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Los barcos de vapor de la República se alimentaban de carbón vegetal para realizar sus travesías. Un viaje ida y regreso entre Honda y Barranquilla necesitaba de 21.200 metros de leña.

‘Carboneros’: antes de la electricidad así usaban los costeños el carbón en los siglos XVIII y XIX

por | Sep 21, 2023

Por Sergio Paolo Solano D.

Viaje histórico por el uso del carbón vegetal en la Cartagena de Indias colonial. Un combustible imprescindible que transformó el paisaje y el medio ambiente de la época.

Como es de suponer, antes de la generalización del consumo del carbón mineral y del advenimiento de las industrias del petróleo y de la electricidad, todo el combustible utilizado por la humanidad era de origen vegetal. Se consumía transformado en carbón vegetal al igual que en la actualidad, cortado en astillas de leña. 


Algunas consecuencias de la vida urbana sobre la naturaleza

En Cartagena de Indias, cocinas de los hogares, talleres artesanales, establecimientos manufactureros, ladrilleras, tejares y hornos para elaborar cal, cocinas de barcos y un largo etcétera empleaban leña y carbón vegetal. Este último era procesado en los llamados bindes (túmulos cónicos de tierra de hasta dos metros de alto, con aberturas en su parte superior y en los costados, en cuyo interior se coloca la madera seca para que se queme sin consumirse). La unidad de venta al por mayor del carbón vegetal era el catabre, canasto construido con un bejuco flexible con una capacidad promedio de doscientas cincuenta libras.

La leña se traía de los alrededores de la ciudad. Durante la segunda mitad del siglo XVIII sus mayores consumidores fueron la Real Fábrica de Aguardientes creada en 1769 y el Apostadero de la Marina que la proporcionaba a los barcos guardacostas y a los mercantes que contaban con estufas hechas en ladrillos, argamasa; era colocada sobre tierra para evitar riesgos de incendios. También la utilizaban las panaderías, en especial la que suministraba bizcochos al Apostadero de la Marina para la alimentación de las tripulaciones. Según informes dados por quien tenía el contrato para proveer de pan a la marina, entre 1779 y 1791 el promedio de la producción diaria fue de libras de bizcochos, y diariamente se consumían tres cuartos de quintal de leña. En total, 27.400 libras por año. Otras panaderías también consumían leña, aunque no podamos establecer las cantidades.

El Apostadero de la Marina tenía un contratista que lo abastecía de leña y al año le compraba hasta cuatro millones de libras de este producto (casi once mil libras por día), las que distribuían entre los barcos de acuerdo al número de tripulantes y al tiempo que permanecían navegando. La Real Fábrica de Aguardiente también se abastecía de este producto por contrato, y al año consumía casi 2.500.000 libras, siete mil libras por día. 

No es posible determinar con exactitud la cantidad de carbón vegetal que se elaboraba y consumía en la ciudad. Los talleres de herrería de las fortificaciones y de la maestranza de la artillería, al igual que las herrerías particulares, eran los mayores consumidores, pues el procesamiento de los metales en los pequeños hornos con sus fraguas requería de un carbón especial. Datos parciales de las fortificaciones y de la artillería, que compraban el carbón en catabres, indican un posible consumo de cien libras diarias en tiempos de gran actividad. 

Por política de seguridad defensiva todos los alrededores de la ciudad y de las fortificaciones fueron desbrozados de vegetación de árboles. Manglares y pequeños reductos de bosques de vegetación se cortaron. Si a esto le sumamos los efectos de la ganadería, podemos imaginar las consecuencias sobre el ecosistema de una economía basada en combustibles vegetales y en ganado.

Leña para los hogares

El consumo de leña en los hogares también fue común. Según el censo de 1777 en la ciudad había 1.621 viviendas (casas altas, bajas, solares y accesorias) y de estas 1.118 eran compartidas por grupos de correspondientes, es decir, un total de 2.739 familias con diversas cantidades de integrantes. Según la cantidad que se les daba en 1787 a las familias colonizadoras de El Darién, el consumo por unidad familiar estaba calculado en cinco libras por día. Con base en este dato, el cálculo del total diario es de casi 14.000 libras entre todas las familias. A grosso modo podemos decir que el estimado del consumo total de leña en la ciudad por día era un poco más de 32.000 libras, lo que arroja un total de doce millones de libras al año.

Podemos imaginar y calcular varios efectos de la demanda de estos combustibles sobre la naturaleza y la vida social. Una fue sobre el medio ambiente. Por política de seguridad defensiva todos los alrededores de la ciudad y de las fortificaciones fueron desbrozados de vegetación de árboles. Manglares y pequeños reductos de bosques de vegetación se cortaron. Los doce millones de libras al año equivaldrían a doce mil metros cúbicos que cubrirían, a ojo de buen cubero, ochenta hectáreas de bosque por año. Si a esto le sumamos los efectos de la ganadería, podemos imaginar las consecuencias sobre el ecosistema de una economía basada en combustibles vegetales y en ganado. 

Otro resultado fue que el producto se encareció debido a la creciente demanda por el Apostadero de la Marina, fortificaciones, artillería, Real Fábrica de Aguardiente, panaderías y talleres. Para los años de 1750 un quintal de leña le costaba al Apostadero de la Marina un real. Para los años de 1790 el valor ascendía a tres reales. Y como es de suponer, los contratistas que proveían a esos establecimientos intentaron concentrar su acopio mediante el despliegue de recolectores contratados para ese fin. Por ejemplo, entre octubre de 1790 y diciembre de 1791, el contratista del apostadero entregó 387.557 libras de leña. A esto se sumaron las dificultades que afrontaba la gente del común para acceder de forma libre a ese producto. Por eso, para finales del siglo XVIII comenzaron a aparecer sitios de ventas al detal.

Las obras militares de la ciudad también demandaban mucha madera. En 1786, el ingeniero que estaba al frente de las obras de cierre de Bocagrande informó que desde 1771 se habían enterrado en el fondo del mar doce mil pilotes de maderas de 14 varas de largo (168.000 metros lineales). Y en la construcción de la escollera del mar, situada entre los baluartes de Santo Domingo y Santa Catalina (actual avenida Santander), se consumieron diecisiete mil pilotes de nueve varas de largo (153.000 metros). En total 321.000 metros lineales de madera extraídos de los bosques de la provincia. 

El Apostadero de la Marina acopiaba muchos codos de madera para las reparaciones de los barcos y para enviar a los astilleros de España. Un inventario del almacén arsenal de la marina de 1786, que acopiaba maderas en tinglados construidos en la isla de Manga, indica que había 137.521 codos cúbicos que equivalen a 30.560 metros.

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Las construcciones militares tales como fortificaciones, artillería y escolleras demandaron importantes recursos maderables que se extraían desde los alrededores de Cartagena de Indias.

Navegación a vapor y demanda de leña

Según informaciones tomadas de varias investigaciones virtuales, la navegación a vapor por el Magdalena introducida bajo la República empleaba leña comprada en la medida de burros (setenta trozos de setenta y cinco centímetros de largo, cada uno equivalente a cincuenta y tres metros). Los cálculos de esos estudios señalan que un vapor gastaba de cuarenta a cincuenta burros de leña diario, es decir, 2.650 metros de madera. Y también indican que un viaje de ida y regreso entre Honda y Barranquilla podía consumir en promedio trescientos burros de subida y cien de bajada. Total, cuatrocientos burros (21.200 metros). Entre 1852 y 1905 se pasó de cinco a cuarenta vapores. 

A los efectos que tuvo la demanda de leña, carbón vegetal y madera sobre el medio ambiente regional, sumemos el incremento de la población en la región, el aumento de las actividades artesanales y manufactureras durante el siglo XIX, una agricultura de carácter semi-trashumante, y el despegue de la ganadería extensiva y su fórmula de “tierra por pastos”. Las comunidades de la costa han transformado el medio ambiente natural y sus acciones han tenido efectos devastadores. Es labor de quienes investigan historia ambiental medir los efectos de estas actividades en la transformación del paisaje natural y determinar sus efectos en el largo plazo. 

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Sergio Paolo Solano 

Historiador. Profesor del Programa de Historia de la Universidad de Cartagena. Doctor en Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana de México.

 

 

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