Margarita Garcia

Pasada la primera mitad de su gobierno, los inmensos retos que enfrenta el gobierno de Gustavo Petro de aquí a 2026 y la manera en que los resuelva decidirán buena parte de su legado. Foto: Diario de Los Andes.

Aciertos y bemoles en materia política del gobierno Petro.

Uno de los principales desafíos de intentar hacer un balance del primer tiempo del gobierno Petro no es tanto intelectual como emocional: se trata de un presidente que polariza a la opinión pública de un modo similar al que lo hacía, en el pasado reciente, Álvaro Uribe, y ante el cual unos y otros se sitúan como detractores sistemáticos o seguidores incondicionales. Por eso, unos quisieran encontrar un inventario infinito de desaciertos mientras que otros esperan un listado de elogios. Acá va mi propuesta, que no será ni lo uno ni lo otro, y que resumiré en 5 tesis. 

1. El país ya cambió pero no en lo sustancial

La llegada al poder del Pacto Histórico ha ensanchado la cultura política del país y ha contribuido a que se le pierda el miedo a un gobierno de izquierda. Si bien algunas propuestas del presidente locuaz preocupan o aterran, ha ido quedando claro que algo va de los tuits o consignas temerarias a la materialización institucional de las mismas. Uno de los efectos de este gobierno es que se han puesto sobre la mesa temas de política social sobre los cuales será difícil que los gobiernos futuros no tengan algo que decir y hacer, sea cual sea el estado en el que terminen en este cuatrienio: pensiones, salud, educación, pobreza, medio ambiente, desigualdad. 

Ahora bien, aunque la agenda política se diversificó, no ha cambiado en lo sustancial porque el país sigue atrapado en una espiral de violencias sin control y sin soluciones a la vista. Un salto hacia la modernización implicaría superar una agenda que se parece mucho a la de finales de los noventa: delincuencia, pobreza, narcotráfico, corrupción y grupos armados. No hemos salido aún del siglo XX. 

2. Petro tiene más discurso que pueblo movilizado y más activistas que partidarios o coequiperos

Dentro y fuera, la locuacidad presidencial y su obsesión por pasar a la historia llevan al presidente a poner sobre la mesa temas con una grandilocuencia que celebran sus incondicionales y ante la cual tiemblan sus detractores. Sin embargo, no ha podido movilizar ni siquiera a las bases de su coalición para mostrar un respaldo mayoritario de las reformas y de hecho, han sido usualmente las clases populares las que mayor decepción han mostrado con el cambio prometido y que se ha materializado en tímidas políticas públicas igualitarias (incremento del salario mínimo, subsidio para pensiones más bajas). Al mismo tiempo, hemos ido viendo paulatinamente una reedición del abandono de sus copartidarios y coequiperos y su graduación como críticos mordaces, como ocurrió en la Alcaldía de Bogotá. Un efecto de ello es que se ha acentuado su personalismo y su dependencia de funcionarios cuestionados e incompetentes al tiempo que los activistas han ido quedando como su base de apoyo más significativa. 

3. Petro acierta en señalar los problemas estructurales del país, pero yerra en las soluciones y no tiene equipo ni partido para corregirlo 

Tras dos años en la Casa de Nariño se puede confirmar que el mensaje central de Gustavo Petro es que Colombia es un país muy desigual y que dicha situación tiene causas históricas, sistémicas y estructurales. Visto así, un problema de esta envergadura requeriría una revolución o un ambicioso programa de reformas. Pero Petro no puede hacer ninguna de las dos. Lo primero, porque el tiempo revolucionario ya pasó, y por eso cada vez que puede recuerda con nostalgia su pasado en el M-19. Y tampoco puede hacer lo segundo porque desprecia a la tecnocracia y concibe la administración del Estado como procedimientos pequeño-burgueses manipulados por fuerzas oscuras que dilatan el cambio. Petro tiene alma de congresista discursero y deliberante, pero cualquier reforma de calado en una sociedad compleja como la colombiana requiere mucho más que un líder carismático tirando línea a sus alfiles. De allí que para el segundo tiempo hay más riesgo en su ineficacia e inoperancia que en sus exabruptos voluntaristas.

Es desconcertante notar que la élite colombiana sigue teniendo una lectura de que este gobierno no es más que un interregno caprichoso y que en cuanto vuelvan al poder bastará con aplicar las recetas de siempre. Quienes piensan así no han entendido nada de lo que pasó desde el paro nacional de 2021. 

4. Las élites se vieron obligadas a dar razones de porqué creen en lo que creen

Las élites del país, esto es, los tecnócratas, los gremios, la gran prensa, los empresarios, los jueces y los académicos se han visto obligados a explicar lo que durante décadas parecía obvio: que la democracia liberal consiste en reglas y principios imparciales y que una economía de libre mercado puede generar riqueza mientras la política social morigera las desigualdades. Aunque sería motivo de otra columna explicar por qué en este ejercicio de dar razones ha sobrado histeria, gremialismo y clasismo, por ahora baste con señalar que en una sociedad tan desigual difícilmente se puede considerar un defecto que la propuesta programática de una administración progresista haya llevado a los privilegiados a jugar, al menos por una vez, de visitantes. Por supuesto, es desconcertante notar que muchos de ellos siguen teniendo una lectura de que este gobierno no es más que un interregno caprichoso y que en cuanto vuelvan al poder bastará con aplicar las recetas de siempre. Quienes piensan así no han entendido nada de lo que pasó desde el paro nacional de 2021.

5. La política colombiana entró de nuevo en una fase ideológica 

Los dos últimos gobiernos fueron monotemáticos. Mientras la agenda de Santos (2010-2018) fue la paz, la del gobierno de Duque (2018-2022) fue la pandemia. La discusión ideológica se eclipsó, entre otras cosas porque como suele pasar en la historia reciente del país, a pesar de la oposición que tuvieron, ambos formularon alrededor de estos temas “un gran acuerdo nacional”. Con Petro no solo no hay ni habrá un gran acuerdo nacional sino que por el contrario, la política colombiana entró en una fase de sinceramiento en la cual unos y otros se han visto en la necesidad de declarar en qué creen y porqué lo predican. Qué papel debe cumplir el Estado, cuál es el rol de la economía, dónde trazar la línea en la relación público-privado, en qué consiste la democracia liberal, qué tipo de política social necesita el país, cómo se combate la desigualdad, qué hacer para cuidar el medio ambiente, qué reformas demandan la salud, la educación y las pensiones entre otras son temas que, por supuesto, no es que estuvieran ausentes en administraciones anteriores, sino que ahora han adoptado un cariz más doctrinal, entendiendo por esta una visión de los grandes problemas públicos. 

Desde 2022 la política colombiana entró de lleno en el esquema izquierda-derecha, el mismo que opera en democracias consolidadas como Estados Unidos, Reino Unido, España o Francia, en las cuales los ciudadanos saben bien a qué plataformas programáticas están votando cuando apoyan a X o Y candidato. El problema es que sin partidos fuertes y serios ideológicamente y una discusión intelectual que se suele extraviar en los personalismos y en la agobiante coyuntura, este saludable viraje propio de sociedades modernas se puede echar a perder. No quedarse en el empaque (Petro) y mirar el contenido (la tensión que estamos presenciando entre reformas y status quo) es el gran reto histórico del país en esta hora. 

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Iván Garzón Vallejo

Profesor investigador senior, Universidad Autónoma de Chile. Su último libro es: El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla (Editorial Crítica, 2022). @igarzonvallejo