Durante la campaña presidencial de 2018, Gustavo Petro firmó en mármol una serie de compromisos junto a Antanas Mockus y Claudia López. Foto: La FM.
La distinción del presidente Petro entre la Asamblea Constituyente excepcional y el proceso constituyente permanente, genera incertidumbre sobre el verdadero camino del gobierno y crea un obstáculo importante para el nuevo ministro Cristo.
La verdadera discusión de fondo en Colombia es mucho más profunda de lo que aparece. En conferencia que dictó de manera reciente, el Presidente Petro acudió a Antonio Negri para esclarecer cuál es su idea de poder constituyente que no se limita a una Constituyente regulada, sino que implica un proceso de movilización continuo, permanente, que no pide sino que ordena, que se desarrolla en la profundidad de la sociedad movilizada, que rompe los canales vigentes y que no solo se ocupa de constituir sino de destituir.
En democracia, Petro tiene derecho a alentar sus convicciones, si bien la exigencia aquí es que deben ser tramitadas mediante mecanismos legales y no “por la fuerza del pueblo” como lo dijo en un discurso. Porque una cosa es la expresión de un analista y otra la de un jefe de gobierno que juró cumplir la Constitución.
En cuanto a la legitimidad política, Petro propuso en la campaña un cambio de fondo, lo cual le brinda validez, aunque había que reprochar que explícitamente desechó cambios de esta naturaleza.
Una pregunta que surge es si la respuesta de la oposición ha sido adecuada. Creo que la oposición ha desarrollado su tarea en varios planos. El más activo es el de la discusión sobre las reformas temáticas propuestas por el gobierno: salud, pensiones, laboral, servicios públicos, etc. No es una discusión menor pero padece de dos deficiencias: contribuye a pretermitir la confrontación de fondo ya mencionada y actúa dentro del escenario que ha delimitado el gobierno. Es decir, la agenda es la que el gobierno dicta día a día y el papel de la oposición ha sido mayormente reactivo. En esta materia, podemos decir que el acervo ideológico puede nutrirse de datos e hipótesis científicas segmentadas. Puede hacerse una discusión falsable (según criterio de Popper) sobre pensiones o sobre salud, pero es tal el cúmulo de insumos, que lo puramente ideológico prima de modo que la ideología, en sí misma, no es falsable, entonces termina siendo mayormente cuestión de preferencias e inclinaciones personales.
El otro plano ha sido el de la descalificación personal. Aunque es difícil expulsar totalmente la injuria de la acción política, y aunque las huestes gubernamentales han acudido también al insulto de manera abultada, habría que preguntarse por su validez, su pertinencia y su eficacia.
La distinción presidencial entre la Asamblea Constituyente excepcional y el proceso constituyente permanente arroja incertidumbre sobre el camino genuino del gobierno y genera un obstáculo importante para el nuevo Ministro Cristo, con una concepción opuesta a la del Presidente.
Petro plantea que la transformación debe desembocar en una cultura diferente que establezca una nueva hegemonía, lo cual por definición contradice la esencia de la democracia liberal en cuyo seno el pluralismo es esencial. El objetivo, entonces, es el derrumbe del liberalismo en el sentido de la filosofía política. Esta noción afecta, de paso, la democracia representativa, que es la tecnología usada en Occidente para tramitar ese pluralismo. En este campo, la idea de Petro es la de la movilización permanente estamental, la cual encubre una forma de corporativismo que no solo disminuye el concepto de la individualidad sino que en la realidad solo puede ser dirigido por el caudillo quien es el dueño de la interpretación del sentir del pueblo. Esa democracia fragorosa, callejera, multifacética y seguramente vociferante, solo puede ser conducida por el líder supremo. Desaparece el concepto de ciudadano que se ve diluido ni siquiera en el colectivo, sino en la multiplicidad de colectivos que orbitan alrededor del caudillo.
Petro plantea que la transformación debe desembocar en una cultura diferente que establezca una nueva hegemonía, lo cual por definición contradice la esencia de la democracia liberal en cuyo seno el pluralismo es esencial.
Esta descripción no tiene color político. Sus deficiencias se predican tanto de los populismos de derecha como de izquierda. Entre nosotros, la crítica no se limita a Petro. También bajo el gobierno de Álvaro Uribe se habló del estado de opinión como el máximo rector de la discusión pública, lo cual es reprochable por igual.
Precisamente una comparación entre Negri, inspirador de Gustavo Petro, y Carl Schmidt, ideólogo y jurista del nazismo, sorprende por las coincidencias. En efecto, Schmidt concibe también la voluntad permanente del pueblo constituyente como la fuente de la legitimidad, para lo cual utiliza un leguaje bastante semejante al de Negri. La diferencia es que para Schmidt, en el estado de excepción, la Constitución cesa en sus efectos y la soberanía reposa en el caudillo. Cierto que la otra visión aparentemente es antagónica: como vimos, se dice que es el pueblo el depositario del poder supremo. Pero la aplicación de esta idea que parece sublime, en la práctica, vemos que solo el líder dominante puede conducir e interpretar el nebuloso deseo del pueblo.
Esta es una visión para Colombia que genera la pregunta crucial: ¿es esa la forma de democracia que nos conviene?
Para responder hay que hacer dos reflexiones: la primera se refiere a la tecnología de la validación. La democracia representativa, con sus falencias, al menos tiene un baremo fijo: la decisión mayoritaria, modernamente corregida por el respeto a las minorías. La propuesta del Presidente solo se basaría en la validación del caudillo, la cual se produce ad libitum (a voluntad). Esta afirmación se desprende de la experiencia: el decaimiento de la democracia ha sido reemplazado por regímenes populistas que canalizan la acción del estado de manera preferente en dirección a sus aliados. La noción del opositor se ve cancelada. Con todos nuestros problemas, la Constitución generó un marco amplio, incluyente, enfático en las libertades, cada vez más comprometido con las minorías y que deja un buen espacio para las matizaciones del modelo económico aunque, eso sí, se basa en la economía libre.
Por mucho que en diversas latitudes la democracia liberal reciba ataques de fuerzas huracanadas, un elemento precioso que debemos preservar es el de la primacía de los derechos y libertades, la separación de poderes y la conducción de los disensos mediante reglas claras que todos respeten.
Lo cual no quiere decir que se deba anular el cambio: lo óptimo es la aplicación de cambios progresivos en orden a mayor equidad, mayor equilibrio en la cancha de la vida, mayor pluralismo en un entorno de libertad de elección.
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Humberto de la Calle
Abogado y político caldense. Exconstituyente, exvicepresidente, exjefe negociador del proceso de paz y excandidato presidencial por el Partido Liberal. Senador de la República.