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Es una opción válida, de protesta, de inconformismo, de rebeldía. Foto: Pixel-Shot

Por votar sin convicción, por votar en contra, por votar emberracados, por votar llevados por el odio es que estamos como estamos. Apuntes sobre el poder simbólico del voto en blanco.

En medio de la incertidumbre y como espectadora del “arrabal de cuchilleros”, como Juan Gabriel Vásquez llamó en una columna a las redes sociales, está sobre la mesa el debate sobre el voto en blanco. Que votar en blanco es de tibios y blandos, dicen unos; que no es una solución, afirman otros; que es darle el voto a Petro, dicen los de acá; que es irresponsable, aseguran los de más allá. Cada uno tiene sus razones y las acomoda a conveniencia. Los antipetristas lo condenan porque consideran que favorece a Petro, y los petristas, que en las elecciones de 2018 denostaron del voto en blanco, ahora lo destacan como un instrumento democrático.

Y eso es lo que es, un instrumento democrático y así lo reconoce la sentencia C-490 de 2011 de la Corte Constitucional que declaró exequible la Ley 1475 (reforma política). “Es una expresión política de disentimiento, abstención o inconformidad, con efectos políticos”, dice el fallo. Es una opción, la posibilidad de manifestar desacuerdo, de expresar “no me siento representado”. Ampara y reconoce la libertad del elector o de lo contrario no habría una casilla en blanco en el tarjetón. Y no es lo mismo que abstenerse, pues significa participar. Es un acto político que expresa oposición a las figuras en contienda que aspiran a regir los destinos del país. Es una opción válida, de protesta, de inconformismo, de rebeldía. Y si bien es cierto que en la segunda vuelta el voto en blanco no tiene consecuencias jurídicas, es un voto con valor simbólico, un voto de opinión, un voto informado. No escoger entre uno de los dos candidatos y votar en blanco también es decidir. No es “el burladero de las responsabilidades” como dice el excandidato Juan Carlos Echeverry. La tendencia de los anti-voto en blanco es cargar de culpa a los pro-voto en blanco. Pero votar en blanco es una opción, una forma de ejercer la democracia.

El voto en blanco no es lo mismo que abstenerse, pues significa participar. Es un acto político que expresa oposición a las figuras en contienda que aspiran a regir los destinos del país.

El voto en blanco ha venido creciendo. Pasó de 450.000 votos hace 12 años a 808.000 en las elecciones de 2018 y ahora, desde la primera vuelta y promediando los resultados de las últimas encuestas, se acerca al 9 %. No es gratuito y no descarto que siga aumentado, porque para cientos de colombianos ni Petro ni Hernández convencen. Más grave aún, los dos repelen. Asco es lo que produce esta campaña, convertida en un festival de agravios, insultos, descalificaciones y golpes bajos, agravado por serios cuestionamientos sobre la pulcritud de Hernández y la sinceridad de Petro. ¿Por qué votar entonces en contra de las propias convicciones o por qué votar en contra de un candidato como ha sido la costumbre? Por votar sin convicción, por votar en contra, por votar emberracados, por votar llevados por el odio es que estamos como estamos.

Vale la pena traer a cuento la comparación que me hizo un amigo. Si a un vegano le ofrecen escoger entre una chuleta de cerdo y un churrasco, ¿qué haría? Sencillo, pasa, decide no comer, decisión que obedece a principios que son respetables. El voto en blanco es como el voto vegano, respetable. Por eso se contabiliza en forma independiente, porque lleva un mensaje que cualquiera que sea el que gane no puede despreciar.

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Maria Elvira Samper

Periodista, columnista, redactora y directora de medios colombiana. Inició su carrera como periodista en 1978, destacándose posteriormente como directora de la Revista Semana y del noticiero televisivo QAP Noticias. También se desempeñó como directora y columnista en medios escritos como El Espectador y la Revista Cambio.