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Foto: Dawin Rizzo. Unsplash.

A propósito de la expresión en boga de la vicepresidenta Francia Márquez, Contexto publica apartes del discurso de inauguración del Carnaval de las Artes en 2014 titulado “Ingenio y creatividad para una ciudad sabrosa”, de Gustavo Bell, una reflexión sobre la ciudad y los anhelos de quienes la habitan.

(…) Barranquilla viene experimentando en los últimos años –en razón de la lógica avasallante de la globalización – un inusitado crecimiento urbanístico nunca antes visto. Se ausenta uno por tres meses y se sorprende al regreso con la erección de un nuevo edificio donde antes había una buena casa, y en la de al lado el aviso de otro más en las próximas semanas. Lo mismo podría decirse de centros comerciales, tiendas, oficinas, bodegas o consultorios. Día a día el perfil urbano de la ciudad se transforma con una dinámica que nos está dejando a todos asombrados y a veces atónitos. Sin embargo, no son pocos los que ven con preocupación ese frenesí de cemento, hierro y vidrio y cuestionan el paradigma de “desarrollo” o “progreso” que se está siguiendo, al parecer, ciegamente. Porque detrás de las grandes edificaciones vienen inevitablemente los vehículos, las avenidas, el ruido, las congestiones, los arroyos, la falta de sombra, el calor, los vendedores informales, los afanes, la irascibilidad, los accidentes, la polución, la contaminación visual, las basuras… en fin, el aumento de la neurosis colectiva que conspira contra la creación de un ambiente más propicio para el sosiego, por no decir contra la felicidad que es un asunto individual pero que requiere –sobre todo en las ciudades– de ciertos condicionamientos externos y sociales.

Para mí, que en los últimos tres años he vivido en La Habana, venir cada tanto a Barranquilla resulta una experiencia paradójica, pues lo que observo es que mientras aquella ciudad –donde no se ha construido un edificio de más de cuatro pisos hace más de quince años– concentra sus esfuerzos en reconstruir y restaurar el esplendor de su arquitectura pasada, especialmente la de su centro histórico, en un proceso que va paralelo con la recuperación de antiguos artes y oficios y el fortalecimiento del tejido social de quienes habitan su entorno, aquí el avance incontenible de la especulación inmobiliaria está amenazando la supervivencia del tejido social de los barrios, afectando además el ecosistema sobre el que están situados.

El verdadero proyecto de desarrollo debe apuntar a vivir mejor, a vivir sabroso, y no convertirse en una carrera desesperada hacia uno u otro objetivo impuesto desde afuera a las comunidades.

(…) Entre tantas disquisiciones y ensayos que se han escrito sobre el desarrollo, el progreso, la modernidad, el crecimiento y demás temas relativos a las sociedades contemporáneas, el mejor planteamiento que he leído sobre el sentido del desarrollo no lo encontré en ningún premio Nobel de economía, sino en un cartaquillero, Juan Pablo Bonilla, quien sin ningún tipo de fórmulas matemáticas, engorrosas estadísticas o sesudas disquisiciones teóricas, afirmó: “El verdadero proyecto de desarrollo debe apuntar a vivir mejor, a vivir sabroso, y no convertirse en una carrera desesperada hacia uno u otro objetivo impuesto desde afuera a las comunidades. Y sabroso, quiere decir, según la autorizada definición del Instituto Caro y Cuervo, bien preparado, con buenos ingredientes, armonioso, fraterno y solidario”. Y a esta definición yo le añadiría una de las varias que se pueden leer en el Diccionario de la Real Academia Española: “…deleitable al ánimo”.

Ahora bien, quien debe definir los elementos de la sabrosura no es el Banco Interamericano de Desarrollo, el Fondo Monetario Internacional, el Ministro de Hacienda, el Departamento Nacional de Planeación, ni siquiera la Secretaría de Planeación Distrital, lo deben definir los ciudadanos en las comunidades locales, en los barrios, en la calle, en la tienda de la esquina. Ustedes, ellos, nosotros todos somos los que tenemos que decidir a quién deseamos parecernos, porque como bien lo dijo Calvino…las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos… Yo particularmente, por ejemplo, no deseo que Barranquilla se parezca a Miami, sino que se parezca a la Barranquilla de mis deseos, que no son más que los de una ciudad que sea deleitable al ánimo, es decir sabrosa. Y cuánto más que sea New Orleans la que se parezca a Barranquilla, como dice Carlos Vives.

Pero la sabrosura no es como muchos lo interpretan, la irreverencia total, el desorden absoluto, el irrespeto a todo y a todos, es decir lo que aquí llamamos el “perrateo”… para vivir sabroso, por el contrario, se requiere de cierto orden, del respeto a un mínimo de normas de convivencia social, de cuidar unos espacios donde podamos estar a gusto hasta en soledad, o de poder gozar de la naturaleza… nadie la puede pasar sabroso si vive en medio de la anarquía donde impera la ley del más fuerte, del que más pita, del que tiene la cuatro puertas más grande, del que más empuja, del que más dice vulgaridades, o del que más grita… La sabrosura no nos viene dada porque sí, ella se genera, se prepara con buenos ingredientes y entre más ingeniosos y creativos seamos en la escogencia de buenos ingredientes pues mejor será su resultado: el vivir bien, vivir sabroso.

(…) La actual coyuntura que atraviesa Barranquilla no podría ser más oportuna y a la vez retadora para la imaginación, para la inventiva y la creatividad: ¿cómo armonizar crecimiento económico con la sabrosura? ¿cómo impedir que una falsa idea del desarrollo nos borre como ciudadanos? ¿cómo parecernos a la ciudad de nuestros deseos?

Gustavo Bell Lemus

Historiador, abogado y político barranquillero. Se ha desempeñado en su carrera pública como Gobernador del Atlántico,Vicepresidente de Colombia y Embajador en Cuba durante los diálogos de paz con las FARC en La Habana.