Margarita Garcia

Foto: Andreea Popa. Unsplash.

En la novela, Sunset Park, de Paul Auster, uno de los personajes, Morris Heller, anota en su diario: “Los escritores nunca deberían hablar con los periodistas. La entrevista es una forma literaria degradada que no sirve de nada, salvo para simplificar lo que jamás debe simplificarse”.

Lo leo en El Tiempo. En una de sus charlas para el libro Una vida en palabras, su autora, la profesora Inge-Birgitte Siegumfeldt pregunta a Auster si está de acuerdo con esa observación de Heller y, si lo está, por qué ha aceptado hablar con ella, dado que su conversación tiene de alguna manera la forma de una entrevista.

Auster le responde que Heller, su personaje, se refería a esos interrogatorios breves y superficiales que conceden los escritores a los medios masivos para complacer a sus editores, entrevistas relacionadas con la promoción y el comercio de libros.

La aclaración del escritor resulta pertinente porque la entrevista es género elemental y metodológico del periodismo, espacio donde se aplica la mayéutica y se desarrollan hipótesis.

“Menos mal que usted no es periodista. Es una lectora seria, catedrática de literatura”, le dice Auster a Siegumfeldt.

En 4321, otra novela del escritor norteamericano, un lector joven sueña con ser periodista, y de los buenos.

Auster le dice al colega Antonio Nuño en Madrid: “He escrito en periódicos, sobre libros o películas, pero nunca he sido un reportero. Pensé mucho en ese chico que quiere dedicar su vida al periodismo, y de alguna manera piensa que vive en una casa de cristal. No puede participar en los acontecimientos que presencia como observador. Lo puede ver todo, pero si cruza la línea y entra en el terreno de la acción, deja de ser un periodista y se convierte en un activista u otra cosa. Para él esto es una frustración, porque siente el impulso de querer lanzar el ladrillo a la ventana, pero sabe que si lo hace estará rompiendo las normas de su profesión. No sé lo que piensa usted como periodista. ¿Tengo razón? ¿Reflejo correctamente lo que siente un periodista?”.

Nuño no le responde, me imagino porque asume que es él quien debe hacer, en esa entrevista, las preguntas, pero la inquietud de Auster es de algún modo desafiante y queda flotando curiosa y tentadora.

Juego a responder por él, que ese chico vivirá en frustración en la medida en que busque y asuma practicar el llamado periodismo objetivo e imparcial, en últimas una ilusión, pero que bien podría realizarse si logra desarrollar un periodismo personal o literario, mucho más cerca de la escritura de narradores como Guy Talese, Tom Wolfe y hasta del mismo Auster en el terreno de la no ficción.

La misión del buen periodista es ir, como reportero, al lugar de los hechos en representación de sus lectores, porque estos no pueden ir.

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Portada de “Sunset Park”, de Paul Auster, publicado en 2010.

Como periodista literario, el muchacho podrá participar de los acontecimientos y hasta lanzar ese ladrillo a la ventana para decirnos qué se siente, si hacerlo es pertinente a su relato.

El periodismo personal o literario más allá de la información escueta (que responde al qué, quienes, cuándo y dónde) atiende al cómo y al por qué, motivadores de la historia y del ensayo, del relato y el razonamiento.

Auster accedió a conversar con Siegumfeldt si sus respuestas se restringían al qué, al cuándo y al dónde. “La gente pregunta por qué, y nunca sé contestar. El cómo también puede ser bastante problemático”.

La misión del buen periodista es ir, como reportero, al lugar de los hechos en representación de sus lectores, porque estos no pueden ir.

Lo que no debe hacer jamás ese periodista es activismo político o panfletero porque alejará a sus receptores del camino de la verdad, cuando su pacto tácito y sagrado ha sido transmitirles los hechos, de modo que ellos puedan formarse su propia opinión.

Heriberto Fiorillo

Escritor, editor y gestor cultural. Autor de La Cueva, crónica del Grupo de Barranquilla; Arde Raúl, la terrible y asombrosa historia del poeta Raúl Gómez Jattin; Nada es mentira; Cantar mi pena; La mejor vida que tuve; y El hombre que murió en el bar. Cineasta, guionista y director de Ay, carnaval; Aroma de muerte y Amores lícitos, entre otros. Es director de la Fundación La Cueva y del Carnaval Internacional de las Artes.

 

 

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