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Diego Antonio de Castro Palacio (Barranquilla, 14 de octubre de 1853 – 23 de febrero de 1922), militar y político colombiano, fue el primer Gobernador del departamento de Atlántico en 1905. En 2022 se cumplen 100 años de su fallecimiento.

El 24 de octubre de 1899, en plena Guerra de los Mil Días, liberales revolucionarios y conservadores gobiernistas se enfrentaron en la llamada batalla fluvial de Los Obispos. El veterano general barranquillero Diego de Castro –fallecido hace un siglo–, al mando de los navíos Hércules y Colombia, aplacó el levantamiento liberal y su intento por tomarse el río Magdalena.

Los primeros combates fueron ampliamente favorables para los liberales, lo cual convenció al médico Vengoechea de que sin duda posible la naturaleza lo había dotado con una insólita clarividencia militar. El primero se libró en Magangué a puro filo de machete. Los revolucionarios aprovecharon admirablemente el factor sorpresa y al cabo de un par de horas el cuartel estaba tomado y no quedaba un godo con la testa en su lugar. En El Banco se repitió la escena, lo cual les hizo pensar que estas dos sólo eran el prefacio de una resonante cadena de victorias.

Pero fue entonces cuando su suerte propicia comenzó a darles la espalda. El veterano general conservador Diego A. de Castro rompió el bloqueo del Hércules y el Colombia y se lanzó a la persecución de los liberales. Y aquí empezó la tragicomedia. Las dos flotas se encontraron en el sitio de Los Obispos , no lejos de Gamarra, y la orden del médico guerrero fue arremeter contra las naves gobiernistas con el fin de abordarlas y someterlas. El general de Castro adivinó las intenciones de los revolucionarios y, como ya era bien entrada la noche de ese 19 de octubre de 1899, hizo apagar las luces de sus buques con la obvia finalidad de burlar la embestida de los vapores enemigos, y en este punto acaeció lo inverosímil, lo inaudito. El doctor Vengoechea avanzó con todas las luces de sus barcos en su máximo esplendor como si en vez de navíos de guerra fueran portadores de una delirante carnestolenda fluvial. Por supuesto, el general Diego de Castro y sus godos se estremecieron de júbilo y se aprestaron para la matazón. Sin apagar una sola luminaria, los buques revolucionarios trompicaron desgobernados unos contra otros, mientras desde la tiniebla una borrasca de metralla, tan certera como devastadora, horadaba cascos y abatía a los hombres que, enloquecidos, se iban desplomando cual monigotes de feria, en tanto que agitaban los machetes sin concierto o disparaban en la oscuridad sin atinarle al enemigo invisible que los diezmaba con sevicia.

Y como muchos de los combatientes revolucionarios caían a las aguas abatidos por las balas o malamente heridos, los caimanes, que entonces habitaban tranquilos en las riberas del Magdalena, se dieron una panzada de liberales que aplacó por muchos días su gula de saurios insaciables.

Y nadie, salvo los godos con sus impactos, apagaba las luces de los buques liberales, algunos de los cuales ya se habían ido a pique o encallado. Y la matanza no cesaba. Y como muchos de los combatientes revolucionarios caían a las aguas abatidos por las balas o malamente heridos, los caimanes, que entonces habitaban tranquilos en las riberas del Magdalena, se dieron una panzada de liberales que aplacó por muchos días su gula de saurios insaciables. Y llegó la madrugada. Los difuntos, mal contados, ya pasaban de quinientos, debido a lo cual el médico Vengoechea mandó izar la bandera blanca, habilitando para el efecto los calzoncillos de un sargento muerto. Los caimanes ahítos retornaron a los playones para disfrutar una siesta inacabable. El doctor Vengoechea abrió de nuevo su consultorio en Barranquilla y sus pacientes regresaron, asiduos y puntuales como siempre. Más aún: se dice que entre ellos empezó a contarse el general Diego A. de Castro y que, ya en tiempos de paz, los dos antiguos adversarios solían intercambiar consejos sobre los cuidados de la salud y la oportunidad con que se deben encender y apagar las luces según las circunstancias.

Y por mucho tiempo, entre Gamarra y Bocas de Ceniza, los ribereños afirmaron que en las noches bajaban por la corriente del río unos barcos fantasmas constelados de luces, que los curas de la región identificaban con las almas en pena de los masones muertos al margen de la gracia divina en el combate de Los Obispos.

Alfredo Iriarte

(Bogotá, 1932 – 1 de diciembre de 2002) historiador y escritor colombiano autor de crónicas, revisiones y semblanzas históricas; cuentos, ensayos, anécdotas y novelas. El humor negro, la sátira y la ironía fueron inherentes a su producción literaria.