¿Puede Colombia elegir una opción de centro que conjure el fantasma polarizador de los extremos políticos? Un sociólogo italiano reflexionó sobre esta cuestión en uno de los momentos más álgidos del Paro Nacional.

En el año 2015 estaba Medellín en un taxi camino al aeropuerto. De repente, al escuchar en la radio una noticia sobre el proceso de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC, el taxista se quejó con vehemencia de que las autoridades estaban negociando con personas que habían cometido atrocidades.

Reaccioné y señalé que los paramilitares colombianos también habían cometido atrocidades, y que sin embargo el gobierno había negociado su desmovilización una década atrás. El taxista se quedó un segundo en silencio y entonces respondió: “Tiene razón. Al principio, los paramilitares únicamente eliminaban a drogadictos, prostitutas, homosexuales, comunistas. Luego entraron al negocio del narcotráfico y ahí fue cuando se volvieron malos”.

Por estos días, en Cali y otras partes de Colombia, este es exactamente el tipo de mentalidad en uso mientras presenciamos cómo camionetas todoterreno de color blanco atropellan a manifestantes resguardados en barricadas y les disparan. En una comunicación interceptada que recientemente circuló en medios colombianos, un justiciero expuso así su modus operandi: “Vamos con el oficial de policía a cargo de la zona y le decimos –le decimos, no pedimos permiso– que nos acercaremos a los manifestantes y trataremos de convencerlos de que retiren las barricadas. Si no logramos convencerlos, entonces volvemos y nos ocupamos de ellos, con plomo”.

En un país en que una parte de la sociedad piensa de esta manera en todos los niveles de la pirámide social, el proceso democrático tiene pocos incentivos para converger hacia el centro y apoyar acuerdos más amplios y moderados que aíslen a los extremos políticos. Siempre habrán personas dispuestas a recurrir a sus propias armas si no obtienen lo que quieren; y el partido que esté dispuesto y sea capaz de aplicar la mayor fuerza será el que finalmente logre la ventaja. Entonces se producirá una carrera hacia el abismo: “si ellos caen bajo, nosotros caeremos aún más bajo”.

 

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Tras semanas de uno de los más explosivos paros nacionales que se hayan vivido en el país, la pregunta es qué pasará en las elecciones presidenciales de 2022.

Siempre habrán personas dispuestas a recurrir a sus propias armas si no obtienen lo que quieren; y el partido que esté dispuesto y sea capaz de aplicar la mayor fuerza será el que finalmente logre la ventaja.

Por más de una década en Colombia, he dedicado mi sociología a identificar canales que puedan ayudar a expandir el horizonte de las interacciones de la sociedad civil en una variedad de escenarios sociales e institucionales y he intentado convencer a las partes de uno y otro lado de que este es el único camino para generar ganancias sostenibles para todos.

Llega un momento en la vida, sin embargo, en que uno necesita reconocer sus propios límites y aceptar que hay actores dentro de la sociedad que jugarán el juego de la sociedad civil solamente mientras sirva a sus propios intereses y que, cuando esto no suceda, optarán por la confrontación violenta y una guerra de desgaste.

Ante este amargo discernimiento, uno se confronta a una pregunta difícil de aludir: “¿Y ahora, qué?”. Una opción es dejar mi sociología y hacer otra cosa en la vida. Parafraseando a Adorno, hacer sociología de la esfera civil en determinados contextos es casi como escribir poesía después de Auschwitz.

No es barbarismo, pero uno se queda impotente y sin colmillos frente a la barbarie. Es un poco como escribir sermones de esperanza en Alemania o Italia en 1941, o en Berlín oriental en 1965.

 

*Texto original publicado en inglés en The Society Pages el 10 de mayo de 2021.

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Carlo Tognato 

Investigador Senior del Center for the Study of Social Change, Institutions and Policy (SCIP), de Schar, School of Policy an Governement de la Universidad George Mason, en Estados Unidos.