David Foster Wallace en una lectura pública en 2006.
“Las realidades más obvias, ubicuas e importantes son a menudo las que más cuestan de explicar”
–David Foster Wallace, (1962 – 2008)
Nos encontramos en un año que ha sido difícil, que se empeña en seguir siendo una sombra. Entre la incertidumbre, el desasosiego y la desesperanza, lo más probable es que queramos que termine para ver si logramos pasar la página y olvidar esta pandemia a veces tan asfixiante, que provoca salir corriendo. Sin embargo, quizá vale la pena detenernos para reflexionar sobre lo que ha pasado en nuestras vidas en este tiempo, y por qué no, formular algunos propósitos que se conviertan de alguna u otra manera en una forma de motivación para seguir adelante. Cuesta trabajo no imaginarse con pesadumbre las consecuencias que vienen para la población de este país y el mundo, además de la rutina en la que parecemos sumergidos y en la que no nos dimos cuenta en qué momento pasó el tiempo sin haber podido saborearlo como hubiésemos querido.
Es por ello, que hoy más que nada me gustaría sacar a relucir un ensayo que he tratado de aplicar a mi vida en estos tiempos: Esto es agua del escritor estadounidense David Foster Wallace (1962 – 2008), un discurso que se publicó en forma de libro después de su muerte, y del que el autor afirma que no se trata sobre la moral, sino más bien de cómo mantenernos vivos en el mundo de hoy. Un discurso de graduación en Kenyon College de Ohio, Estados Unidos, en 2005, algo con lo que creo ningún escritor pensaría en inmortalizarse literariamente. Es un discurso que gira alrededor de una anécdota que al principio dice: “Dos peces jóvenes iban nadando y se cruzaron con un pez viejo que les preguntó qué tal estaba el agua ese día; extrañados, ambos peces siguieron nadando hasta que uno le preguntó al otro: ¿Qué es el agua?” Este cuentico lo escuchamos y nos podría parecer ridículo pero esconde una verdad que nos aplasta.
Esto es agua no es uno de esos discursos emotivos, alegres u optimistas, uno de esos que al escucharlo te dan ganas de ir a comerte el mundo. Es un legado conciso de uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, donde más bien nos recuerda el aburrimiento y el hastío que a veces rodean nuestras vidas, nuestra rutina, y cómo en estas situaciones lo mejor es no dejarnos guiar por responder automáticamente, ver lo que nos rodea con mayor dedicación y de forma más crítica. Con frecuencia damos por sentado las cosas más significativas y relevantes que tenemos a nuestro alrededor, andamos por la vida en automático.
Preciso y con una filosofía práctica, Esto es agua nos muestra esos retos de la vida diaria ofreciéndonos consejos que considero nos renuevan cada vez que leemos o escuchamos este discurso, pues, en un momento como este, disciplinar y educar la mente es un reto diario, un desafío donde ponemos a prueba cómo y qué pensar.
Este momento en el que nos ha tocado vivir, estas rutinas en el encierro, ponen a prueba lo que Wallace nos formula: el valor de lo obvio, el poder ver la belleza en lo mundano, no olvidar que esto es agua, que todo lo que vivimos y vemos nosotros mismos podremos pensarlo, construirlo, y derribarlo, pero lo más importante es admirarlo.
Portada del libro de Foster Wallace.
Wallace nos propone mantenernos alerta, prestar atención a lo que nos rodea, no olvidar que todo a nuestro alrededor puede llegar a ser grandioso e interesante, ser conscientes para darnos cuenta de muchas cosas en la vida que nos darán la libertad para tomar nuestras decisiones al respecto. No hay nada evidente, todo depende de nuestras creencias y de la forma cómo le damos sentido a lo que experimentamos. Dejando así también a un lado la idea de creer tener siempre la verdad, ser conscientes al elegir a qué le prestamos atención y tratar de mirar más allá para así ver las realidades del otro. Ahora más que nunca encontraremos alivio sirviendo y siendo más compasivos con el otro, ver su realidad y sus batallas, es así como encontraremos el equilibrio interior a la hora de mirar el mundo y cuestionarnos.
Este momento en el que nos ha tocado vivir, estas rutinas en el encierro, ponen a prueba lo que Wallace nos formula: el valor de lo obvio, el poder ver la belleza en lo mundano, no olvidar que esto es agua, que todo lo que vivimos y vemos nosotros mismos podremos pensarlo, construirlo, y derribarlo, pero lo más importante es admirarlo. Todos somos peces, decía, no se puede pensar que estamos solos y sin además dejar de percibir el agua que nos rodea.
“Pero si de verdad has aprendido a pensar, y a prestar atención, entonces sabrás que tienes otras opciones”, afirma Foster Wallace.
David Foster Wallace es considerado uno de los novelistas estadounidenses más brillantes de los últimos años, un escritor único, seguido por miles de fanáticos, lectores en su mayoría jóvenes que se sentían identificados y transformados al leerlo, que se percibían menos solitarios con una narrativa rebelde que pretendía cambiar la forma de la literatura norteamericana siendo brutalmente honesto. Sobre todo con su obra La Broma Infinita, “un libro que debes leer si quieres comprender lo que es estar vivo”, como dice su biógrafo D.T. Max. David Foster Wallace sufría de una fuerte depresión con la que batalló por más de dos décadas, quitándose la vida a los 46 años. Así que leer este discurso luego de su desaparición es un acto de sarcasmo, pues nos llevaría a pensar que en su vida predicó y no aplicó. ¿Pero es que acaso ver el agua no es un ejercicio mental que diariamente nos cuesta practicar?
Cristina Said
Periodista, especialista en Desarrollo Organizacional y Procesos Humanos de la Universidad del Norte.