El uso de la bomba atómica en el siglo XX abrió la puerta de una nueva era de temores pero al mismo tiempo de avances científicos.
¿Se debía arrojar o no la bomba atómica? En agosto de 1945 Japón todavía no se había rendido y se estimaba que una invasión al país nipón le costaría la vida a 1.5 millones de soldados norteamericanos, y 18 meses adicionales de guerra.
Los dilemas de la bomba atómica los conocí de cerca con mi padre, Jesus Alfredo Rodriguez, quien participó en este proyecto. El nace en 1923 en Sancti Spiritu, Cuba, y poco después de graduarse de bachillerato se va a Chicago a estudiar ingeniería eléctrica en algún momento, estimo que en 1943, lo contratan en el Proyecto Manhattan –la iniciativa secreta del gobierno de los Estados Unidos que buscaba construir la primera bomba atómica– como dibujante de ingeniería responsable de mantener actualizados los planos eléctricos de la subestación eléctrica en la planta en Oak Ridge, Tennessee, encargado de la supervisión de seis dibujantes ingenieros eléctricos norteamericanos. En esta planta se producía el uranio enriquecido, la materia prima para la bomba atómica, y consumía más energía que toda la ciudad de Nueva York. El proyecto en su pico tuvo 150.000 personas trabajando, y mi padre fue uno de ellos. Las actividades e identidades de estas personas eran consideradas secreto de Estado, y tenían muchas restricciones. Mi padre no se podía mover a más de 30 millas de Chicago. Alrededor de 1947 fallece en Cuba su madre, mi abuela, y no le es permitido asistir a su funeral. Pudo visitar Cuba y ver a su familia solo hasta 1950. Poco después entra a trabajar con una multinacional de generación y distribución de energía eléctrica, que en 1954 le ofrece un trabajo en Barranquilla con la Colombiana de Electricidad.
Mi padre nos habló de su participación en el Proyecto casi 50 años después. Quizá en ese momento sentía que ya podía hablar del tema, aunque realmente no sé por qué decidió contarnos. Él perteneció a la generación silenciosa, aquella que expresaba muy poco de sí mismos, y mucho menos de sus emociones. Lo que describo líneas arriba es el resumen de las pocas veces que nos habló del tema. Siempre empezaba diciendo: “Realmente no sabíamos que estábamos haciendo”, o “Realmente no sabíamos la magnitud de lo que estábamos haciendo”. De alguna manera parecía estar pidiendo perdón por haber participado en el proyecto de construcción de la primera bomba atómica, pero no es tan fácil concluir que su participación en este proyecto fue un error.
El ingeniero eléctrico cubano Alfredo de Jesús Rodríguez del Rey Pérez participó en el proyecto de construcción de la primera bomba atómica. Se estableció en Barranquilla en los años 50 atraído por la música de Nelson Pinedo, cantante de la Sonora Matancera. “Si un barranquillero pone a bailar a Cuba yo tengo que ir a Barranquilla”, afirmó. Foto: archivo familiar.
Mi padre nos habló de su participación en el Proyecto casi 50 años después. Quizá en ese momento sentía que ya podía hablar del tema, aunque realmente no sé por qué decidió contarnos.
Un dilema atómico
Creo que hay que hacer el esfuerzo de ponernos en los zapatos de Oppenheimer, u otro participante del proyecto como fue el caso de mi padre, y enfrentar la circunstancia de tener que decidir. Tuvieron que decidir. No decidir no era parte de las opciones. ¿Qué hacer? Examinemos dos interrogantes: ¿desarrollar o no la bomba?, ¿arrojar o no la bomba?
Sobre el primer interrogante, desarrollar o no la bomba, la opción de no desarrollar la bomba atómica pudo tener como motivo evitar una carrera armamentista y un holocausto. Pero esta carrera armamentista solo se hubiera podido evitar siempre y cuando todas las demás potencias decidieran no desarrollar la bomba. Al no existir esa garantía, Estados Unidos se vio en ultimas obligado a desarrollarla para no quedar en desventaja. Dado el estado de guerra entre la Alemania Nazi y las democracias occidentales, su desarrollo era inevitable.
¿Se debía arrojar o no la bomba atómica? En agosto de 1945 Japón todavía no se había rendido y continuaba luchando hasta el último hombre en cada desembarco que hacían los norteamericanos en su avance hacia Japón. Las opciones en ese momento eran dos, arrojar la bomba, o efectuar una invasión de Japón similar a la invasión a Europa efectuada el 6 de junio de 1944, Dia D en Normandía. La invasión a Japón, la operación Downfall, estaba decidida y programada para el primero de noviembre de 1945. La estimación de muertes era de 1.5 millones de soldados norteamericanos, y 18 meses adicionales de guerra. El dilema estaba entre estas dos opciones, invadir a Japón, o arrojar la bomba.
Como estudioso de la historia militar, encuentro muy diciente que nunca se haya vuelto a usar la bomba desde su primer uso en Japón, a pesar de que existen cada vez más potencias nucleares. Una de las razones de esto podría ser porque militarmente no es tan útil. La bomba atómica ofrece un problema logístico de muy difícil solución. La nube radioactiva no se puede controlar, la esparce el viento. Rusia hoy tiene ese problema con Ucrania, los vientos en esa región van en dirección a Rusia. En el accidente nuclear de Chernóbil, en el norte de Ucrania, la gran mayoría del impacto radioactivo afectó a Rusia y a varias naciones europeas.
80 años después de haber abierto la caja de pandora atómica, además de vivir bajo su amenaza, también gozamos de muchos avances científicos que posibilitaron el desarrollo de la energía atómica, la cual forma parte de la aventura del progreso. A pesar de los ocasionales trompicones, el arco de la historia de la humanidad siempre ha sido de constantes avances y mejoras.
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Alfredo Rodriguez Gonzalez-Rubio
Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes, consultor financiero del Banco Interamericano de Desarrollo. Máster en Historia en progreso, Southern New Hampshire University.