
Karim Ganem Maloof, un editor y escritor caribe que le puso alma al oficio. Foto: HJCK.
Este mes de marzo se cumplen dos años de la partida de Karim Ganem Maloof; escritor, editor, periodista, abogado, viajero, amante de la cocina y las aves. Su trabajo impactó la movida editorial, literaria y cultural; en Bogotá, el Caribe colombiano y el ámbito internacional. Este artículo le rinde homenaje con una historia jamás contada que inicia antes de la pandemia y termina con la promesa de un café.
Esos cuentos fue lo primero que escribí, la primera cosa que escribí en serio, cuando tomé la decisión que me ha costado mil incertidumbres. Por eso, era tan importante su opinión, no solo me daría el empujón que necesitaba, sino que abriría las puertas de El Malpensante, que en ese entonces, era lo único para mí. Cuatro años después releo los cuentos entre nostalgia y vergüenza… vuelvo a esa tarde en que lo conocí. El 3 de febrero de 2020 le envié un correo al Editor jefe de El Malpensante con una hoja de vida y esa valentía mía que ha ido mermando con los años. En menos de una hora respondió:
“Hola, Ana. Ven esta tarde a las 2:30 p.m. y charlamos. La dirección de la revista es calle 35 # 14-27. Saludos, Karim.”
Cuando lo vi, pensé: “Entonces así se ven los escritores”. Tenía un aire serio, sin llegar a ser grosero, mas bien genuino, sin la hipocresía de las convenciones sociales. La entrevista transcurrió tranquila, no solo porque no la preparó, sino porque lo que le interesaba era saber quién era yo, más allá de mi promedio y mis notas. Esa primera impresión me demostró que era un tipo realmente inteligente, no cuadernero, sino brillante e intuitivo. Me sorprendió saber que compartiamos la misma hibridez: abogados que querían ser escritores. “Me siento identificado contigo, también luché para entrar aquí siendo abogado… creo que tal vez El Malpensante podría ser el trampolín para que saltes a otro medio”, dijo. Quedamos en que le enviaría mis cuentos y él decidiría si me recibía como practicante.
“Hola, Ana. Disculpa, he estado muy ocupado en estos días y no he podido revisar ni el programa ni el cuento que me enviaste. Pero lo haré pronto. Te escribo para que sepas que no lo he olvidado. Un abrazo, Karim.”
Luego de que me envió ese correo, con una sonrisa en la cara, esperé paciente mientras me preparaba para el trabajo de mis sueños. Semanas después estalló la pandemia, y Karim, desconcertado por la incertidumbre que todos estábamos viviendo, se disculpó conmigo. La revista estaba haciendo malabares para sobrevivir y las contrataciones, incluso las no pagas, estaban congeladas. Me puse triste, pero lo entendí, el panorama era un poco apocalíptico. Según me comentó, la revista se rehusaba a despedir a los empleados en plena pandemia, a diferencia de otros medios, como Semana, que terminó con Arcadia, y despidió a Sara Malagón, Camilo Jimenez y a otros periodistas sin chistar.
En 2021, mientras trabajaba como abogada en una horrible firma, mi jefe me pidió organizar un “evento literario de integración”. Desafortunadamente, el día anterior al evento el escritor acordado canceló. Pensé en Karim y lo llamé; me trató como si fuéramos viejos amigos: “¡Hola Ana!, ¿qué más? ¿Cómo estás? ¡Para mañana! ¡Uy!, está muy encima, pero bueno, hagámosle, yo te ayudo. Sin embargo, el orador terminó siendo otro, no por culpa de Karim, sino de mi jefe, que creía que los artistas vivían del aire, y que al “contratarlo” en una firma tan prestigiosa, ella le estaba haciendo un favor. Con toda la vergüenza del mundo le di las gracias, me disculpé y me quedé con las ganas de escuchar a un orador que no fuera un completo imbécil.

“Calor residual”, compilado de ensayos y crónicas culinaria que resume una de las pasiones en vida de Karim: la cocina. Foto: El País.
Después de eso hablamos un par de veces, ya no de trabajo, sino de memes, corrección política, música, el odio mutuo a los gimnasios y la pereza de lavar loza. Uno de esos días le dije: “Tengo una curiosidad que no se me quita, ¿por qué nunca leíste los cuentos? Me quedé esperando”. Él respondió:
“Sí los leí, lamento no haberte dado mi opinión en aquel momento, pero vivía en medio del frenesí. No es que eso haya cambiado mucho.”
Quedamos de ir por un café para discutirlos. Ese año Karim ingresó a la Comisión de la Verdad y yo a la maestría. Con el afán de los días nunca hubo tiempo de tomar el café, recuerdo que esa fue la última vez que hablamos. Hoy, paso por la antigua casa de Teusaquillo en donde funcionaba El Malpensante y me entero que está en venta, como si quisiera serle fiel a Karim. Han pasado dos años desde que se fue, la revista sigue andando y los escritores siguen soñando con ser publicados en ella. Yo no, ya no se sentiría bien… leo los mensajes de Instagram y me parece rarísimo que su foto de perfil y su voz estén cristalizadas allí, como si solo estuviera desconectado… siento un sinsabor metálico por el café que quedó en pausa, las conversaciones congeladas, los “si hubiera”, y sobre todo, esa amistad que se asomaba tímidamente pero no logró nacer.
Entonces, barro la nostalgia y decido quedarme con el recuerdo de un escritor brillante, con un sentido del humor finísimo, que a veces le valía uno que otro reproche en redes, y la gratitud hacia un tipo noble que tuvo la buena voluntad de ayudarme.
El ave rara de Piedad Bonnett
En un sentido homenaje Piedad Bonnett se refiere a Karim como “un ave rara” (El Espectador, 2023) curiosamente esa descripción coincide con el texto de Christopher Tibble, “Nieve en el páramo” (Macondo, 2024) que cuenta el paseo que hizo Tibble con Karim por los cerros de Bogotá en busca de aves. Allí Tibble relata, entre otras cosas, la pasión de Karim por las aves y su semejanza con estas.
No creo que sea una coincidencia que ambos utilicen la analogía del ave para referirse a Karim. Porque si se fijan bien, él sí era un ave rara: un barranquillero de raíces libanesas, un sanandresano radicado en Bogotá, un abogado sin historial de procesos, un cocinero de textos, un viajero, un periodista, un editor… Tal vez esa heterogeneidad fue lo que hizo de su prosa algo exquisito.
Y es que Karim era capaz de volar entre el cuento y la crónica, sobrevolar el poema y aterrizar en el texto jurídico. Cuando era estudiante de Derecho escribió para el repositorio de la Universidad del Rosario el ‘Poema de las piedras’ (Urosario, 2012). Un texto que en tan sólo unas líneas logra pasar de la enunciación a la contundencia; el poema expone la pequeñez del ser humano, la inutilidad de los planes y el propósito de alcanzar la nada. Hila las ideas de tal manera que se aleja de lo tajante, sin perder de vista aquello que quiere decir:
“Yo, que soy el dios de los hombres que no encuentran, estaré escondido en esta cueva toda su vida”.

Karim Ganem: In memoriam. Foto: Canal 1.
Barro la nostalgia y decido quedarme con el recuerdo de un escritor brillante, con un sentido del humor finísimo, que a veces le valía uno que otro reproche en redes, y la gratitud hacia un tipo noble que tuvo la buena voluntad de ayudarme.
Por último, quisiera hablar de ‘Con la punta de una llave’ un texto que hace parte del libro Calor residual (Editorial Hammbre, 2023). Este es sin duda, de lo mejor de sus textos. En el primer párrafo, el autor se refiere a los guisos de su madre y su abuela. Tras esta apertura pensé que el tema sería alguna historia familiar. Sin embargo, líneas después Karim nos sumerge en una urdimbre de lecciones de química, trucos de cocina, diferencias culturales, anécdotas de estufa, y la historia de algo que nunca me había cuestionado: el caldo Maggi. Todo esto narrado en un lenguaje sencillo, reflexivo y con divertidos toques de humor.
“¿Qué pasaría si un día dejara de haberla en tiendas y supermercados? ¿Si en un mundo distópico, peor que este del coronavirus, tuviéramos que acostumbrarnos a vivir sin cloruro de sodio? Yo me echaría a llorar. Y recogería con fruición esas lágrimas para decantar la sal”.
Después de finalizar la lectura, reafirmó, con la convicción de los creyentes, la analogía de Piedad Bonnett: él era un ave rara. Quien sabe, tal vez el ave habita en su escritura y cada vez que la leemos vuela.
Ana Montoya Caballero
Abogada de la Universidad del Rosario, magíster en Literatura y Cultura del Instituto Caro y Cuervo. Trabajó un tiempo como abogada y luego migró al periodismo. Ha trabajado para Ámbito Jurídico y Colprensa. Ha colaborado en Salsa sin Miseria, la Oreja Roja y el Latinamerican Post. También ha hecho guiones para podcast en Ochenta Studio y Ezquizophonia.
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