen a un empobrecimiento del debate intelectual, sino a una grave manipulación de la información.
No se trata, sin duda, de un fenómeno nuevo. La manipulación ha sido una constante en la historia. Todos recordamos las frases del ministro de propaganda de la Alemania nazi, Joseph Goebbels: “Una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad”. U otra, igualmente, impactante: “Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá”.
Lo alarmante hoy en día es la profusión masiva de mentiras por las redes no solo desde el gobierno o de la oposición, sino difundidas por ciudadanos comunes y corrientes.
¿Hacia una ciudadanía más alerta?
Sin embargo, quisiera expresar una impresión que tengo y que me llama a ser más optimista. A mi modo de ver, hoy en día se está produciendo un movimiento de péndulo a favor de los medios de comunicación. Me explico. Desde hace años hemos vivido una crisis de periódicos y revistas debido al auge de las redes sociales, es decir, de las plataformas en línea y su enorme capacidad para conectar personas, interactuar y compartir información de manera virtual. Sin embargo, la proliferación y la velocidad con la cual se están divulgando noticias falsas está, por un lado, reviviendo la importancia de la prensa como factor de comprobación de la validez de las noticias y, a su turno, una reacción de alerta en los ciudadanos que ya no comen cuento tan fácil. Hace pocos días tuve una experiencia interesante al respecto: reenvié un video mostrando el inicio de un golpe militar para deponer a Nicolás Maduro y varias personas me respondieron que debía tratarse de una noticia falsa, pues no había aparecido en los grandes diarios. Y, en efecto, era una fake news.
Además, muchos medios y portales están creando páginas de alerta con objeto de comprobar si una noticia divulgada en las redes es verdadera o falsa.
Y, por otra parte, se está avanzando en el mundo en el tratamiento penal del uso indebido de las redes sociales, mediante los denominados bots, botnets, trolls y el hacking, ya sea para manipular a la opinión pública o para cometer delitos. Por ejemplo, en España, la fiscalía general está comenzando a considerar algunas de estas noticias como tipos penales: las noticias de odio; la revelación de datos personales; delitos contra la integridad moral; noticias que causan desórdenes públicos; injurias y calumnias; delitos contra la salud pública mediante la promoción de medicamentos o tratamientos falsos y, finalmente, delitos contra el mercado, debido a noticias erróneas obre la competencia.
En todo caso, el debate sobre las redes sociales y su impacto en el fortalecimiento o el debilitamiento de la democracia es urgente y necesario.
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Eduardo Pizarro Leongómez
Profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia.