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El fútbol femenino en Colombia empieza a dar muestras de gloria, pero detrás del espectáculo deportivo se esconden muchos sinsabores.

La Selección Colombia femenina de fútbol jugó bonito e ilusionó, pero al igual que otros deportes con participación de mujeres, en nuestro país abundan las historias de falta de apoyo y acoso sexual a las deportistas.

“Tuvieron que pasar 21 años y que aparecieran las mujeres para volver a jugar una final de una Copa América de Fútbol. Aseguran además Mundial y Olímpicos, lo que no pudieron hacer muchos ‘ídolos de barro’ lo lograron ellas. Felicidades”. Esto escribió el periodista deportivo Carlos Antonio Vélez luego del triunfo de Colombia ante Argentina en la semifinal de la Copa América femenina recientemente disputada.

Viernes, 8 de julio. Estadio Pascual Guerrero de Cali. Lleno hasta las banderas para el partido inaugural, Colombia contra Paraguay. Sentí emoción al ver a ese grupo de mujeres luchadoras y excelentes futbolistas levantando su puño en señal de protesta por el trato inequitativo, la discriminación y la persecución de la que son víctimas. Ese mismo grupo de mujeres llegaría a la final donde fueron derrotadas por un muy estrecho margen ante Brasil. Dejaron sudor, lágrimas y todo su pundonor en el terreno, dando una lección de compromiso y dignidad.

Las deportistas colombianas no solo se destacan en el fútbol. Cuatro de las cinco medallas de oro olímpicas que tiene Colombia las han conseguido mujeres. Maria Isabel Urrutia (la primera), Ministra del Deporte designada; Mariana Pajón (dos veces), y Caterine Ibargüen representan los más altos logros del deporte Olímpico colombiano. Las mujeres también tienen la mitad de las medallas obtenidas por el país en esos juegos. Hay una característica común en sus historias, han sido campeonas a pesar de las adversidades y obstáculos, muchos relacionados con su condición de mujer.

Aunque no se pueden negar avances a nivel de apoyo deportivo, como los recursos que reciben los deportistas que hacen parte del ciclo olímpico, los éxitos se deben mucho más a esfuerzos individuales.

Las deportistas colombianas deben luchar contra el machismo rampante y el infame acoso sexual. Según el Ministerio del Deporte hay una denuncia de acoso cada 5 semanas. Una de las más recientes contra un entrenador de atletismo en la liga de Santander habla de “maltrato infantil, violencia contra la mujer, explotación laboral, tratos inhumanos y acoso sexual”. De los resultados de las investigaciones y condenas se conoce poco. Muchas historias permanecen ocultas, cubiertas por el velo de la incredulidad.

La falta de apoyo para el desarrollo del deporte femenino son evidentes. El equipo femenino de baloncesto Atlantes de Barranquilla quedó de campeón nacional pero no solamente no va a poder representar a Colombia en la Copa Sudamericana, sino que además cancelaron el torneo nacional del segundo semestre. Cualquiera que vaya en las tardes al estadio Suri Salcedo de Barranquilla puede ver a estas jugadoras entrenando con gran disciplina. Me pregunto entonces, dónde quedan las ilusiones de este grupo de deportistas y las de miles de niñas y mujeres que se entrenan y sacrifican en muchos deportes para luego mendigar apoyos que casi nunca llegan.

La Selección Colombia femenina de fútbol jugó bonito e ilusionó, pero al igual que otros deportes con participación de mujeres, en nuestro país abundan las historias de falta de apoyo y acoso sexual a las deportistas.

El tema no es de falta de dinero. El deporte femenino ya representa una gran oportunidad en términos económicos. A nivel internacional la audiencia de distintos deportes viene creciendo más que el masculino. Se calcula que la Copa Europa de fútbol de mujeres, que también se jugó en este mes de julio, fue vista por más de 250 millones de personas, un incremento en la audiencia de casi el 50 % con respecto al último torneo y llenos en muchos estadios

Se estima que para 2030 el fútbol femenino superará en audiencia a muchos deportes masculinos. Y no solo eso, según un artículo de la revista The Economist, buena parte del público es nuevo. Desde una perspectiva de mercadeo hay estudios que muestran que quienes ven deporte femenino tienen un 25 % más de probabilidad de comprar los productos que se publicitan. En otras palabras, el retorno a la inversión puede ser muy alto.

Todavía en la mayor parte de los países y deportes, las mujeres no pueden vivir de lo que ganan como deportistas. El tenis es tal vez el único deporte donde las mujeres ganan igual que los hombres, resultado de una larga lucha que hoy hace que los torneos femeninos atraigan un público importante, generando un nuevo mercado.

En Colombia, a pesar de los éxitos de la selección femenina de fútbol, hay toda clase de obstáculos para ellas. Varias de las mejores jugadoras como Yorelys Rincón fueron vetadas de la selección por exigir derechos. Es como si se decidiera dejar por fuera a Luis Díaz y a Juan Guillermo Cuadrado por pedir un mejor trato. La historia de Leicy Santos, quien lleva el número 10, es un ejemplo de lo duro que resulta salir adelante para una mujer. Oriunda de Lorica, Córdoba, jugaba descalza entre hombres, resistiendo el matoneo y la pobreza. A punta de tesón y sacrificios Leicy juega ahora en el Atlético de Madrid.

Colombia es hoy subcampeona de América. Finalizado el torneo las jugadoras que no juegan en el exterior deberán buscar otros oficios para sobrevivir. Los directivos y los clubes de la Federación han dicho que no habrá torneo en la segunda mitad del año. La inversión, aducen, está entre los $3.000 y $4.000 millones para una organización que tiene ingresos por, óigase bien, ¡$153.000 millones! No hay ninguna mujer en la Federación Colombiana de Fútbol, ni en la Dimayor, instituciones muy criticadas por sus formas y sus resultados. Nuestros dirigentes no vislumbran ni siquiera el futuro que ya en otros países es una exitosa realidad.

La designada Ministra del deporte, Maria Isabel Urrutia, y el mismo presidente Petro han anunciado que sí habrá liga. ¿Veremos el tercer tiempo?

Arnold Gómez Mendoza

Empresario, PhD en Economía de New York University, profesor de la Universidad del Norte.