Michael Sandel fotografiado el campus de Harvard, Cambridge, Massachusetts. Foto: Webb Chappell.
No solo es deseable que la política domestique a la economía: es necesario que así sea. Un análisis del libro “El descontento democrático”, de Michael Sandel.
Michael Sandel, el filósofo político que dicta clases y conferencias en auditorios repletos tanto en Estados Unidos como en China, acaba de publicar una reedición de su libro El descontento democrático. En busca de una filosofía pública (Debate), que había visto la luz en 1996 (Harvard University Press) cuando el grito de victoria de la tríada capitalismo-liberalismo-democracia auguraban ríos de leche y miel para quienes imitaran sus recetas. Sin embargo, casi tres décadas después, el diagnóstico es notoriamente sombrío para la tríada, pero sobre todo para los ciudadanos que vivimos bajo sus promesas rotas.
El camino al neoliberalismo está empedrado de buenas intenciones.
En términos filosóficos, Sandel es un comunitarista, es decir, miembro de una corriente teórico política que desde los años ochenta formuló una aguda crítica a la teoría de la justicia de John Rawls y el liberalismo igualitario o progresista porque este minimizaba el papel que los valores éticos y morales juegan en la política y el derecho. Desde esta tradición intelectual y mediante una recuperación del republicanismo filosófico inspirado por Aristóteles, Rousseau, Montesquieu y Tocqueville, Sandel sostiene que la ciudadanía demanda una virtud cívica que inspire en los ciudadanos modos de vida decentes y solidarios e introduzca consideraciones morales en las cuestiones políticas y económicas. Dicho de otro modo, Sandel y los comunitaristas como Taylor, Walzer y MacIntyre creen que la vida pública es un tejido tanto de derechos y libertades como de deberes y responsabilidades, y que la política no es solo un asunto de poder sino de deliberación sobre el mejor modo de vivir.
El descontento democrático es particularmente interesante porque propone una conversación entre la tradición republicana y el modelo capitalista liberal dominante. Para ello, el autor se retrotrae a los comienzos de la nación estadounidense y reconstruye el modo como los padres fundadores –Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y Alexander Hamilton– y algunos líderes políticos del XX como Woodrow Wilson y Franklin Delano Roosevelt discutieron ampliamente el modelo económico del país, así como los efectos que este tendría en la vida ética de las personas, es decir, los valores cívicos que fomentaría y los vicios que desincentivaría.
En este sentido, desde el siglo XVIII hasta hoy, en Estados Unidos –y por extensión, en los países occidentales– ha habido una tensión entre una “economía política de la ciudadanía” y una “economía política del crecimiento y la justicia distributiva”. Según la primera, los modelos económicos tienen efectos éticos y sociales pues pueden promover o no el empoderamiento ciudadano, su vida digna y el bienestar general, mientras que según la segunda, la economía es una ciencia autónoma, técnica y especializada desprovista de consecuencias sociales más allá del crecimiento económico y sus efectos redistributivos.
La llegada de la globalización en los años noventa cambió el panorama y las administraciones de Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama contribuyeron a afianzar el modelo neoliberal, que más que una doctrina económica es una combinación de tres fenómenos que engloban prácticas y creencias que se refuerzan mutuamente: la globalización, la financierización y la meritocracia. La primera y la segunda sostienen que el capital y sus rendimientos deben poder flotar libremente por el mundo pues solo de este modo los actores privados tendrán el escenario propicio para invertir y crear riqueza. No obstante, en el capitalismo dominado por las finanzas, las empresas pasaron a ganar dinero ya no invirtiendo en nuevos activos productivos (como era la usanza), sino especulando con el valor futuro de los activos existentes. El historiador económico Jonathan Levy ha llamado a esto el “capitalismo de la apreciación de activos”.
Sandel denuncia que la fe en el mercado no solo ha aumentado la brecha entre ricos y pobres, sino que ha debilitado nuestra vida cívica común, pues nos ha hecho sentir más consumidores que ciudadanos.
Lo que sucedió como consecuencia de la implementación de este modelo oscila entre el absurdo y la tragedia (el documental Inside Job y las películasThe Laundromat y Saving Capitalism lo explican bien). Y sería anecdótico si se redujera a casos aislados. Pero no es así: “Al tiempo que la administración Obama gastaba cientos de miles de millones de dólares en rescatar a los bancos, permitió que diez millones de propietarios de viviendas fueran desahuciados de su casa por ejecución de sus hipotecas”.
Como se recuerda, la crisis de 2008 generó un shock y una amenaza de recesión global, pero la pandemia del COVID-19 lo potenció y evidenció que el mercado por sí mismo es incapaz de resolver las crisis globales. De hecho, si es dejado a su suerte, las agrava, todos lo vimos. En este libro Sandel denuncia que la fe en el mercado no solo ha aumentado la brecha entre ricos y pobres, sino que ha debilitado nuestra vida cívica común, pues nos ha hecho sentir más consumidores que ciudadanos y le ha dado un poder exorbitante a los ricos en las campañas políticas y consiguientemente, en los congresos y los gobiernos. Un dato sirve para ilustrarlo: en 2016, casi la mitad del dinero donado a los candidatos presidenciales republicanos y demócratas había salido de 158 familias acaudaladas, la mayoría de las cuales habían hecho sus fortunas en los sectores de las finanzas o la energía.
Como en 2020 el autor publicó un libro dedicado a controvertir el ideal meritocrático (La tiranía del mérito), baste decir que el tercer pilar del credo neoliberal es la creencia de que si te esfuerzas lo suficiente tendrás éxito en la vida, una consigna imposible de generalizar cuando la mayoría de la población no tiene título universitario y que puede desmentir cualquiera que con maestría o doctorado le cueste llegar a fin de mes. Dicho brevemente, el capitalismo neoliberal ha hecho ricas a algunas personas y ha empobrecido a otras, pero ha sido la fe meritocrática la que ha creado la división entre triunfadores y perdedores. En los últimos 40 años la economía norteamericana ha producido tal desigualdad que bien podría definirse a los Estados Unidos como una oligarquía. Y si por allá llueve…
Portada del libro de Michael Sandel, publicado en español por Debate.
Las iras populistas como síntoma del fracaso de la democracia liberal de domesticar a la economía.
Uno de los aspectos transversales de la nueva versión del libro de Sandel es su visión ética o moral de la economía y la política. Luego, la explicación del descontento de los ciudadanos con la democracia hay que buscarla en la conducta de los tomadores de decisiones y en la forma como las instituciones no han sabido filtrar y procesar las emociones políticas potencialmente explosivas. El triunfo de Donald Trump y el Brexit en 2016 son ejemplos elocuentes de ello. Ahora bien, la ira y el resentimiento no son estáticos, se transmutan y son absorbidos por el sistema político. De allí que las iras populares concitadas por el rescate a los bancos hallaron otras vías de expresión política: a la izquierda, a través del movimiento Occupy Wall Street y la candidatura de Bernie Sanders; a la derecha, a través del movimiento Tea Party y la elección de Donald Trump. Cualquier parecido con nuestra realidad…
Pero Sandel apunta más hondo: una economía desregularizada y financierizada que ha operado a sus anchas, legitimada, por ejemplo, en que el rescate a los bancos era “necesario” (a costa de ayudar a los ciudadanos que perdieron sus casas), que las grandes empresas y los grandes inversionistas deben ser mimados tributariamente (so pena de que se lleven sus capitales a otros países), y del impúdico costo de las campañas políticas, ha generado resentimiento entre ciudadanos dispuestos a arrojarse a los brazos de quien les prometa (demagógicamente por supuesto, pero muchos lo notan después) acabar con los abusos. Como se ve, para los votantes de Trump o de Milei, de Iglesias o de Petro, el desencanto solo es cuestión de tiempo. Y paradójicamente, a pesar de su individualismo, una economía neoliberal ha traído desempoderamiento ciudadano, una sensación que se ha ahondado en décadas recientes y está en el meollo del actual descontento democrático. “Es una de las consecuencias corrosivas en el plano cívico de las enormes desigualdades de renta y riqueza que décadas de globalización financierizada han dejado tras de sí”.
Las razones por las cuales en Estados Unidos y en otros países la política está fracasando en su deber de domesticar a la economía se debe a que los tomadores de decisiones políticas y económicas ponen las cuestiones técnicas macroeconómicas (la inversión extranjera, la promesa redistributiva del crecimiento, el manejo ortodoxo de las finanzas públicas) por encima de las cuestiones cívicas (las consecuencias de tales decisiones en la vida de las personas). Y dado que la “economía política de la ciudadanía” ha perdido terreno, Sandel advierte que la suerte de la democracia liberal depende en buena medida de que los conceptos republicanos como virtud cívica, autogobierno, participación, deliberación y vida buena vuelvan a tener un lugar en la esfera política. Es decir, no solo es deseable que la política domestique a la economía: es necesario que así sea.
En síntesis, Michael Sandel, un autor nada sospechoso de socialismo, dota de contenido histórico y filosófico su lúcida crítica del neoliberalismo, sacándolo del mundo gris de los economistas y expertos en finanzas y poniéndolo a jugar en el terreno de sus efectos en la vida de las personas, esto es, allí donde a pesar de los indicadores macroeconómicos y el placebo del consumo ha ido desmejorando o arruinado la vida de millones de personas.
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Iván Garzón Vallejo
Profesor investigador senior, Universidad Autónoma de Chile. Su más reciente libro es: El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla (Crítica, 2022). @igarzonvallejo