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Las orcas o ballenas asesinas viajan hasta aguas tropicales para dar a luz y regresan a sus sitios de alimentación en aguas más frías.

Consideradas súper-depredadoras, las orcas viajan para dar luz en aguas tropicales, donde también es común que ataquen a otras especies de ballenas. El autor de este texto reporta el avistamiento de uno de estos temidos cetáceos durante una sesión de kitesurf.

Me ocurrió hace algunas semanas en el Pacífico panameño. Salí a despedir la temporada de vientos alisios. Según el pronóstico parecía ser el último día con condiciones todavía aceptables para navegar. Luego habría que esperar por lo menos hasta que en junio o julio regresaran las brisas con el Veranillo de San Juan.

Álvaro Torres, un instructor de la escuela de kitesurf Machete, ubicada en Punta Chame, Panamá, organizó un paseo al islote de Taborcillo, que está a unos 2 kilómetros de navegación en línea recta desde este spot.

Había poco viento y el agua estaba más bien tranquila porque la marea todavía estaba bajando. Solo se veían unas ligeras ondulaciones en el mar. La lancha ya había ido a dejar a los novatos al islote pues todavía estos no cuentan con la pericia para hacer esa travesía. Luego regresó a recoger a algunos navegantes que tuvieron que devolverse porque no lograron orzar hasta la playa acordada.

Los kitesurfitas comentaron que en el trayecto encontraron zonas con muy poco viento, lo que les dificultó mantener el curso deseado. Como tenían que desinflar y recoger las cometas para subirlas a la lancha decidí salir adelante solo en el foil, ya que me facilitaba seguir con poco viento la misma trayectoria que recorrería la embarcación, que zarparía minutos más tarde.

Partí con facilidad y comencé a disfrutar del paisaje y el silencio. Iba levitando a unos 60 centímetros sobre el agua gracias al hidroplano (hydrofoil), que cortaba el agua como una afilada cuchilla.

Las condiciones me exigían ir muy concentrado porque efectivamente el viento amainó recién superé la mitad del trayecto y apenas era suficiente para mantenerme sobre la superficie. Afiné los movimientos y traté de seguir una línea directa hacia el lugar acordado.

No había nadie a la vista, sólo divisaba a la distancia el difuso color de algunas cometas. A lo mejor todavía la panga (embarcación) estaba anclada en la orilla.

De repente, a unos 30 metros de distancia y perpendicular a mi curso, afloró una robusta aleta negra que sobresalía del agua unos 40 centímetros.

A primera vista pensé que se trataba de un tiburón martillo, pero por su desplazamiento y silueta advertí que correspondía al patrón de un delfín. Sin embargo, la robusta y espigada aleta siguió emergiendo hasta que su color negro se tornó en una enorme mancha blanca que se extendía hasta el lomo. Totalmente fuera del agua la aleta tenía como un metro con veinte centímetros de altura. ¡Una imagen aterradora!

Pensé que lo único que no me podía pasar en ese momento era caerme, ya que tendría que buscar la tabla con la limitada ayuda que ofrece la cometa cuando hay poco viento, y hacer múltiples intentos para lograr pasar a la fase de hidroplaneo.

La robusta y espigada aleta siguió emergiendo hasta que su color negro se tornó en una enorme mancha blanca que se extendía hasta el lomo. Totalmente fuera del agua la aleta tenía como un metro con veinte centímetros de altura. ¡Una imagen aterradora!

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El foilboard tiene una quilla llamada hydrofoil que en su parte inferior lleva unas aletas parecida a la de los peces. Su función es elevar la tabla a medida que gana velocidad.

Seguí la línea que traía a pesar de que me obligaba a acercarme aún más al imponente y majestuoso animal. Nos cruzamos a unos 15 metros. Yo miraba de reojo mientras él siguió su camino imperturbable, lo que me dio algo de tranquilidad. Tenía unos 8 metros de longitud, se veía enorme y se desplazaba con un movimiento ondulado pero en línea recta, como los barcos que cruzan el canal para salir directo al mar abierto.

En ese momento aparecieron a su lado dos crías, una de 4 y otra de 3 metros. ¡Eran orcas!

Mi hijo Paul me había comentado que esporádicamente llegan por esta latitud, que son mamíferos muy inteligentes y cazadores voraces. Observé que se sumergieron, entonces enfoqué la mirada hacia mi destino mientras seguía pendiente de conservar la referencia de altura a la que me desplazaba. Había escogido un mástil corto con el que corría el riesgo de que fácilmente cavitara el ala si dejaba que esta se acercara a la superficie, lo que me haría caer al agua sin control y en condiciones desfavorables para volver a arrancar.

Finalmente llegué a Taborcillo sin más sorpresas. Navegamos un buen rato hasta que la entrante marea alta comenzó a ocultar los extensos playones que abandona el mar cada 6 horas cuando baja de nivel. Regresé navegando a Machete con algunos compañeros que se animaron. El resto partió en el bote.

Después de arribar advertí que durante el regreso no tuve presente lo que había sucedido durante el cruce previo. La navegada me había borrado el impacto del súbito encuentro.

Después de almorzar, Itzik Lao, dueño de la escuela, nos contó que llevaba años practicando deportes náuticos en esa zona y que él no había tenido hasta ahora “el privilegio” de encontrarse con las orcas, dado que solo se han visto por ahí en pocas ocasiones.

Le ofrecí la eterna gratuidad cederle esa opción si se me presenta alguna nueva oportunidad.

 

Kenneth Loewy

Magíster en Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad de Viena. Kitesurfer profesional.