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Simón Bolívar tras la batalla de Carabobo en junio de 1821. Detalle de un cuadro de Arturo Michelena.

Simón Bolívar y el “Manifiesto de Cartagena”, un llamado a la lucha por la independencia del sistema político y la tiranía española.

En 1812 llegó a Cartagena una oleada de refugiados provenientes de Venezuela, cuya República acababa de ser aniquilada por los realistas con la ayuda de un terremoto feroz. Como este tuvo lugar un Jueves Santo, muchos juzgaron que se trataba de una condena divina a la revolución y acataron arrepentidos la sentencia. Componían la diáspora no solo naturales de aquel país, sino también mercenarios franceses y antillanos que había contratado el gobierno insurgente de Caracas para adelantar con éxito la guerra independentista.

En ese entonces Cartagena era la capital de uno de los Estados surgidos como consecuencia de la desintegración del virreinato de Santa Fe. Con excepción de Cundinamarca, todos ellos hacían parte de una confederación, las Provincias Unidas de Nueva Granada, que mantenía vínculos oscuros con España y la monarquía.
En efecto, las Provincias Unidas no decretaron nunca la independencia, pero evitaron invocar el nombre del rey para legitimar sus acciones y tomaron una vía francamente revolucionaria, de progresiva radicalización. En cuanto a los Estados que componían la confederación, a finales de 1812 solo Cartagena y Neiva habían roto con España y los Borbones de manera categórica (al año siguiente lo harían Cundinamarca, Antioquia y Tunja, y en 1814, Popayán).

Este rasgo indica claramente la naturaleza de la asociación política, cuyas autoridades generales tenían muy reducidas facultades, debiendo esforzarse por concertar los recursos y las iniciativas de los Estados provinciales. Esa ardua labor fue convenciendo a muchos de la necesidad de dar vida a un gobierno común que acompasara las reformas, librara la ofensiva del reconocimiento ante las potencias y adelantara la guerra contra España con alguna posibilidad de éxito.

Tal era, a grandes rasgos, el contexto político de la Nueva Granada a la llegada de los refugiados provenientes de Venezuela. Las habilidades militares de muchos de ellos resultaron muy oportunas, porque contribuyeron a contrarrestar la insurrección pro-monárquica que estalló en las sabanas del Tolú y el Sinú, comprometiéndose además con la guerra que libraba el Estado de Cartagena contra la provincia realista de Santa Marta.

Estos sucesos ayudan a comprender el corto folleto que uno de los emigrados venezolanos, llamado Simón Bolívar, publicó a comienzos de 1813 en Cartagena, en la imprenta del ciudadano Diego Espinosa. El cometido de la Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño era doble. Por una parte, convencer a los hombres influyentes de las Provincias Unidas y de Cundinamarca de la necesidad de financiar una expedición que libertara Venezuela de la tiranía española. Por otra, denunciar un sistema político que, en su opinión, era responsable de la ruina política de su país y podía generar también la de la Nueva Granada.

El primer propósito no tiene misterio, tratándose de alguien que pertenecía a un grupo de emigrados derrotados con ánimo de revancha. Bolívar, en particular, sentía el peso de los rumores que censuraban su conducta durante los estertores de la República venezolana: se le responsabilizaba, concretamente, de la pérdida de la plaza de Puerto Cabello y de haber conseguido escapar de su patria tras librar en modo infame al general Francisco de Miranda. La expedición propuesta, resultaba, por lo demás, justificada, pues estaba dentro de los intereses de los revolucionarios neogranadinos extinguir la contrarrevolución en un país limítrofe que no tardaría en convertirse en una amenaza alarmante.

El segundo propósito sindicaba al modelo federal del fracaso de la causa revolucionaria en Venezuela. Según Bolívar, se trataba de un sistema débil que no convenía en tiempos de guerra, siendo imprescindible entonces un gobierno enérgico y “terrible”.

La federación, pues, no era mala en sí misma. Pero, así como no convenía en todas circunstancias, tampoco era adecuada para la generalidad de los pueblos. Según Bolívar, los habitantes de la América española no estaban preparados para ponerla en práctica, porque al carecer de “virtudes políticas” no podían ser verdaderos republicanos. La endeble ciudadanía que achacaba a los incipientes Estados revolucionarios surgidos de las ruinas del Imperio español estaba compuesta, de acuerdo con la Memoria que nos ocupa, de “rústicos del campo” y de “intrigantes moradores en las ciudades”. Ni unos ni otros podían realizar elecciones libres o acertadas. Y como la mayoría parecía inclinarse por la tiranía (según demostraba la ruina de la República venezolana), solo quedaba un camino: hacer libres por la fuerza a los “pueblos estúpidos” que desconocían “el valor de sus derechos”.

La Memoria publicada en Cartagena señalaba que el problema del gobierno revolucionario caraqueño no había residido solo en la escogencia de un errado modelo republicano. Era mucho más profundo, de talante, podríamos decir. Los líderes de la revolución en Venezuela habían seguido máximas filantrópicas, proscrito la pena de muerte, mirado con clemencia a los infidentes y conspiradores y preferido las milicias a los cuerpos de veteranos por escrúpulos exagerados y temores insensatos de que fuerzas armadas competentes alentaran el surgimiento de un tirano local.

Según Bolívar, los habitantes de la América española no estaban preparados para poner el modelo federal en práctica, porque al carecer de “virtudes políticas” no podían ser verdaderos republicanos.

Bolívar propuso entonces a los ciudadanos de la Nueva Granada que lo acogieron generosamente junto con sus compañeros de infortunio: 1) apoyo para financiar una expedición que derrotara a los realistas de Venezuela y 2) que echaran por tierra el sistema de gobierno imperante, cambiándolo por uno de excepción controlado por jefes militares capaces de ganar la guerra y de meter en cintura a los descontentos, erigiendo cadalsos, de ser necesario.

A primera vista, podrían parecer estridentes semejantes razones. No obstante, las daba a la imprenta en un Estado que acababa de aniquilar una contrarrevolución interna y que, por lo tanto, era sensible a ellas. Además, durante el año de 1813 eminentes líderes políticos neogranadinos se pronunciaron abiertamente por el traspaso de mayores facultades a las autoridades generales de las Provincias Unidas. Los cartageneros José María Castillo y Rada y José Fernández Madrid, o el antioqueño José Manuel Restrepo, por ejemplo, hicieron campaña en los meses siguientes para que se operara la concentración de los ramos de Hacienda y Guerra (y lo consiguieron). Las invasiones realistas desde Quito, suscitaron también la adopción de medidas rigurosas contra los conspiradores y el nombramiento de dictadores en los Estados provinciales.

Hubo, con todo, un sano distanciamiento de los neogranadinos frente a los excesos verbales y las propuestas políticas extremistas formuladas Bolívar en su Memoria. Los Estados neogranadinos reformaron paso a paso sus instituciones, sin echarlas por tierra, y supieron combatir exitosamente a los invasores que los atacaron desde el sur, desde el oriente o desde el norte. Ente tanto, Bolívar, que consiguió el ansiado apoyo para efectuar una expedición libertadora contra Venezuela, fue incapaz de consolidar el sistema republicano, a pesar de que (o más bien porque) aplicó al pie de la letra la receta de gobierno enunciada en su folleto de 1813.

¿Cómo explicar tan estruendoso fracaso? La empresa política del emigrado caraqueño estaba lastrada por una contradicción insuperable. ¿Cómo construir una República con hombres incapacitados y pueblos que juzgaba degradados por la experiencia colonial de varios siglos? Algo semejante puede decirse de sus razones impresas en Cartagena. ¿Por qué proponía lecciones históricas a una ciudadanía y a una razón pública de los que denigraba sin atenuantes?

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Nota: La Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño es conocida como “Manifiesto de Cartagena” y puede leerse aquí.

Daniel Gutiérrez Ardila

Historiador. Especialista en el período independentista colombiano. Ha publicado tres libros sobre su tema de estudio y, en 2019, una historia narrativa sobre la campaña libertadora. Docente e investigador de la Universidad Externado de Colombia.