Margarita Garcia

El peso cultural del abstencionismo aún se deja sentir con fuerza en Colombia. Foto: Glen Carrie. Unsplash.

En realidad colectivos como Colombia solo fingen ser democráticos: los ciudadanos actúan fingiendo que viven bajo una democracia. El caso del abstencionismo electoral colombiano.

Vivir en una democracia entraña un compromiso con un tipo de convivencia que se regula a partir de construcciones colectivas en permanente evolución. Cada sociedad adapta tales construcciones a sus casos particulares mediante un pacto social que incluye una regla de la mayoría para la toma de decisiones mediante el voto universal y libre. Tal compromiso conlleva deberes y derechos.

Se sabe desde Condorcet y Arrow que los sistemas de votación tienen falencias y que los supuestos básicos del modelo democrático, las preferencias individuales y sociales y las reglas para la toma de decisiones colectivas requieren revisiones teóricas como en cualquier ciencia adulta. Pese a sus deficiencias teóricas, hoy se acepta que la democracia, como planteó Amartya Sen, es un valor universal.

Pero en la práctica las cosas no son tan simples pues en realidad colectivos como Colombia solo fingen ser democráticos. Parafraseando a Vaihinger: los ciudadanos actúan fingiendo que viven bajo una democracia.

El análisis de un microejemplo resulta de utilidad para entender el porqué de esta aseveración.

Luego de la invención de las ciudades, sus reglas de convivencia y formas de gobierno, la innovación reciente que más ha cambiado la cara del paisaje urbano ha sido la forma de convivir conocida como propiedad horizontal, en gran expansión en las últimas décadas. En Colombia tal forma de cohabitación está reglamentada por la Ley 675 de 2001 que actúa a manera de marco constitucional para la formalización de reglamentos de propiedad horizontal en condominios particulares, reglamentos que a su vez pueden ser desarrollados mediante códigos de buena vecindad, de urbanismo y demás temas que los condómines consideren necesarios para un mejor vivir.

Para su gobierno local las copropiedades disponen de cuerpos colegiados, poseen presupuestos anuales, recaudan recursos análogos a impuestos que gastan bajo reglas fiscales estrictas, deciden, a manera de reformas tributarias, recaudar expensas extraordinarias con destinación específica, expiden reformas estatutarias e imponen sanciones y multas a sus asociados respetando la dignidad humana y el debido proceso.

En Colombia las decisiones en las copropiedades referentes a la convivencia diaria, como el horario de uso de ascensores y el paseo de mascotas se toman usando la regla 1 copropietario, 1 voto. Las decisiones sobre asuntos económicos como la aprobación del presupuesto anual se toman mediante ponderación calificada: cada voto individual se pondera de acuerdo al respectivo coeficiente de copropiedad. Las decisiones sobre reformas estatutarias mayorías especiales.

En los últimos meses las propiedades horizontales en Colombia celebraron sus Asambleas de Copropietarios para discutir asuntos de importancia colectiva y tomar las decisiones anuales de rigor. Un vistazo a vuelo de pájaro de algunas copropiedades barranquilleras que oscilan entre 16 y 400 unidades privadas muestra el siguiente panorama.

Muy pocas Asambleas sesionaron en primera convocatoria por ausencia de quórum para deliberar, esto es, los copropietarios no asistieron a dichas sesiones en el número mínimo requerido para sesionar con validez legal. En tales casos la ley permite sesionar con validez en segunda convocatoria con la asistencia de al menos dos copropietarios. Las decisiones se tomaron con esa asistencia mínima y no se pueden calificar de inválidas pues esas son las reglas del juego.

– Algunas decisiones se tomaron en segunda convocatoria con asistencia del 25 % al 45 % de copropietarios y coeficientes del 32 % al 52 %, cifra mayor que la asistencia por el otorgamiento de poderes según permite la ley.

En general las razones aludidas para no participar en las Asambleas son: falta de tiempo, inconformidad con la hora fijada, falta de motivación para asistir al ritual anual y desconocimiento de la normatividad para toma de decisiones.

El abstencionismo electoral colombiano ha sido estudiado con amplitud y las cifras de las últimas décadas se asemejan al del abstencionismo en las copropiedades. La falta de voluntad de los colombianos para participar en procesos electorales se ha atribuido a factores como carencia de credibilidad en instituciones percibidas como “corruptas”, carencia de credibilidad en candidatos catalogados como “más de lo mismo”, carencia de incentivos para ejercer el derecho al voto pues “todo seguirá igual”, falta de entendimiento del funcionamiento del estado: “¿para qué sirve un diputado?” e incluso falta de compromiso con los deberes colectivos pues “el voto no es obligatorio”.

Las cifras apuntan a un microcosmos modelado a imagen y semejanza del macrocosmos. Pero el microejemplo muestra que las conclusiones académicas sobre el abstencionismo en Colombia, al no tener validez general en tanto sus causas hipotéticas, no se corresponden con las causas del abstencionismo en las copropiedades, no evidencian que el genoma cultural colombiano incluya un gen de incredulidad en las instituciones. Lo que sí muestra es que existe un gen de indiferencia que es persistente en el contexto cultural del colectivo.

La falta de voluntad de los colombianos para participar en procesos electorales se ha atribuido a factores como carencia de credibilidad en instituciones percibidas como “corruptas”, carencia de credibilidad en candidatos catalogados como “más de lo mismo”, carencia de incentivos para ejercer el derecho al voto pues “todo seguirá igual”.

Conviene mencionar que Coppok y Greene, en un estudio publicado en 2015 en el American Journal of Political Science, señalaron que la práctica del voto crea hábito y ratificaron que “las diferencias individuales en las tasas de participación electoral tienden a persistir en el tiempo”.

Si los agentes decisores de las democracias adquieren a temprana edad la práctica de votar, el hábito adquirido se convertirá con el tiempo en parte de un genoma cultural con un gen de indiferencia recesivo. Por el contrario, en la edad adulta la indiferencia adquirida no se modificará con facilidad como sucede con otro gen del genoma cultural local, el contexto cultural de la corrupción.

Desde un punto de vista formal es razonable suponer que en una democracia, minimalista (copropiedades) o maximalista (países), se cumplen algunas condiciones mínimas para la participación mediante voto individual en decisiones colectivas. Tales condiciones se relacionan con la capacidad del agente decisor para tomar decisiones individuales libres, racionales e informadas, en favor del bienestar colectivo. Es claro el agente, dotado de un genoma biológico y uno cultural, debería actuar sin constreñimiento, con acceso a información pública relevante aunque quizá incompleta compartida con sus pares, y que está dotado de destrezas e instrumentos cognitivos adecuados incluyendo epistemología crítica, razonamiento crítico y procesamiento crítico de información textual (escritura, audio y video).

En un entorno cultural corrupto e indiferente ¿es posible hablar de democracia? Tal vez no. Pero no por el genoma cultural en sí mismo, sino por los genes que persisten en el colectivo sin que se reconozca que los valores universales se construyen a lo largo de generaciones y no aparecen o se desarrollan de la nada. Educar en democracia y en rectitud no es una utopía. No aceptar la realidad ni actuar al respecto porque el cambio cultural requiere generaciones es característico de una democracia fingida.

Eduardo de la Hoz

Ingeniero y animador de lectura.