Foto: Henry Be. Unsplash.
Posiblemente no existan invenciones superiores a objetos como el vaso, la cuchara, o incluso el libro. Sobre esto reflexionaba el escritor italiano Umberto Eco en uno de sus artículos de prensa publicados en su último libro “De la estupidez a la locura. Crónicas para el futuro que nos espera”.
“Quien no lee, a los 70 años habrá vivido una sola vida, ¡la propia!
Quien lee habrá vivido 5.000 años: estaba cuando Caín mató a Abel,
cuando Renzo se casó con Lucía, cuando Leopardi admiraba el infinito…
Porque la lectura es la inmortalidad hacia atrás”.
Umberto Eco
El anuncio apareció probablemente en internet pero no sé dónde, porque a mí me llegó por correo electrónico. Se trata de una pseudopropuesta comercial que anuncia una novedad, el Built-in Orderly Organized Knowledge, cuyas siglas conforman el acrónimo BOOK, es decir, libro.
Sin hilos, sin batería, sin circuitos eléctricos, sin interruptor ni botón, es compacto y portátil y puede utilizarse incluso estando sentado delante de la chimenea. Está compuesto por una secuencia de hojas numeradas (de papel reciclable), cada una de las cuales contiene miles de bits de información. Estas hojas se mantienen unidas en la secuencia correcta gracias a un elegante estuche llamado encuadernación.
Cada página es escaneada ópticamente y la información se registra de manera directa en el cerebro. Hay un comando browse que permite pasar de una página a otra, hacia delante y hacia atrás, con un único movimiento del dedo. Una herramienta llamada “índice” permite encontrar al instante el tema deseado en la página exacta. Se puede adquirir un complemento opcional llamado “punto de libro”, que permite volver a la página donde nos habíamos detenido, aunque el BOOK haya sido cerrado.
Umberto Eco (1932 – 2016) ojea un volumen tomado de su biblioteca personal.
El anuncio termina con otras variadas explicaciones sobre este instrumento tremendamente innovador, y anuncia también la próxima comercialización del Portable Erasable-Nib Cryptic Intercommunication Language Stylus, PENCIL (es decir, lápiz). No se trata solo de un buen ejemplo de texto humorístico, sino que es también la respuesta a las numerosas preguntas angustiadas sobre la posibilidad de que desaparezca el libro ante el avance del computador.
Son muchos los objetos que desde que fueron inventados no han podido ser perfeccionados, como el vaso, la cuchara, o el martillo. Cuando Philip Stark quiso cambiar la forma del exprimidor creó un objeto de gran belleza, pero que deja caer las pepitas en el vaso, mientras que el exprimidor clásico las retiene junto con la pulpa. El otro día en clase me enfadé mucho con una máquina electrónica carísima que proyectaba mal las imágenes; el viejo retroproyector, por no hablar del antiguo epidiascopio, las proyecta mejor.
Mientras el siglo XX se acerca a su fin, deberíamos preguntarnos si en realidad en estos cien años hemos inventado muchas cosas nuevas. Todas las cosas que usamos cotidianamente fueron inventadas en el siglo XIX. Voy a enumerar algunas: el tren (aunque la máquina de vapor es del siglo anterior), el automóvil (con la industria del petróleo que presupone), los barcos de vapor con propulsión de hélice, la arquitectura de cemento armado y el rascacielos, el submarino, el ferrocarril subterráneo, la dinamo, la turbina, el motor diésel de gasolina, el aeroplano (el experimento definitivo de los hermanos Wright se llevaría a cabo tres años después de acabar el siglo), la máquina de escribir, el gramófono, el magnetófono, la máquina de coser, el frigorífico y las conservas en lata, la leche pasteurizada, el encendedor (y el cigarrillo), la cerradura de seguridad Yale, el ascensor, la lavadora, la plancha eléctrica, la pluma estilográfica, la goma de borrar, el papel secante, el sello de correos, el correo neumático, el váter, el timbre eléctrico, el ventilador, la aspiradora (1901), la hoja de afeitar, las camas plegables, el sillón de barbería y las sillas giratorias de oficina, el fósforo de fricción y los fósforos de seguridad, el impermeable, la cremallera, el alfiler imperdible, las bebidas gaseosas, la bicicleta con cubierta y cámara de aire, las ruedas con radios de acero y transmisión de cadena, el autobús, el tranvía eléctrico, el ferrocarril elevado, el celofán, el celuloide, las fibras artificiales, los grandes almacenes para vender todas estas cosas y –si me lo permiten– la iluminación eléctrica, el teléfono, el telégrafo, la radio, la fotografía y el cine. Babbage inventa una máquina calculadora capaz de hacer sesenta y seis sumas por minuto, y estamos ya en la senda de la computadora.
El experto británico veía la culpa de la falta de concentración de los niños en la sobreestimulación provocada por un consumo excesivo de televisión, Internet, publicidad o videojuegos.
Portada del libro que recoge los artículos de prensa del autor italiano publicados a lo largo de quince años. Eco los seleccionaría personalmente antes de su muerte.
Claro que el siglo XX nos ha dado la electrónica, la penicilina y muchos otros fármacos que nos han prolongado la vida, los plásticos, la fusión nuclear, la televisión y la navegación espacial. Puede que me olvide de alguna cosas, pero también es cierto que las plumas estilográficas y los relojes más caros tratan hoy de reproducir los modelos clásicos de hace cien años, y en una antigua columna observaba que el último perfeccionamiento en el campo de las comunicaciones –que sería internet– supera a la telegrafía sin hilos inventada por Marconi mediante una telegrafía con hilos, lo que marca la vuelta atrás de la radio al teléfono.
Asistimos a un intento de desinventar al menos dos inventos típicos de nuestro siglo, los plásticos y la fisión nuclear, porque hemos caído en la cuenta de que contaminan el planeta. El progreso no consiste necesariamente en ir hacia delante a toda costa. He pedido que me devuelvan mi retroproyector.
Fragmento de: Umberto Eco. «De la estupidez a la locura». Debolsillo. Editorial Penguin Random House.