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Foto: Transmetro.

En la capital del Atlántico, la ciudad del progreso, el transporte público no ha sido una prioridad. Sus habitantes pierden más de ocho horas semanales en buses públicos que no son cómodos ni seguros.

El proceso de urbanización en Colombia ha sido continuo, hoy el 75 % de nuestra población vive en ciudades en las que la gente necesita moverse con comodidad y presteza. Por ello, la consolidación de un sistema de transporte urbano de pasajeros eficiente, integrado y de calidad es fundamental para el desarrollo socioeconómico y la sostenibilidad ambiental de cualquier ciudad del país.

Su ausencia incrementa el parque automotor privado, lo que ocasiona congestión vehicular, mayor consumo de combustibles y deterioro de vías, con el agravante de que los recursos públicos no alcanzan para mantenerlas ni para construir soluciones sofisticadas como ampliaciones de calzadas, puentes, o deprimidos.

En cambio, un sistema de transporte público utiliza eficientemente el espacio y el tiempo. Un bus articulado que se desplaza por carriles exclusivos, puede movilizar 180 pasajeros y ocupar 20 metros de vía –muchísimo menos espacio que el que ocuparían 180 carros particulares–, y recorrer mucho más rápido la misma distancia.

Alguien decía, no sin razón, que las ciudades desarrolladas de verdad verdad son aquellas que ofrecen un buen servicio de transporte masivo al alcance de todos sus habitantes. “Buses a todos los barrios”, pregonaban las emisoras barranquilleras hace unos años para promocionar la asistencia de público al querido estadio Tomás Arrieta en las noches. Y en efecto, los había, por eso la gente asistía a béisbol sabiendo que algún bus los llevaría de regreso, en poco tiempo, a su casa.

Ya no es así. Muy lamentablemente, en Barranquilla, la ciudad del progreso, el transporte público no ha sido una prioridad. Es cierto que Transmetro nació limitada, pero ni alcaldes ni gobernadores le han prestado la atención que merece. No se han ampliado las troncales y el servicio es cada vez peor. No sorprende por esto, que, según cifras del DANE, Barranquilla ocupe el penoso segundo lugar entre las ciudades donde las personas más tiempo gastan en transportarse entre el lugar de residencia y el trabajo con ¡47.2 minutos diarios!, solo por debajo de la caótica Bogotá. En otras palabras, un barranquillero pierde en promedio más de ocho horas semanales en un transporte público que, además, ni es cómodo ni es seguro.

Según el boletín de DANE sobre transporte urbano de pasajeros del segundo trimestre del 2022, los sistemas de transporte masivo representaban 93 % de todos los pasajeros diarios movilizados en Bogotá; 73 % en Cali y 68 % en Medellín, mientras que, en Barranquilla, Transmetro solo alcanzaba una lánguida participación del 13 %. ¡Una enorme diferencia! Mientras la ciudad ha gastado millonarias sumas en otras obras, algunas de cuestionable importancia, ha desaprovechado la Ley de metros en la que la nación aporta el 70 % de los costos como es el caso de Bogotá, en construcción, y el de Medellín, en ampliación.

Los problemas de Transmetro

Se partió, en 2004, de un diseño inspirado en Transmilenio, que era un sistema con troncales largas y rutas alimentadoras cortas. Pero las dificultades locales para alcanzar el cierre financiero, el afán político de inaugurar rápidamente su operación, unido a unas proyecciones de infraestructura y autobuses ambiciosas, desdibujaron los componentes técnicos y generaron errores de concepción, lo que resultó siendo todo lo contrario, un sistema con troncales cortas y rutas alimentadoras largas.

Hoy el viejo sistema de buses tradicionales atiende las rutas más apetecidas como la calle 30 o la carrera 53, mientras Transmetro atiende zonas de difícil acceso. No hay ninguna preferencia en el uso de las vías, lo que hace que los alimentadores pierdan su oferta de valor de tránsito rápido y obliguen a los usuarios a padecer de un servicio de muy mala calidad.

Al momento de escribir este texto, de los 284 buses que componen la flota actual de Transmetro, solo circulan 160, con una alta incidencia de varadas por deficiencias en el mantenimiento, lo cual explica en buena parte que, según el más reciente registro oficial, apenas movilice 95.000 pasajeros por día, cuando en su mejor momento eran 145.000 viajeros. Menos del 50 % de los 300.000 usuarios proyectados en el estudio original. Hasta ahora, un lamentable y costoso fracaso.

En este contexto la crisis financiera era previsible. Cifras del ente gestor reportaron un déficit financiero de $21.4 mil millones al cierre de agosto pasado. Por el lado de los operadores, a septiembre el déficit de Sistur se aproximaba a $14.800 millones de pesos, y el de Metrocaribe, el otro operador, superaba los $10.000 millones. Entre ambos tienen una deuda de $70 mil millones de pesos con los bancos por lo que solo pueden disponer del 45 % de los ingresos para mantener su actividad y están sometidos a multas del ente gestor por incumplimientos del contrato. En 2018 se creó el Fondo de Estabilización Tarifaria, instrumento mediante el cual las empresas del sistema tradicional aportan $200 por pasaje para contribuir a la sostenibilidad de Transmetro. Sin embargo, hay empresas que no pagan y fondos que no aparecen. No se ha resuelto nada y el pobre usuario sigue sufriendo.

Oportunidades para recuperar Transmetro han habido: cuando la ciudad se recuperó financieramente, gracias, en buena parte a los altos impuestos que pagan los ciudadanos, no se hizo nada. Ni siquiera para ampliar y organizar el transporte en torno a las troncales.

Barranquilla ocupa el penoso segundo lugar entre las ciudades donde las personas más tiempo gastan en transportarse entre el lugar de residencia y el trabajo con ¡47.2 minutos diarios!, solo por debajo de la caótica Bogotá.

Los alcaldes han pretendido, además, alcanzar el punto de equilibrio cargando al sistema todos los costos operativos, las obligaciones financieras, la inversión y el mantenimiento de tecnología, el costo del ente gestor (Transmetro) y los cargos por infraestructura como estaciones. ¡No se puede pretender que el sistema se mantenga a punta de tarifas, no! Y aquí está el meollo del asunto: las autoridades locales en una noción mercantilista del asunto se escudan en que Transmetro “no cierra” para abandonar el imperativo de tener un transporte público masivo a la altura de la ciudad “imparable”, que dicen que es Barranquilla. Para que estén tranquillos han de saber que en ninguna parte del mundo estos sistemas pueden prescindir del apoyo financiero del Estado. Este es un subsidio inevitable e indispensable. Se trata de ayudar a quienes más lo necesitan. Es más progresivo, necesario y equitativo subsidiar transporte público que canalizar arroyos, embellecer la ciudad, ser dueños de la Triple A y, seguramente, mejor que instalar paneles solares con dineros públicos.

Hace algunos meses el Distrito y la Gobernación del Atlántico recibieron la versión final de un estudio titulado “Gran Barranquilla 2050, una visión metropolitana” con participación de diversas entidades, entre ellas el Maroon Institute of Urban Management de la Universidad de Nueva York, quienes planteaban enfáticamente la necesidad de restaurar y fortalecer las conexiones de transporte público entre la ciudad y los nuevos territorios de desarrollo urbano, entre ellos y dentro de ellos con sistemas colectivos con 30 minutos de viaje como máximo. Esta deber ser una prioridad indiscutida de las administraciones locales, que han preferido gastar plata en otros rubros. Es hora de rescatar las verdaderas prioridades de la ciudad.

Se requiere un paradigma diferente. Volver a la filosofía de más y largas troncales, privilegiar el transporte masivo sobre el tradicional, integrar a municipios del área metropolitana, gestión unificada de la flota, recaudo centralizado y tarifa integrada con algún nivel de subsidio. Aprovechar el vencimiento de las concesiones y la cofinanciación a cargo de la Nación para infraestructura y renovación de flota. Ya no parece que esta administración pueda hacer mucho. Lo que sí resulta indispensable es que el próximo alcalde de la ciudad tenga un plan serio y urgente para la movilidad decente de los ciudadanos.

Tiene el gobierno distrital que valorar en serio el impacto del transporte público en las finanzas y la calidad de vida de las familias de bajos y medianos ingresos. No menos importante es complementar la política de transporte público con cultura ciudadana, otro tema abandonado. Se trata de que la gente llegue más contenta a sus lugares de destino, tenga tiempo para lo que quiera hacer y así pueda gozar de nuevo con la invitación a eventos acompañada de “buses para todos los barrios”. Es lo que la gente merece y lo que debe reclamar con firmeza a sus gobernantes.

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Arnold Gómez Mendoza

Empresario, PhD en Economía de New York University, profesor de la Universidad del Norte.

 

 

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