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Economista y politólogo, James Robinson tiene una lectura clara de la actualidad política en Colombia.

James Alan Robinson, autor de “¿Por qué fracasan los países?”, en la entrevista de Contexto.

Como tantos profesores de todo el mundo, el economista y politólogo británico James Robinson (1960) lleva meses encerrado en su casa dictando clases virtualmente y escribiendo. Sin embargo, el profesor de la Universidad de Chicago, coautor con Daren Acemoglu del bestseller ¿Por qué fracasan los países? mantiene contacto permanentemente con Colombia y América Latina por medio de amigos, exalumnos y libros. Hace un año publicó, también con Acemoglu, un libro tan sugerente como desafiante: El corredor estrecho. Estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad (Ariel). Allí incluyen a Colombia como un Estado de papel por la incapacidad de las élites políticas de proveer bienes públicos y la debilidad de la sociedad para reclamarlos. Contexto dialogó con Robinson.

Iván Garzón Vallejo: ¿Ha cambiado su percepción de las élites en Colombia después del proceso de paz? ¿Cree que ha cambiado el equilibrio entre el Estado y la sociedad después del Acuerdo?

James Robinson: Es demasiado pronto para saberlo. Creo que hay un cambio, se puede ver en los resultados de Petro y Fajardo en 2018, pues no se trata de políticos conservadores, liberales clientelistas y anticuados. El uribismo, que en algún momento parecía que se iba a convertir en un fenómeno muy perdurable, no se va a convertir en algo como el peronismo: no está legitimado socialmente. Así que veo que se está abriendo un espacio político diferente. Algunas personas como Sergio Jaramillo con su “paz territorial” intentaron utilizar el proceso de paz como una especie de ventana de oportunidad para reconfigurar las relaciones entre el centro y la periferia. Mi impresión es que eso no se está implementando en absoluto. Pero me parece que en la política a nivel nacional sí hay un cambio. Mucha gente pensó que cuando las FARC se fueran iban a dejar un espacio para una política de izquierda a nivel nacional, y eso parece. Pensé que lo tenía muy claro Petro. Fue muy bueno cuando estuvo en el Congreso, aunque menos bueno cuando fue alcalde de Bogotá, así que no estoy seguro. ¿Hay cambio o no? Ahora diría que no, pero es más complicado que eso.

Cuando doy una conferencia sobre desigualdad, mi primera diapositiva es el tercer piso de “Cachivaches” en la Zona Rosa, donde están los uniformes de las empleadas domésticas. Si te paras en ese lugar durante una hora y ves lo que sucede, ves la reproducción de la desigualdad y la diferencia social en tu cara.

I.G.: ¿Considera que Petro puede ser el líder que reconecte a la sociedad con las élites?, o más bien, ¿que rompa la actitud tradicional entre las élites bogotanas y las élites regionales?

J.R.: Posiblemente. La mayoría de los países que han tenido éxito no han roto con las élites, las dejan en paz y las hacen irrelevantes. Eso es más o menos lo que sucedió en Inglaterra, en Estados Unidos y en la mayor parte de Europa Occidental. Por eso no soy tan fanático de la reforma agraria. No creo que se trate de quebrar a las élites colombianas, creo que se trata de marginarlas y dejarlas en paz. No es que no haya élites en Suecia, las hay, pero fueron marginadas. Es un enfoque menos conflictivo de hacer las cosas, pero la historia sugiere que es mucho más efectivo. Los colombianos tienen un enfoque demasiado francés. Entonces, la pregunta es: ¿cómo lograrlo? Por eso me gusta el énfasis de Fajardo en la educación.

Cuando doy una conferencia sobre desigualdad, mi primera diapositiva es el tercer piso de “Cachivaches” en la Zona Rosa, donde están los uniformes de las empleadas domésticas. Si te paras en ese lugar durante una hora y ves lo que sucede, ves la reproducción de la desigualdad y la diferencia social en tu cara. Hay muchas cosas que no entendemos sobre cómo se reproduce la desigualdad en América Latina. Como extranjero me sorprende que los colombianos se hayan dejado ordenar por estratos. Si bien es un concepto que aplica al pago de servicios públicos, también es una categoría sociológica sobre la cual se permiten reforzar patrones de exclusión.

Uno de los problemas de las sociedades latinoamericanas es que la movilización ciudadana es débil y episódica. El caso de Chile podría constituir un efecto contagio en otros países de la región. ¿Qué impacto cree que tendrá en América Latina este proceso en el que ha habido una importante participación de la sociedad civil reclamando cambios institucionales?

Creo que la movilización y la acción colectiva suelen ser episódicas. El primer libro que Acemoglu y yo escribimos, Los orígenes económicos de la dictadura y la democracia (CUP, 2005), se trataba sobre eso, la acción colectiva es transitoria, necesita un cambio institucional porque cambiar las instituciones es una forma de consolidar el cambio, el cual no se puede lograr a través de la acción colectiva constante, exactamente como dices. En el caso chileno esto es exactamente lo que debería suceder. Hay algo fundamentalmente ilegítimo en la Constitución escrita por los militares y a los chilenos les tomó tiempo hacer esto. Mi esposa hizo su doctorado en Chile, pasé bastante tiempo allí y se nota que la gente está nerviosa, todos recuerdan la dictadura, los problemas que llevaron a esta y están nerviosos por abrir la caja de Pandora, con razón, aunque no quieren que los políticos reescriban la vieja Constitución. La Constitución colombiana de 1991 es un documento muy imperfecto, pero trajo mejoras en la provisión de bienes públicos, le dio a los pueblos indígenas y afrocolombianos mucho más reconocimiento y acceso a sus tierras. Es un progreso lento, frustrante en relación con sus ambiciones, pero fue una Constitución más inclusiva y creo que Colombia es una sociedad más inclusiva de lo que era en la década de 1980. En mi experiencia, en Chile el Estado trabaja mucho mejor que en Colombia, es menos corrupto, menos clientelista y mejor otorgando bienes públicos.

Pero también existe este aspecto increíblemente oligárquico en la sociedad chilena, más oligárquico que en Colombia. Al menos en Colombia tienen este tipo de élites regionales, en Chile todo está en Santiago, todos van como a 4 escuelas católicas separadas para niños y niñas y se casan entre sí, así que hay algo muy oligárquico e incestuoso en Chile que todavía es muy poderoso y no se ha derrumbado. Por eso, tal vez solo tienes que dejar a esas personas en paz y dejarlas en el Jockey Club. 

Un ejemplo que ilustra cómo es la forma en que se manejan las cosas en el sistema político colombiano es el siguiente: le dejan a Musa Besaile gobernar Córdoba y luego hacen un trato con él, saben que si lo dejan en paz, él los deja en paz, entregan votos y les da trabajos.

El caso chileno parece estar mostrando que las élites solo hacen reformas cuando la sociedad se moviliza. Parecería que acá nuestras elites necesitaran algo así, más aún cuando tenemos un gobierno que rechaza sistemáticamente las posibilidades de cualquier reforma ambiciosa. ¿Necesitamos un tipo de movilización similar a la de Chile?

Un cambio de este estilo es más difícil que se presente en Colombia, porque la sociedad está mucho más fragmentada. Un ejemplo que ilustra cómo es la forma en que se manejan las cosas en el sistema político colombiano es el siguiente: le dejan a Musa Besaile gobernar Córdoba y luego hacen un trato con él, saben que si lo dejan en paz, él los deja en paz, entregan votos y les da trabajos. En Chile no tienen esta situación, no hay gente como Musa Besaile gobernando en la periferia. En Chile los partidos políticos tienen un alcance más nacional, más institucionalizado. Eso es inimaginable en Colombia: un bogotano no va a ser elegido en Santa Marta como congresista. Esto lleva a este tipo de fragmentación, la cual hace muy difícil organizarse en torno a estos problemas colectivos de la manera en que lo hizo Chile.

Es difícil lograr cambios en Colombia, los temas parroquiales dominan y la gente está atrapada en ello. Alguien que trabaja en Planeación Nacional y tenía que reunirse con unas personas del Pacífico, me contaba que ellos vienen a Bogotá y el gobierno quiere hablar del desarrollo en el Pacifico, pero la discusión es solo sobre dinero. Todos preguntan: ¿cuánto dinero tienen para mí?, ¿cuánto cuesta? Esa es la forma en que suelen interactuar con el Estado. Es muy difícil llevar la conversación a las prioridades del desarrollo cuando la gente solo quiere hablar de plata, es casi una patología. La forma de interactuar con el Estado tiene que cambiar.

Finalmente, ¿qué está escribiendo ahora?

Estoy tratando de escribir un libro sobre el desarrollo africano a partir de la pregunta ¿por qué África es diferente del resto del mundo? Ello me llevará a reunir mi investigación y mis notas de clase de 20 años. No he encontrado el tiempo; así que cuando ocurrió este confinamiento, decidí que empezaría. Anoche leí por primera vez el libro de Emma Reyes, esta artista colombiana que le escribió unas cartas a Germán Arciniegas y luego fueron publicadas como una suerte de autobiografía (Memoria por correspondencia). Es un libro desgarrador, bello, y una ventana a la sociedad colombiana de muchas maneras.

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Iván Garzón Vallejo

Profesor universitario. Su más reciente libro se titula: Rebeldes, románticos y profetas. La responsabilidad de sacerdotes, políticos e intelectuales en el conflicto armado colombiano (Ariel, 2020). Con la colaboración de Luisa Lasso, Mariana Ramos y Juan Pablo Rodríguez. @igarzonvallejo