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Egan Bernal se corona campeón del Giro de Italia después de una electrizante contrarreloj. Con tan solo 24 años ya es parte de la élite de ciclistas profesionales que han ganado dos de las grandes carreras mundiales.

Durante los entrenamientos en su niñez, Egan Bernal era llevado por su padre más allá del límite de sus fuerzas, pues no quería que fracasara y repitiera su propia historia, la de un ciclista frustrado. Viaje a la semilla de un campeón.

En la fría Zipaquirá llueve con viento. Pálidas y grises nubes se reflejan en charcos sobre la ladera. El barrio Bolívar 83, donde creció Egan Bernal, podría ser una comuna de Medellín o un tugurio de Bogotá, por la topografía de la montaña, la pobreza, la inseguridad y el abandono. Si Egan hubiera tenido que salir a entrenar hoy, lo habría hecho bajo esta lluvia picante, este viento y este frío helado que acuchillan la piel.

En el recorrido por el pueblo cundinamarqués, Gloria Bernal, tía de Egan, me cuenta que la primera vez que él pedaleó fue a los dos años, en un triciclo que compartían varios niños del barrio. Ella lo cuidaba mientras sus padres iban a trabajar: Germán como vigilante en la subterránea Catedral de Sal; y la madre, Flor —haciendo honor a su nombre— en un cultivo de rosas. Vivían todos en la misma casa.

—Lo cuidé desde pequeñito, desde bebé. Fue siempre un chico muy aplicado, muy obediente. Desde que empezó en su deporte, no tenía descanso. No paraba ni domingos, ni festivos; ni Navidad, ni Año Nuevo. Todos los días entrenaba —rememora Gloria, contraída por la nostalgia. En su casa tiene un altar con velas, vírgenes y la foto de Egan cuando ganó una de las etapas del reciente Giro de Italia. Frente a la imagen, reza todas las noches.

Mayeline Triana Bernal, prima de Egan, recuerda, entre risas, el momento en que él le enseñó a manejar bicicleta. Como solo tenían una, se la turnaban entre los primos. Egan, de solo siete años, la instruyó sobre el mecanismo de las ruedas, pero olvidó un detalle: explicarle cómo frenar.

—Nosotros montábamos bicicleta en una pendiente, que es la de Jesús Obrero. Como era una bicicleta comunitaria, él me dijo: “Tirémonos por esta loma, que eso es fácil”. Entonces se tiró y llegó abajo bien. Cuando me tocó mi turno, subí; es bien inclinada. En la mitad de la pendiente, él me dijo “frene”. Yo no sabía frenar, entonces, como pude, paré en seco y me fui contra el piso, y me pegué durísimo. Él me decía: “No vaya a llorar porque después mi tía no nos deja volver a salir”. Mi hermano también salía con nosotros y era el que nos curaba cuando teníamos un accidente para que mi mamá no se diera cuenta —relata Mayeline.

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Egan hace un esfuerzo descomunal animado por Daniel Martínez, gregario colombiano del Ineos Grenadiers, durante la etapa 17 del Giro.

Zipaquirá está ubicado a una hora de Bogotá, a 2.700 metros sobre el nivel del mar. La altitud ha sido fortaleza para grandes deportistas nacidos en esa población, como Efraín «el Zipa» Forero, primer ganador de la Vuelta a Colombia en 1951. En los exámenes físicos que le hicieron en Italia hace pocos años, Egan marcó un consumo de oxígeno de 88.8 mililitros por kilogramo de peso; muy por encima de otros ciclistas de talla mundial como Chris Froome o Miguel Induráin. Su capacidad pulmonar, dada la altura donde ha entrenado, es considerada una de las mejores del mundo, lo que le permite un mejor desempeño y que el cansancio tarde en aparecer.

A los ochos años, Egan llegó extasiado, con su bicicleta, a recibir clases con el grupo de niños que practicaba ciclismo de montaña. Sus pómulos eran pronunciados —de niño los tenía rosados—, figura esbelta, ojos vivaces y cándidos, como lo son hoy. Su figura es clásica e inconfundible de los Andes colombianos.

—Era un niño normal, como cualquier otro. Empezamos a trabajar y él se destacaba con prontos resultados —recuerda Fabio Rodríguez, su primer entrenador.

Cuando faltaban 15 días para correr una de sus primeras competencias, de pronto, un ladrón lo embaucó y le robó la bicicleta. En ese entonces, ya era líder de la Copa Colombia en la categoría infantil. Sus padres tuvieron que hacer rifas callejeras, y su profesor buscó repuestos de segunda mano para ensamblar a tiempo una nueva bicicleta.

—Siempre ganaba. Podía ser tercero, segundo o primero, pero siempre estaba en el marcador —dice Rodríguez, mientras nos resguardamos de la lluvia en el Instituto de Deportes de Zipaquirá.

Correr una de las tres grandes carreras del mundo es como ir en bicicleta de Bogotá a Barranquilla, regresar a Bogotá e ir nuevamente a Barranquilla, sin contar las dificultades en los ascensos.

El ciclismo implica —como cualquier otro deporte— además de la disciplina, la resistencia al sufrimiento, y estar dispuesto a entender que los porrazos hacen parte de las carreras, que no significan retrocesos. Uno de los mayores sacrificios —quizá— es entrenar en un país como Colombia, donde no hay incentivos ni ayudas. Sin un patrocinador, un ciclista no podría dedicarse a esta profesión ni viajar ni competir en el extranjero. Existe la leyenda de que en su afán por hacer de él un campeón, a un ciclista colombiano de otros tiempos sus padres lo bautizaron, precisamente, Patrocinio, con el fin de atraer financiación. José Patrocinio Jiménez, de Ramiriquí (Boyacá), tierra de ciclistas. Entre otros triunfos, en 1981, Jiménez conquistó el tercer lugar en el Tour de l’Avenir.

“Todos los ciclistas, y sobre todos los escaladores, tienen que estar dispuestos a sufrir durante horas y días. La vuelta dura tres semanas de exigencia física. En un día pueden llegar a gastar cinco mil y hasta nueve mil calorías. Las lesiones son frecuentes por caídas”, explica Sinar Alvarado, periodista y ciclista aficionado.

Correr una de las tres grandes carreras del mundo es como ir en bicicleta de Bogotá a Barranquilla, regresar a Bogotá e ir nuevamente a Barranquilla, sin contar las dificultades en los ascensos.

Aunque en un principio lo animó, el padre de Egan temía que su hijo no pudiera despegar debido a la pobreza. Siendo muy joven, Germán Bernal también fue ciclista, pero aficionado. Llegó a correr en varias carreras, y sus sueños se quedaron a mitad de camino porque no pudo dedicarse por completo a esta disciplina, o el deporte de las bielas, como le dicen los entendidos.

“Él trasladó esa frustración en Egan, y su manera de aburrirlo fue exigirle un montón, y lo que hizo fue crear un campeón. Incluso discutían, Egan, siendo niño, le respondía mal, pero él trataba de superarse, hasta que un buen día venció a su papá, hizo una demostración en una subida, y el papá se dio cuenta de que tenía un talento enorme, y ahí comenzó a darle su apoyo”, detalla el periodista Mauricio Silva, autor del libro Egan, el campeón predestinado.

 

La ayuda celestial también viene de casa. En Zipaquirá, Gloria Bernal, tía de Egan, reza a diario ante un altar de la Virgen María con la foto de Egan Bernal. En una etapa reciente del Giro. Gloria atesora fotos de la niñez del hoy campeón. Fotos cortesía Gloria Bernal.

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Desde que estaba en el vientre de su madre, Egan fue proclamado para la victoria. Corría el año 1996. Su madre Flor comenzó a presentar, sin saber, los primeros síntomas de embarazo, y decidió ir a donde el médico amigo de la familia, el doctor José Bulla. Enseguida tuvo una revelación.

—“Mire, tengo un dolor de estómago, creo que me intoxiqué” —recuerda lo que le dijo Flor, la madre de Egan—. Entonces, yo le dije: “No, señora, usted está embarazada, es un niño y va a ser campeón”.

—¿Pero ya la había revisado?

—No. Le dije que se sacara los exámenes, y que yo le iba a buscar el nombre al niño. El nombre de él en griego significa “campeón venido del cielo”. Y si pronuncias rápido Egan: Egan-egan-egan-egané-gané, estás diciendo “gané”.

—¿Y usted cómo supo?

—Porque yo sentí una energía espectacular. La vibración de ese nombre, Egan, hace que todo el cuerpo de la persona sea maravilloso.

El doctor Bulla es el padrino de bautismo y uno de los motivadores de su buena fortuna. Le enseñó, así como a otros deportistas, técnicas de sofrología, una práctica de relajación y de activación del cuerpo y de la mente. Uno de los ejercicios consistía en incorporar frases afirmativas durante sus entrenamientos. Así, aislaban los pensamientos negativos para tener mayor control sobre las emociones y conseguir un rendimiento cada vez más alto.

La Fundación Mezuena, de Pablo Mazuera, lo descubrió cuando él aún era adolescente y su patrocinio fue fundamental.

—Desde muy pequeño ha sido una persona muy madura, absolutamente convencida de lo que quiere, y no deja que asuntos externos, o inclusive asuntos personales de él mismo, se interpongan en lo que ha querido obtener siempre —dice Pablo Mazuera, a través de una llamada telefónica.

 

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Las calles de Zipaquirá están adornadas por murales como este. En el pueblo cundinamarqués todos los niños quieren ser como Egan.

Pocos años después, el italiano Gianni Savio, director del equipo Androni Giocattoli- Sidermec, contrató a Egan. Así, pasó al ciclismo de ruta, cuyas carreras se transmiten en la televisión y tienen más audiencia que el ciclismo de montaña. En 2018, lo contactó el equipo más famoso del mundo, Team Sky, cuyo nombre cambió por Ineos. Se convirtió, desde entonces, en uno de los ciclistas más célebres y mejor pagados.

A lo largo de su carrera, Egan ha ganado decenas de premios nacionales e internacionales. En 2019, se coronó como campeón del Tour de Francia, la máxima competencia mundial de ciclismo. Fue el primer latinoamericano en lograr este triunfo y el más joven en más de 110 años.

En 2020, volvió a participar en el Tour, pero una lesión en la espalda lo obligó a abandonar la competencia. La recuperación fue larga, no solo la física, sino la espiritual. Egan llegó a poner en duda su potencial como deportista. Sin embargo, logró remontar sus frustraciones y comenzó a prepararse para medirse en el Giro de Italia. Y lo ganó. Fue la segunda vez que un colombiano alcanzó esta gloria, después de la victoria de Nairo Quintana, en 2014.

A lo largo de su carrera, Egan ha ganado decenas de premios nacionales e internacionales. En 2019, se coronó como campeón del Tour de Francia, la máxima competencia mundial de ciclismo. Fue el primer latinoamericano en lograr este triunfo y el más joven en más de 110 años.

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Sueño rosa. Egan se alza con el trofeo Senza Fine como campeón del Giro de Italia 2021. En 2019 había ganado el Tour de France, una proeza conseguida a esa edad por solo tres grandes del ciclismo: Gino Bartali, Felice Gimondi y Eddy Merckx.

—Él sabe administrar muy bien la derrota, la asimila muy bien y la convierte casi que en una fortaleza. Eso es admirable —dice el periodista Mauricio Silva.

El triunfo de Egan es una caricia que hace sonreír a Colombia en medio de la vasta crisis social que vive, la pandemia y la represión policial. Los jóvenes, protagonistas desde hace un mes del paro en las calles, reclaman —precisamente— oportunidades laborales, acceso a educación, salud. Aunque Egan no tuvo ningún apoyo estatal, muchos, entre ellos el presidente Iván Duque, inundaron las redes de mensajes de patriotismo. Pero Egan no es Colombia. Egan es Egan, a pesar de Colombia. El país nunca le dio ni medianamente el apoyo ni la formación que otras naciones le conceden a sus grandes deportistas.

En Zipaquirá, todos los niños quieren ser Egan. Es su mayor inspiración, el ejemplo y la imagen a seguir. Freddy Espinosa, director del Instituto de Deportes de ese municipio, cuenta que las inscripciones de niños en la escuela de formación de ciclismo se han incrementado en un setenta por ciento.

La imagen de la última etapa del Giro de Italia es icónica: Egan Bernal pedalea bajo el sol, en medio de miradas expectantes, en medio de vibrantes aplausos en las barras. Cámaras desde diferentes ángulos lo siguen, narradores enérgicos en diferentes idiomas son testigos de su nuevo triunfo, vaticinado desde días antes. Con 24 años, ha ganado la segunda competencia más importante de ciclismo en el mundo. La mirada de Egan está fija, concentrada. Cuando cruza la meta, levanta el rostro, se yergue y abre los brazos como alas que abrazan el cielo, todavía incrédulo, pero sin dejar de pedalear.

Egan es enorme y muy joven. Apenas está comenzado a reescribir la historia universal del ciclismo.

Diana López Zuleta

Comunicadora social y periodista de la Universidad del Norte, de Barranquilla, realizó una especialización en Opinión Pública y Mercadeo Político en la Universidad Javeriana, de Bogotá. Sus trabajos periodísticos han sido publicados en Diario Las Américas, de Miami, revista Semana, y los portales Las 2 Orillas y La Nueva Prensa. Su primer libro publicado Lo que no borró el desierto (Editorial Planeta, 2020), ganó el Premio Nacional de Periodismo CPB a mejor libro.