Margarita Garcia

El presidente de la República Alberto Lleras, el expresidente Alfonso López Pumarejo y Mario Laserna dialogan animadamente en la Cafetería Central de Estudiantes de la Ciudad Universitaria, después del homenaje al expresidente. Foto: Colección Universidad de los Andes. 

En tiempos de polarización, una revisión a la historia colombiana del siglo pasado da luces sobre otras formas de reconciliación. El homenaje a López Pumarejo en 1959, un evento ejemplar.

En pleno siglo XXI, en Colombia y también en muchos países, todavía hay quienes piensan que existe la verdad en política. Para aquellos, quienes no comparten su verdad están equivocados. De ahí se pasa a la intolerancia, lo que en últimas conduce a la no resolución de los problemas y, eventualmente, a conflictos, violencia y soluciones no democráticas. Solo es mirar el nivel de debate de cualquier tema, ya sea en el Congreso, en los medios y hasta en grupos de Whatsapp de compañeros de colegio y familiares.

Contrasta ese ambiente y espíritu con un evento acaecido el 5 de mayo de 1959 en la cafetería de la Universidad Nacional, donde se le entregó el grado Honoris Causa al expresidente Alfonso López Pumarejo. Eran los inicios del Frente Nacional, luego de que los partidos Liberal y Conservador llegaran a acuerdos para dar fin al período de La Violencia. El rector de la Nacional era Mario Laserna, fundador, exrector y miembro del Consejo Directivo de la Universidad de Los Andes, declarado miembro del Partido Conservador, aunque de un espíritu conciliador y humanista.

La Universidad Nacional no era un escenario fácil. Algunos de sus estamentos rechazaban las ideas del rector Laserna, que buscaba modernizar la universidad introduciendo esquemas de facultades y departamentos, formación básica común, entre otras iniciativas basadas en el sistema universitario de Estados Unidos. También eran tiempos de agitación por reflejo de la Revolución Cubana. Sin embargo, López Pumarejo tenía el reconocimiento de que durante su gobierno había transformado la universidad dándole el hermoso y amplio campus conocido como la Ciudad blanca y sobre todo impulsando la autonomía universitaria y la educación de calidad.

El escenario estuvo abarrotado. Muchos pensaban que sería la última aparición del expresidente, quien venía enfermo. Incluso se rumoró que no podría asistir. Al evento asistieron, además del presidente de entonces, Alberto Lleras Camargo, los expresidentes Darío Echandía, de la línea de López en el partido; Eduardo Santos, contradictor en el partido Liberal; Mariano Ospina Pérez, expresidente conservador, quien durante su gobierno cerró el Congreso de mayoría liberal ante la perspectiva de que le adelantaran un juicio, y Laureano Gómez, máximo contradictor de López Pumarejo y quien representaba el ala más radical del conservatismo. Nadie hubiera imaginado esa escena siquiera 6 años antes, cuando la residencia de López Pumarejo fue incendiada y se vio obligado al exilio. 

Luego de unas cortas palabras del rector Laserna, López pronunció un discurso magistral. Inició con un recuento de la historia de su familia, en particular la historia empresarial de su padre. Luego reconoció su frustración por no haber estudiado una carrera universitaria (ni siquiera alcanzó el grado de bachillerato). De esta circunstancia se valieron sus contradictores buscando demeritarlo. Pasó por la historia empresarial de Colombia desde el movimiento comercial en Honda, Tolima, adonde llegaban por el río Magdalena los productos importados a través del puerto de Sabanilla. 

Frente a sus contradictores abordó con orgullo su obra de gobierno y contrastó los cambios iniciados en la República Liberal frente a la hegemonía conservadora. Destacó las reformas agraria, tributaria, laboral, entre otras, afirmando que las realizo como mucho, pero también en medio de una significativa oposición. A esta, representada en el evento por Mariano Ospina y Laureano Gómez, no dudó en atribuirle el calificativo de bárbara y feroz, aunque señaló su deseo que esa manera de resolver diferencias hubiera desaparecido.

Al finalizar el acto, el presidente Lleras Camargo, todos los expresidentes, pero especialmente Laureano, lo felicitaron de manera abierta y más que formal. Una muestra de que la reconciliación en medio de las diferencias era posible.

“Quienes hoy miran con malos ojos la existencia de cualquier brote de inconformidad, pregonaban la consigna de hacer invivible la República. Las vías de hecho, el atentado personal, la acción intrépida; en una palabra, la violencia, que más tarde habría de dejar huella tan funesta en nuestras costumbres políticas hasta alcanzar las más bajas capas de la sociedad, se abría camino en los círculos más altos y responsables. Con razón se ha dicho que la violencia no tuvo su origen en el pueblo, sino que, como filosofía y práctica, vino de lo alto, y no obstante, la virulencia de la oposición, que no escatimaba recurso alguno ni se detenía en la selección de sus armas, se abrieron paso sin tropiezos para la paz, distintos de los que transitoriamente ocasionaban conspiraciones y asonadas, viejos programas de adelanto nacional incrustados desde tiempo inmemorial en las plataformas de ambos partidos”, afirmó López Pumarejo en su discurso.

Más adelante indicaría que su gran error fue haber creído que con su renuncia a la presidencia en 1945, ya sin el obstáculo de su nombre, se daría la reforma pactada por los dos partidos para una paz social y política en cabeza de los nuevos dirigentes. Sucedió todo lo contrario y el país tendría que esperar más de una década sumido en una violencia descarnada

Y en clara alusión a los gobiernos de Ospina y Gómez, a los que siguió la dictadura militar, afirmó: “Cómo adivinar el desenlace si la lucha partidaria ya no se libraba contra la obra administrativa y política…Sino contra sus autores más conspicuos a quienes se sindicaba por igual e indiscriminadamente de comunistas oligarcas, de sectarios”.

Al finalizar el acto, el presidente Lleras Camargo, todos los expresidentes, pero especialmente Laureano, lo felicitaron de manera abierta y más que formal. Una muestra de que la reconciliación en medio de las diferencias era posible. Ejemplar.

El Frente Nacional causó muchos problemas, quizá porque no se introdujeron correctivos a tiempo, pero sin duda acabó con la violencia partidista para siempre.

Hoy que el país afronta nuevas y duras polarizaciones que agravan sus problemas y aplazan su solución, sería de gran beneficio repasar la historia, en este caso para repetirla, al menos para entender que se puede vivir y entender a quien piensa diferente y buscar salidas a través de mecanismos democráticos.

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Arnold Gómez Mendoza

Ingeniero Industrial, con MA in Politics y estudios de Doctorado en economía.