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Annette Idler, PhD en Estudios de Desarrollo de la Universidad de Oxford es autora del libro «Fronteras rojas. Una mirada al conflicto y el crimen desde los márgenes de Colombia, Ecuador y Venezuela».

Annette Idler, directora de estudios del Changing Character of War Centre de la Universidad de Oxford, en la entrevista de Contexto.

Miles de migrantes haitianos varados en Necoclí, en el Uraba antioqueño; la delicada situación en la frontera colombo – venezolana, y, más recientemente, las impresionantes imágenes de caravanas de migrantes cubanos, nicaragüenses y haitianos siendo bloqueadas por agentes de la patrulla fronteriza en límites entre México y Estados Unidos, reflejan la gravedad de una crisis migratoria que se extiende por toda la región y de la que Colombia no escapa.

Contexto dialogó con la académica alemana Annette Idler, PhD en Estudios de Desarrollo de la Universidad de Oxford, directora de estudios del Changing Character of War Centre y Senior Research Fellow en Pembroke College y en el departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad de Oxford, acerca de la delicada situación fronteriza colombiana con Venezuela, Ecuador, y Panamá.

En diálogo con Idler, quien también es investigadora visitante en el Weatherhead Center for International Affairs de la Universidad de Harvard, la académica resalta la capacidad de resistencia y adaptación de muchas comunidades fronterizas que han sabido sobreponerse a la marginación, la estigmatización y la inseguridad, y cómo muchas de ellas han logrado mejorar su situación laboral y de seguridad gracias a sus propios esfuerzos, pero también de los inmensos retos que las fronteras colombianas tienen y que requieren más acción y menos retórica por parte del Estado.

Redacción Contexto: En un aparte de tu libro Fronteras rojas. Una mirada al conflicto y el crimen desde los márgenes de Colombia, Ecuador y Venezuela, citas a El País de España, que describe la frontera con Venezuela como “uno de los 7 infiernos sobre la tierra que jamás se debería visitar”. No siempre fue así. ¿Compartes esta apreciación?, ¿desde cuándo se volvió un “infierno”?

Annette Idler: La comparto parcialmente. Como explico en el libro, en la frontera con Venezuela el “infierno” es menos visible que en otras fronteras del mundo, pero desafortunadamente es lo que mucha gente vive. Siguen los desplazamientos por enfrentamientos violentos, sigue el temor de la gente por no saber quien mandará en su pueblo el día de mañana, y sigue el abuso en los pasos fronterizos por parte de grupos criminales.

Con la crisis en Venezuela la situación empeoró, sobre todo en el contexto de los cierres de la frontera en 2015 y más recientemente debido a la pandemia. Grupos armados se aprovechan de que, por ejemplo, migrantes y refugiados venezolanos tienen que pasar por las trochas, los cruces transfronterizos informales, para llegar a Colombia. Esto ha conllevado a una situación en la que los niños son víctimas de redes de trata de personas, las mujeres de abuso sexual, y la gente en general está siendo extorsionada.

R.C.: A la situación de las fronteras con Ecuador y Venezuela se añade ahora el problema de los migrantes en la frontera con Panamá, en la zona más pobre de nuestro litoral Pacífico. Además de ayudas de la comunidad  internacional es urgente una acción más profunda y efectiva del Estado en nuestras fronteras. ¿Cómo hacer una intervención efectiva en estas zonas fronterizas?

A.I. Hay que empezar por escuchar a la gente de la región. Desafortunadamente, uno de los problemas más graves sigue siendo el desconocimiento por parte del gobierno de las realidades en las zonas marginales del país. Pienso que deberían empezar por mostrar interés en lo que está pasando en la frontera y mostrar compromiso a largo plazo. Luego, hay que invertir en mecanismos participativos y en educación. También es importante el intercambio de experiencias. Aunque no son iguales, los retos que vemos en las diferentes fronteras tienen aspectos comunes. Hay que mirar la situación de manera holística, pensando en la arquitectura de seguridad de todo el país. Es más, en el caso del tema de las fronteras, hay que asumir una mirada regional que incluya a los países vecinos.

 

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Necoclí, en el Uraba antioqueño, es punto de escala para migrantes cubanos, nicaragüenses y haitianos en tránsito hacia los Estados Unidos. 19.000 migrantes se encuentran represados en un municipio de 71.000 habitantes.

“Un campesino que siembra coca en el Catatumbo o en el Putumayo no va a empezar a cultivar bananos o café si no hay carreteras para llevar los productos al mercado. Y tampoco va a producir tomates o huevos si no hay electricidad para refrigerar la mercancía en neveras”.

¿No te parece que no tener ningún tipo de relación diplomática con Venezuela dificulta hacer frente a la situación fronteriza?

Sí. No solo no ayuda, sino que también puede crear más problemas. Los sucesos en Apure – Arauca con el choque entre los militares venezolanos y la disidencia de las Farc muestra qué tan delicada es la situación. Si no hay comunicación clara entre los dos países, esos movimientos cerca de la frontera pueden generar malentendidos entre los militares de los dos lados de la frontera que podrían tener graves consecuencias, incluso serían la causa de enfrentamientos entre los ejércitos de ambos países. Esto no le serviría a nadie. Es muy importante siempre tener un canal de comunicación abierto entre Colombia y Venezuela. Y mientras no exista relación diplomática, hay que al menos tratar de fomentar los lazos binacionales que existen a nivel local y regional, por ejemplo, a través de organizaciones de la sociedad civil, la iglesia, el comercio, o la academia.

Los negocios ilícitos en las fronteras tienen muchas aristas, pero el tráfico de drogas es el más grande. Esta lucha que parece perdida le ha costado demasiado a Colombia. No podemos seguir creyendo que la solución es fumigar. ¿Hacia donde vamos?, ¿cómo acabar con estas bandas criminales?

Fumigar seguramente no es la solución. Como dije antes, hay que invertir en la economía legal, en oportunidades de trabajo, y para eso hay que empezar con inversiones en el desarrollo de estas regiones. Un campesino que siembra coca en el Catatumbo o en el Putumayo no va a empezar a cultivar bananos o café si no hay carreteras para llevar los productos al mercado. Y tampoco va a producir tomates o huevos si no hay electricidad para refrigerar la mercancía en neveras. En tal situación, siempre será más fácil cultivar coca sobre todo en los casos que alguien llega a su pueblo a recoger la mercancía.

Hay que, primero, invertir en desarrollo sostenible y también promover la economía legal, incluyendo el comercio transfronterizo legal. Además, hay que entender que el negocio de las drogas no es algo aislado sino que está interconectado con otros negocios ilegales, como el contrabando de gasolina, la trata de personas, o el trafico de armas. Son redes de crimen organizado interconectadas.

¿Qué estamos haciendo mal en el llamado posconflicto? ¿Y qué estamos haciendo bien?

Quiero decir que no lo llamaría “posconflicto” sino más bien “posacuerdo”. El conflicto con el ELN se mantiene, al igual que otras situaciones de alteración del orden público en muchas partes del país.

Falta un consenso en el país, un sentido de unión para conjuntamente hacer frente a las dificultades y seguir adelante. La polarización no ayuda mucho.
Por el lado positivo, a pesar de todos los hechos graves que ocurrieron durante las protestas, son impresionantes los movimientos sociales y cómo demuestran que sí es posible hacer demandas políticas sin recurrir a la violencia. También, en general y a pesar de las dificultades, el proceso de desmovilización y reintegración ha funcionado bien. Es normal en países con procesos como este que hayan combatientes que no quieren desmovilizarse y prefieren unirse a las disidencias. Lo importante es no dejar crecer esas disidencias y mejorar las garantías de seguridad para los excombatientes que sí se quieren reintegrar.

Terminado el conflicto con las Farc era de esperarse que otros grupos armados tomaran su lugar como “ protectores” ilegales de la gente. ¿Había manera de contrarrestar esta situación?

Yo creo que sí. En 2017 el Estado colombiano tuvo la oportunidad de llegar a esos lugares donde antes mandaban las Farc, hacer presencia y ganarse la confianza de la gente, pero desafortunadamente a muchos lugares llegaron actores armados no estatales primero. Es cierto que hubiera sido muy difícil llegar a todas las regiones rápido, simplemente porque son regiones a las que es muy difícil acceder por la falta de infraestructura vial y la geografía. Sin embargo, con más esfuerzos para llegar al menos a algunas regiones, todo hubiera sido diferente. No es demasiado tarde aún. Todavía se puede hacer algo. Se puede y se debe invertir en estas zonas marginadas con servicios básicos, infraestructura vial y presencia civil del Estado. Esto no va a traer resultados inmediatos, pero a largo plazo beneficiará a todo el país.

 

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Para Annette Idler el compromiso del Estado colombiano y una fluida interlocución con las comunidades fronterizas son la clave para una efectiva gestión de la situación de las fronteras colombianas.

“En lugares como Cúcuta o Puerto Asís, los grupos de crimen organizado fácilmente reclutan a jóvenes porque muchas veces estos lo ven como una manera para tener un ingreso. La violencia existe por la impunidad y la falta de instituciones civiles del Estado”.

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Portada del libro de Idler, publicado por Penguin Random House.

La investigación contenida en tu libro arroja luces sobre la violencia y el crimen desde una mirada distinta, la de la periferia. ¿Mirarla así puede ayudar a entender lo que pasa en el resto del país?

Sí, puede ayudar mucho. Lo que sucede en la periferia es un caso extremo de lo que sucede en otras partes del país. Mi investigación se concentra en los márgenes geográficos. En parte, la economía ilícita existe allá por la falta de oportunidades económicas legales. En lugares como Cúcuta o Puerto Asís, los grupos de crimen organizado fácilmente reclutan a jóvenes porque muchas veces estos lo ven como una manera para tener un ingreso. La violencia existe por la impunidad y la falta de instituciones civiles del Estado. El hecho de ser zona de frontera aumenta la inseguridad aún mas, como explico en el libro, pero esas dinámicas no solo existen en las zonas de frontera, sino también en los márgenes sociales al interior del país, por ejemplo, en los barrios pobres de las ciudades grandes como Bogotá o Medellín.

Además, mi investigación nos enseña algo muy importante sobre la relación entre el Estado y la sociedad. Para que pueda funcionar bien esta tiene que ser una relación mutua en la que el Estado escucha a los ciudadanos y tiene en cuenta sus necesidades, y al mismo tiempo los ciudadanos pueden participar en el diseño de políticas públicas. De otra manera puede surgir lo que yo llamo la ciudadanía en la sombra, en la que actores violentos no estatales como la guerrilla o grupos criminales reemplazan al Estado.

Los testimonios que presentas en tu libro son dramáticos. Ciudadanos de las fronteras sometidos al poder de toda suerte de grupos violentos, ante los que deben resignarse. ¿Está lejos el día en que el Estado colombiano pueda garantizar la seguridad a estas personas?

Lo que hemos encontrado en CONPEACE, mi programa de investigación en la Universidad de Oxford, es que, por ahora, en muchas ocasiones las mismas comunidades están mejor preparadas para protegerse a sí mismas que el propio Estado. Pero esto no significa que el Estado no pueda hacer nada. Hay que apoyar las iniciativas de autoprotección que ya existen, y hay que compartir las buenas prácticas entre comunidades de diferentes regiones, como lo hacemos en CONPEACE. Además, hay que repensar la seguridad desde la periferia y tener en cuenta las necesidades de sus habitantes en vez de intentar imponer una visión de seguridad desde el centro que no aplica a los territorios.

Es importante tener en cuenta las experiencias y las percepciones de la gente. Hay que escuchar a las voces de los territorios para poder ajustar las medidas de seguridad a sus necesidades. Como explico en el libro, existen diferentes tipos de inseguridad y hay que entender esto para poder responder de manera adecuada. Podemos distinguir entre tres patrones de inseguridad. Primero, donde hay choques entre grupos armados es importante invertir en la protección física de la gente. Segundo, donde hay alianzas frágiles entre grupos armados, por ejemplo, en Tumaco o en Maicao, es clave fomentar el tejido social de las comunidades porque allá existe mucha desconfianza y no se sabe quién está del lado de quién. Tercero, en lugares donde los actores armados han establecido la ciudadanía de sombra, como es el caso por ejemplo de muchas regiones del Putumayo, es esencial ganarse la confianza de la gente, implantar la legitimidad.