El derecho de las personas a manifestar, difundir o decir lo que piensan es conocido como libertad de expresión. En palabras del escritor y periodista británico George Orwell “libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”.
Como la libertad civil y política, la libertad de expresión ha estado presente en las luchas sociales. Inicialmente, en el siglo XVIII de la mano de las revoluciones burguesas. Luego, en el siglo XX como punta de lanza para hacer frente a los sistemas totalitarios. Posteriormente fue reconocida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como el derecho a opinar y expresarse, que además incluye el derecho de no ser molestado a causa de estas opiniones, y el de investigar y recibir informaciones y difundirlas, sin limitación de fronteras y por cualquier medio de expresión.
En democracia, este derecho resulta fundamental porque permite el debate, la discusión y el intercambio de ideas en torno a temas de interés público entre diferentes actores de la sociedad. Es precisamente por esto que no podemos considerar como democrática una sociedad donde no haya libertad de expresión, o donde las personas sean censuradas, hostigadas o perseguidas por expresar lo que piensan.
No podemos considerar como democrática una sociedad donde no haya libertad de expresión, o donde las personas sean censuradas, hostigadas o perseguidas por expresar lo que piensan.
No obstante, el expresarnos libremente, trae consigo deberes y responsabilidades fundamentales para proteger los derechos de los demás. Por ejemplo, desatienden estos principios quienes hacen apología al odio, manifiestan intolerancia racial, sexual o religiosa, generan propaganda a favor de la guerra o quienes incitan a la violencia.
Estos excesos son los que la profesora Susan Benesch ha llamado «discurso peligroso», muy común hoy en las redes sociales, lo que implica un nuevo dilema: ¿cómo garantizar la libertad de expresión, sin hacerle daño, es decir, sin recurrir a la censura? La respuesta de Benesch es a través del “contra discurso”: respondiendo al odio con empatía e interpelando estas narrativas, haciendo contrapeso, buscando deslegitimar en lugar de reprimir la expresión dañina, incorporando incluso el humor.
Por otro lado, la libertad de expresión en sociedades democráticas también implica el derecho de investigar y difundir informaciones sin obstáculos, y sin el hostigamiento que termina en autocensura de los medios de comunicación, tanto escritos como digitales.
Hemos conocido cómo gobiernos de corte autoritario vienen atacando la libertad de expresión indirectamente. Por ejemplo, con el control del suministro de papel para la prensa o con la suspensión de licencias y uso de frecuencias en el caso de la radio; todo esto, con el objetivo de impedir la libre difusión de ideas y opiniones.
La libertad de expresión en sociedades democráticas también implica el derecho de investigar y difundir informaciones sin obstáculos, y sin el hostigamiento que termina en autocensura de los medios de comunicación, tanto escritos como digitales.
Aún en los sistemas democráticos, existen mecanismos más sutiles a través de los cuales se atenta contra la libertad de expresión. Cuando grandes corporaciones terminan de socios mayoritarios de medios de comunicación e imponen la línea editorial, o cuando accionistas mayoritarios mezclan negocios con política, creando opinión a su favor, o cerrando el espacio a voces críticas, o por medio de la censura indirecta, presionando a periodistas para que tengan en cuenta ciertos intereses antes de publicar. Es allí, cuando se confunde la libertad de expresión con la libertad de presión, parafraseando a Eduardo Galeano.
Por ello, esta libertad en el contexto actual va más allá de la posibilidad de opinar y de expresarse sin presiones autoritarias, e incluye las formas y mecanismos para hacer frente a los discursos de odio y a la existencia de medios de expresión, donde no haya presiones, ni intereses ocultos con garantías para investigar e informar. Cada esfuerzo que hagamos para garantizar esto, en términos de Benjamín Cardozo, es proteger la matriz, la condición indispensable de casi cualquier otra forma de libertad.
Ángel Tuirán Sarmiento
Docente e investigador. Máster en Administración Pública y Doctor en Derecho Público de la Universidad Grenoble Alpes (Francia).