La escritora cartagenera Margarita García Robayo. Foto: Alejandra López.
“Tengo una relación contradictoria con el Caribe, nunca me sentí del todo cómoda allí pero no puedo vivir sin el”
El oficio de escritora, los temas, y su geografía creativa, en un diálogo con la escritora cartagenera Margarita García Robayo.
Leer a Margarita García Robayo (Cartagena, 1980) en Primera persona (Laguna libros, 2018), es encontrar en ella la valentía de una mujer que ha sabido desnudarse a través de las palabras. Sus textos están cargados de cierta honestidad que invita al lector a descubrir la belleza de la complejidad humana. Para esta escritora Caribe radicada hace 15 años en Buenos Aires, saltar de la primera persona en singular a la primera persona del plural es una de sus mayores motivaciones, pues, afirma: “no sirve de nada que la experiencia se agote en uno”.
Margarita es autora de las novelas Hasta que pase un huracán, Tiempo muerto, Educación sexual y Lo que no aprendí. Dentro de sus libros de cuentos se destacan títulos como Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza, Las personas normales son muy raras, y Cosas peores, éste último galardonado con el premio de literatura Casa de las Américas. Su obra ha sido publicada en Colombia, Argentina, México, Perú, Italia y España y ha sido traducida al inglés, francés, portugués, italiano, hebreo, turco y chino. Contexto dialogó con ella sobre su proceso creativo, su vida en Buenos Aires y sobre Primera persona, un libro escrito desde la intimidad que aborda temas como la maternidad, la lactancia, la relación con su padre, la iniciación sexual, la locura, y la contradictoria relación de la autora con el mar.
Portada del libro de Margarita García Robayo.
Mi relación con el mar se puede extrapolar también a mi relación con el Caribe, con haber nacido acá, con haberme ido y es esa relación contradictoria, quizá, de saber que uno es de un lugar determinado, imposible de prescindir.
¿De dónde nace la idea del libro?
Sino estoy mal, creo que la idea de armar este libro fue de Felipe González, de Laguna libros. Alguna vez nos vimos en México y me dijo qué tienes, y le dije, no tengo nada, sólo estoy escribiendo estos textos, y ahí creo que se nos ocurrió algo a los dos. Le dije que por ahí podía hacer algo con esos textos que están publicados en Brasil, llevo años escribiendo eso. Y él me dijo, bueno, listo, lo quiero. Un poco armamos el libro entre los dos. Al libro le ha ido super bien. En España fue increíble, ha tenido buena crítica, lleva cuatro ediciones, impresionante.
¿Primera persona se puede considerar un libro autobiográfico?
Yo no creo que sea autobiografía lo que escribí, a mí me gusta hacer esa distinción. En general, los autores que hacen autobiografía lo hacen desde un lugar ya transitado en determinado momento de su vida en el que han adquirido, quizá, cierto conocimiento, cierta iluminación que les permite mirarse a sí mismos hacia atrás y decir bueno, desde este lugar ahora puedo contarme. Los textos de Primera persona, salvo el último capítulo, que sí puede ser un poco más autobiográfico, los escribí mientras estaba transitando la situación. Me estaban pasando esas cosas y en la medida que me pasaban, me decía, tengo que escribir sobre esto. Un ejemplo podría ser el texto de amamantar a mi hijo, o mientras me estaba mudando.
Hay cierta desnudez en tus relatos, ¿qué buscas con tu escritura?
A mi me gusta la escritura desde la experiencia, de lo que te está pasando y reflexionar sobre ello, in situ, en el momento. Siempre quise escribir desde una experiencia personal, pero con la ambición de que ese yo se convirtiera en un nosotros. Si uno tiene la aspiración de que eso se convierta en un texto narrativo, en literatura, en algo que conmueva, tiene que pensar que la experiencia no se agote en uno sino que la experiencia sea representativa o sintomática de algo que nos pasa como sociedad. Yo creo que lo que yo y cualquiera necesita para escribir es tener algo que decir, poder identificar cuales son sus preocupaciones en el mundo.
¿Y cuáles son tus preocupaciones?
Mis preocupaciones varían según el momento, pero claramente hay algo de búsqueda, de pertenecer y no pertenecer, del vínculo. Por ejemplo, me interesa mucho el modo como se relacionan las personas en entornos familiares, en entornos de pareja, padres con hijos, hijos con padres. Me interesan las geografías marginales, no los lugares céntricos. En general no menciono mucho los lugares geográficos donde suceden las cosas en mis libros, no tienen nombre, pero es fácil leer que son lugares periféricos. Nunca son lugares centrales, siempre son lugares donde no llegan del todo las cosas porque creo que uno crece distinto cuando recibe cosas que siempre vienen de afuera. Cartagena, por ejemplo, es un lugar marginal en el mundo, realmente es un lugar muy aislado. Todo lo que recibes lo recibes de afuera, siempre estás esperando algo que te salve y no termina de llegar. A eso le llamo yo un lugar periférico. También me interesa mucho el comportamiento de la clase media, sus preocupaciones, el modo en que hablan.
Mencionas en tu obra que nunca aprendiste a nadar, pero sabes que no te vas a ahogar. ¿Qué relación tienes con el mar?
Mi relación con el mar se puede extrapolar también a mi relación con el Caribe, con haber nacido acá, con haberme ido y es esa relación contradictoria, quizá, de saber que uno es de un lugar determinado, imposible de prescindir. Pero sí tengo una relación contradictoria porque si bien es algo de lo que no puedo prescindir —lo tengo muy presente en mi vida diaria—, es algo con lo que nunca me sentí del todo cómoda. El lugar en el que nacimos está lleno de contradicciones en sí mismas. Es un lugar que más allá de la crianza que hayas tenido, en mi caso muy tradicional, muy de colegio católico, siempre me generó un montón de ambigüedades. Cuando sales un poco al mundo y comienzas a ver que las cosas no son tan así, empiezas a preguntarte por esa especie de arraigo que supuestamente hay que tener frente a lo propio, aún cuando eso propio te genera tanto rechazo.
¿Qué ha significado Buenos Aires para ti?
Buenos Aires fue el lugar en el que pensé seriamente que podía dedicarme a escribir. En Colombia, por lo menos en mi época, era más difícil pensar en la literatura como una opción de vida o como un oficio. Si yo decía eso en mi casa, me decían: bueno sí, escribe, pero mejor estudia algo. ¡Los papás siempre temerosos por uno y por su destino! Y yo cumplí mandato. Estudié derecho, después periodismo y sólo hasta llegar a Buenos Aires, solamente hasta llegar allí dije, bueno, no es tan loco ni extravagante. Había un montón de gente como yo queriendo hacer lo mismo, no era una cosa de locos. Entonces naturalizar eso, saber que no era una excentricidad, que era cuestión de sentarse a trabajar como cualquier otro oficio, me ayudó a tener seguridad y decir: lo intento, lo máximo que puede pasar es que no salga y ya está. Creo que es eso, sacarle peso a la decisión. No es que voy a ser escritora, es que voy a intentar escribir y voy a ver como sale.
Buenos Aires fue el lugar en el que pensé seriamente que podía dedicarme a escribir. En Colombia, por lo menos en mi época, era más difícil pensar en la literatura como una opción de vida o como un oficio. Si yo decía eso en mi casa, me decían: bueno sí, escribe, pero mejor estudia algo.
Volviendo a tu libro, ¿cómo fue el proceso editorial?, ¿qué esperas de un editor?
A veces lo que uno está buscando en un editor es que te diga esto está bueno, pero te iría mejor si te dijera tal personaje te sobra, por qué no lo sacas; ojo que se te va el punto de vista. A veces uno necesita alguien que lo oriente porque uno muere solo abrazado a su idea. Yo también creo mucho en ese trabajo de taller. Ya no lo hago, pero cuando yo empecé a escribir fui a un taller en Buenos Aires de una escritora que se llama Liliana Heker. Me ayudó mucho porque uno hacía circular el material. De lo contrario uno se queda sólo, atrapado en ese supuesto. Uno además puede ser o muy autoindulgente o muy autoflagelante, te das con un palo, o dices ah no, esto no lo entendió nadie porque son tontos, porque soy la única que lo entiende. Hacer circular el material, cosa que sucede en un entorno de taller o con un muy buen editor, le puede hacer muy bien a ese material, pero no siempre sucede.
Encontré en la lectura de Primera persona cierta fascinación que me llevó a compartir tu libro con mi pareja, pero en él no tuvo tanto eco como en mí. ¿Crees que tus libros están escritos para un público femenino?
Nunca sé y nunca me lo pregunto. La verdad es que no sé si es algo que fui madurando a lo largo de la vida o nunca lo tuve, pero realmente, aunque parezca una pose y una frase hecha, no me preocupa nada la mirada del otro. Las críticas las leo alguna vez, pero no me cambia la vida, no me modifica nada. Y cuando escribo, en general no pienso en quién lo va a leer, en que si va a gustar, si va a afectar a alguien. Escribo para poner esas preocupaciones afuera y tratar de hacer algo con eso, de formularme preguntas para tratar de entender algo. No sé si alguna vez llegaré a un nivel de entendimiento tal, pero mientras siga la búsqueda me parece que voy a seguir escribiendo. Si tuviera todas las respuestas realmente no estaría estimulada para seguir buscando. Ese grado de insatisfacción que te plantea el hecho de no tener las cosas resueltas, de no tener las respuestas, creo que es un motor importante en mi escritura.
Andrea Quintero Angulo
Comunicadora Social y Periodista de la Universidad del Norte, Magíster en Desarrollo y Cultura de la Universidad Tecnológica de Bolívar. En los últimos años se ha desempeñado en cargos de promoción, comunicaciones y relaciones públicas de eventos culturales en Barranquilla como la Feria del Millón Caribe y el Carnaval Internacional de las Artes. Artículos suyos han sido publicados en las revistas Actual, y Latitud de El Heraldo.