Es fácil darse cuenta de que los ciudadanos actualmente necesitan activar y agudizar su capacidad de reflexión para poder entender adecuadamente qué es verdad y qué es mentira dentro de la lluvia de información que, sin tregua, ni cuartel, reciben de los medios de comunicación masivos y redes sociales.

Para poder comprender mejor la idea anterior voy a darles dos ejemplos ilustrativos. En primer lugar, vemos como estos medios son el terreno en el que se libran fuertes confrontaciones en torno a temas de interés general, en las que las partes en tensión se contradicen unas a otras y el público toma partido con apasionamiento, sin tener mayores argumentos.

En segundo lugar, observamos cómo el espacio de interacción social de las redes sociales se utiliza para la manipulación ideológica, el encasillamiento partidario, la difusión de información falsa, la magnificación de situaciones, los discursos de odio, el desprestigio de unos, el enaltecimiento de otros y la divulgación de propaganda orientada a sembrar la indignación, la rabia y el fanatismo.

A lo que se suma que estamos bajo la tiranía de los algoritmos utilizados por las redes sociales que deciden sin neutralidad, ni objetividad el contenido que los usuarios pueden ver. Qué paradójico: los algoritmos que facilitan la comunicación y el conocimiento humano también se utilizan para estudiar y controlar el comportamiento de los individuos e incidir en la opinión pública en general.

Desafortunadamente, el cúmulo de información que recibimos agota nuestro entendimiento y responsabilidad moral y termina convirtiéndonos en simples testigos pasivos, programados en modo de espera. En otras palabras, la hiper – información va desactivando gradualmente la capacidad reflexiva, por lo que a las personas se le dificulta saber si la información es verdadera, buena y útil.

Estamos bajo la tiranía de los algoritmos utilizados por las redes sociales que deciden sin neutralidad, ni objetividad el contenido que los usuarios pueden ver. Qué paradójico: los algoritmos que facilitan la comunicación y el conocimiento humano también se utilizan para estudiar y controlar el comportamiento de los individuos e incidir en la opinión pública en general.

Y es que cuando se está en la condición de observador pasivo prevalece el deseo de creer sobre la necesidad de saber la verdad. Valga decir, no nos interesa saber la verdad, es más fácil creer en los argumentos de las personalidades, en la retórica de los opinadores de turno y en las ideas que se asemejan a nuestras ideas.

Pero no podemos seguir presos de la confusión y el engaño y pagar en carne propia el gravoso precio de estar sometidos al imperio de la mentira, lo más razonable es activar y acrecentar la capacidad propia reflexiva para superar el estado de testigo pasivo y poder enfrentar con éxito las inclinaciones propias y los intereses externos.

Se trata, entonces, de volver a pensar con rigor, analizando una y otra vez lo que vemos, no aceptando las supuestas verdades que nos presentan otros, rompiendo con los lugares comunes en los que estamos anclados, yendo más allá de lo sabido, planteando nuevos interrogantes; en fin, aprendiendo a pensar críticamente.

El pensamiento crítico nos dota de la fuerza motivacional necesaria para analizar, evaluar y justificar racionalmente la información que nos envuelve alumbrando lo que debe ser considerado verdadero o falso. Solo con el uso crítico del pensamiento se pueden corregir nuestras supuestas certezas cotidianas.

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Julio Antonio Martín Gallego

Magíster en educación, especialista en filosofía contemporánea e ingeniero mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.