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El cartagenero Rafael Núñez, primero como liberal moderado y luego como líder de una coalición bipartidista, fue presidente del país en cuatro ocasiones. Foto: Banco de la República.

A propósito de la traducción y publicación de “Rafael Núñez y el regionalismo político en Colombia, 1863-1886”, obra pionera sobre un personaje y una época claves en la historia política de Colombia.

Rafael Núñez and the Politics of Colombian Regionalism, 1863-1886, de James William Park, fue publicado por la editorial de la Universidad Estatal de Louisiana en 1985. Desde entonces es una reconocida obra que ha circulado durante años –una especie de secreto a voces– entre los historiadores colombianos. Ahora, casi cuatro décadas después, gracias a una iniciativa de su rector, Adolfo Meisel, la Universidad del Norte ha dado a la luz el libro en castellano, traducido por quien escribe estas líneas. 

Rafael Núñez y el regionalismo político en Colombia, 1863-1886 es un  trabajo pionero de gran calidad historiográfica basado en una impresionante investigación de correspondencia, prensa y documentos en archivos de Bogotá y Popayán. Sus temas centrales son el debilitamiento de la unidad nacional como consecuencia del régimen federalista consagrado en la Constitución de 1863, y la génesis de la Regeneración, el movimiento liderado por Núñez que propició un vuelco institucional para crear un régimen centralista que frenara las fuerzas centrífugas del federalismo. La obra arroja muchas luces sobre el apogeo y declive del régimen radical entre 1863 y finales de la década de 1870: los tejemanejes entre bloques regionales y Bogotá; las dinámicas al interior de los partidos; y la formación del Partido Independiente, la coalición liberal-conservadora encabezada por Núñez.  

Los años intermedios del siglo XIX fueron un punto de quiebre en la historia de Colombia. Por vez primera desde la independencia el país adoptó un modelo político-económico que gozaba de relativo consenso. Según la doctrina liberal en boga, la sociedad maximizaría su bienestar bajo un régimen de absoluta libertad política y económica.  Comenzando a fines de la década de 1840, el país se embarcó en un ciclo de reformas para “liberar” la economía –eliminación del monopolio del tabaco; abolición de la esclavitud y los resguardos indígenas; eventualmente, desamortización de los bienes de la Iglesia.  En paralelo, en la década de 1850 se inició un proceso de descentralización política que se consagraría en la constitución federalista de 1863 –autonomía de los “estados soberanos”; debilitamiento fiscal del gobierno central; períodos presidenciales de dos años; separación de Iglesia y Estado.   

El impacto de esto sobre la sociedad colombiana es aún materia de algún debate. Pero es claro que las reformas económicas produjeron diversos beneficios, algunos de ellos perdurables, pues abrieron una ventana al mundo que se tradujo en contactos comerciales internacionales, diversificación y crecimiento de las exportaciones, aumento de los ingresos del Estado y regularización del transporte a vapor en el río Magdalena, entre otros. Pero, en el ámbito político, también es claro que el debilitamiento del Estado central, la exacerbación de las fricciones regionales y la siempre presente polémica sobre el papel de la Iglesia en la sociedad fueron fuentes de gran inestabilidad. Núñez, un político de la periferia regional, entendió, como lo muestra de manera magistral Park, que el regionalismo llevado a extremos por el empoderamiento de los estados bajo el régimen federal estaba minando la integridad nacional. 

Rafael Núñez fue un ambicioso político de gran olfato influenciado por los procesos de consolidación nacional de varios países europeos que presenció durante una larga residencia en el Viejo Continente desde mediados de la década de 1860.

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Portada del libro publicado por Editorial Uninorte.

Rafael Núñez fue, ante todo, un ambicioso político de gran olfato, influenciado por los procesos de consolidación nacional de varios países europeos que presenció durante una larga residencia en el Viejo Continente desde mediados de la década de 1860. Era una figura cosmopolita en el parroquial ámbito de la política colombiana. Y como tal es, quizás, el mayor ejemplo en la historia nacional de una figura a quien las circunstancias lo llevaron a un radical cambio ideológico que rompió los moldes de la filiación partidista en su época. Como Secretario de Hacienda en 1861, Núñez había firmado el decreto de desamortización de los bienes de la Iglesia. Y, sin embargo, ante la inestabilidad reinante y los desatinos del régimen radical, no tuvo inconveniente en convertir en causa política la necesidad de un gobierno central fortalecido, aliado de la Iglesia, para encarar el desorden. Este proceso y los inicios del movimiento “nacionalista modernizante” que fue la Regeneración constituyen el meollo del libro de Park.    

La resultante Constitución de 1886 no fue una panacea. En sus primeros tiempos fue instrumento para restringir las actividades políticas de la oposición liberal, incluyendo encarcelamientos, exilios y censura de prensa. Y el país no iniciaría el tránsito a un régimen políticamente incluyente hasta la reforma constitucional de 1910, consecuencia en parte de grandes reveses como la Guerra de los Mil Días, la pérdida de Panamá y la dictadura de Rafael Reyes. Pero la Regeneración, a pesar de sus excesos, “sentó las bases institucionales esenciales para la estabilidad política y el desarrollo”, como lo señala Park. Su excelente libro es lectura imprescindible para entender las enormes e imprevisibles consecuencias de la ruptura que fue la adopción del modelo liberal cosmopolita a mediados del siglo XIX.    

Traducir es verter ideas, no textos literales, a otro idioma. Implica hacer inteligibles los costumbrismos y giros idiosincrásicos propios de la lengua original, pero sobre todo introducir cambios de sintaxis, a veces radicales, cuando es necesario para mayor claridad del texto.   Hoy, con las nuevas tecnologías digitales, traducir es un ejercicio mucho más ágil. Con la escritura directa en un computador y los correctores automáticos se evitan los engorrosos dictados, transcripción e infinita revisión de antaño; con los diccionarios en línea, las consultas son instantáneas. Pero, por lo demás, traducir es siempre un fascinante ejercicio intelectual porque permite adentrarse en los vericuetos semánticos y sintácticos de dos lenguas y, por supuesto, aprender.

 

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Haroldo Calvo Stevenson

Profesor Honorario, Universidad Tecnológica de Bolívar.