Margarita Garcia

Foto: Annie Spratt. Unsplash.

Debemos tener cuidado con los líderes soberbios que niegan al otro, que creen que sus rivales son los malos. Para vivir en armonía es necesario respetar al opositor, luchar por el bien común.

Últimamente, reconocidos representantes de nuestra política han manifestado su preocupación por las consecuencias negativas que puede generar la soberbia, el menosprecio de la contraparte, en la construcción de los cambios estructurales que se pretenden impulsar políticamente. 

Sin embargo, los ciudadanos hacen oídos sordos a este llamado de alerta o no le dan importancia. Lo que, en rigor, podría ser un grave error. Por eso, me parece importante dedicar estas líneas a explicar cuáles son los dos principales riesgos de la soberbia política y cómo podemos resistir su embestida. 

Lo primero que diré es que hoy, como antaño, la palabra soberbia designa a uno de los más nefastos enemigos internos del ser humano. Un defecto capital que lo endiosa y sitúa por encima de todo lo que le rodea, llegando al extremo de declararlo moralmente superior al otro y alto portavoz del bien.

Precisamente, esa es la carta de presentación que el soberbio utiliza en la política para acrecentar el poder, implantar sus credos y dividir a la comunidad. La ciudadanía no se da cuenta de esto, porque él se camufla astutamente en la figura del bienhechor que libra una cruzada contra los malvados. 

En esa campaña mina la credibilidad de los adversarios, subestima sus logros y luego da paso al control simbólico. Una forma de dominación que se vale del dualismo: bien y mal, de la estúpida idea de que los enemigos están en el bando contrario para dividir a la sociedad entre buenos y malos. 

Hablamos de un discurso maniqueo que hace mella en la opinión pública, dando lugar a una confrontación social estéril, en la que se juega con la verdad, porque el único propósito del soberbio es imponerse sobre los demás. Así, la comunidad está a merced de las peores astucias de una mente turbada.

Resulta claro y obvio que el comportamiento egoísta, belicoso, inmisericorde y manipulador del soberbio lesiona gravemente la dignidad humana, la calidad moral de la vida política, la sana convivencia social; y valores cívicos como el respeto, la igualdad, la tolerancia, la solidaridad y la justicia. 

De modo que estoy de acuerdo con los políticos que alertan sobre el peligro que implica la soberbia y el narcisismo moral en la vida política. Me queda, sin embargo, una pregunta por responder que nos atañe a todos y es, ¿cómo pueden los ciudadanos escapar del discurso maniqueo del soberbio político?

Resulta claro y obvio que el comportamiento egoísta, belicoso, inmisericorde y manipulador del soberbio lesiona gravemente la dignidad humana.

Creo que nuestra actitud frente a los soberbios debe ser de misericordia, no porque se aprueben sus actos, sino porque se dé la fragilidad del ser humano. Pero sí quiero decir que los ciudadanos deben criticar su malsano obrar y resistirse a sus cantos de sirena, poniendo al otro en escena. 

En otras palabras, el camino a seguir es no infravalorar a nadie, cultivar el respeto hacia el contrario, rechazar cualquier forma de menosprecio. Y mirar al otro con profunda compasión y solidaridad para poder integrar a esa contraparte en nuestra noción del bien. Este debe ser nuestro punto de partida.

Pero, siempre encontramos un pretexto para negar al otro, ya sea rechazándolo, desacreditándolo o sometiéndolo. Siento, pues, que también se requiere una actitud responsable y sobre todo ética para poder hacer un frente común en la defensa de la dignidad humana y la búsqueda del interés general. 

Finalmente, en este camino es fundamental practicar la prudencia, aprender a sopesar con cuidado los argumentos y tomar partido sólo por los que parecen más razonables y justos que los otros. Sin dejarnos cegar por los deseos personales y las presiones externas.

 

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Julio Antonio Martín Gallego

Magíster en educación, especialista en filosofía contemporánea e ingeniero mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.