¿Será el centro o la izquierda? A propósito de la entrevista de Contexto a Malcolm Deas y el futuro de las elecciones presidenciales en Colombia.

Cualquier conversación con Malcolm Deas sobre Colombia despierta comentarios y la más reciente con Contexto no es una excepción (“En Colombia no habrá revolución, pero toca hacer reformas”, 13.05.21). Una conversación telefónica no basta y tres líneas de correo electrónico menos, de tal modo que —como a cualquier intelectual decimonónico— me queda la nota escrita para ampliarla.

El punto central planteado por Deas corresponde a lo que ya es, creo, un consenso intelectual sobre Colombia: hay que hacer reformas. Ahora bien, si uno acepta la visión general que él esboza sobre nuestra personalidad política a lo largo de la historia, la conclusión “hacer reformas” toma un carácter dramático. Y esto porque su noción razonable, dicho sea de paso, del régimen político colombiano como flexible y del talante transaccional de nuestros políticos parece haber tocado fondo.

Me parece que esto es así por dos razones. Primero, porque una flexibilidad sin norte y sin criterios hizo que la última gran reforma colombiana, la de 1991, se marchitara. El régimen político de 1991 está herido de muerte y desdibujado en sus intenciones más liberales —en particular en lo atinente a separación de poderes y descentralización— y de inclusión social —un estado de derechos más que de asistencialismo clientelizado. Las voces que hablan de nuevo contrato social o de una asamblea constituyente se apoyan en un diagnóstico cercano a este. Segundo, porque en el siglo XXI nos hemos topado con una arista periódica de la conducción política: la de la intransigencia. En dos siglos hemos presenciado más momentos despóticos y clímax fanáticos de los que solemos admitir. No toda nuestra historia se guía por Caballero y Góngoras o Santanderes, como sugiere Malcolm; también hay, cada tanto, Ciprianos y Laureanos.

 

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La agenda de reformas pendientes se colmó y los sectores a cargo del gobierno perdieron toda conciencia de su importancia. Reformas serias, no esguinces coyunturales para sobreaguar la situación.

El mandato autoritario y autista de Iván Duque pasará a la historia como uno de ellos. Su negligencia para adelantar la implementación del Acuerdo con las Farc, la forma abusiva como copó todas las ramas del estado con un puñado de amigos obtusos e inexpertos, la displicencia y brutalidad frente a una movilización que en 2021 tuvo su tercer capítulo (porque hubo uno planeado en 2019 y otro espontáneo en 2020), la falta de sentido patriótico para unir a las fuerzas políticas ante graves crisis (pandemia, pobreza, violencia), todas estas pautas de conducta configuran un gobierno intransigente que condujo al país a su peor crisis social desde 1977.

En suma, la agenda de reformas pendientes se colmó y los sectores a cargo del gobierno perdieron toda conciencia de su importancia. Reformas serias, no esguinces coyunturales para sobreaguar la situación. Resuena, entonces, la pregunta sobre quién podrá hacer esas reformas. Malcolm Deas tiene razón cuando dice que el “Centro Democrático no ha llenado ese anhelo porque no quiere o no puede escapar del pasado”, pero la incomodidad de los partidos tradicionales —incluyendo los de nuevas denominaciones— apenas se hizo sentir con el estallido social del 28 de abril, en pleno incendio, lo cual los hace sospechosos de oportunismo. En este momento es difícil predecir si la prensa escrita, tan conservatizada, y la clase política tradicional quieran volver a jugar a una final de extremos como en 2018.

Quedan Petro y el llamado centro. No comparto las opiniones de Malcolm sobre ambos porque creo que los subestima. Subestima la capacidad de daño de un eventual gobierno de Petro cuando afirma que “no veo ningún candidato capaz, una vez elegido, de ‘hacer trizas las instituciones’”. Bueno, si toda la institucionalidad —incluyendo, por primera vez, el Banco de la República— terminó en manos de un presidente débil y sectario sin la oposición de las cortes, los “jefes naturales” o el sector privado, qué no podrá suceder con un presidente enérgico, voluntarista, apoyado en la demagogia y la movilización política. No debemos olvidar que tenemos un régimen hiperpresidencialista; un presidente fuerte avasallará la institucionalidad a punta de “articulitos” y desbaratará el tejido social apelando al clasismo. La situación de Medellín de los últimos años es un anuncio de la facilidad con la que puede ocurrir.

El llamado centro —que para los parámetros colombianos es un liberalismo de izquierda— tiene las mejores opciones por donde se le mire: porque refleja mejor la postura de la mayoría de los colombianos, según las encuestas de cultura política; porque acreditó el título de retador real con Mockus, en 2010, y con Fajardo, en 2018; porque tiene más figuras presentables (De la Calle, Fajardo, Alejandro Gaviria). Ciertamente, el centro tiene unos problemas de coordinación de los que carecen el uribismo y el petrismo; allí, en la ductilidad y el tino para actuar en el futuro cercano se juegan sus probabilidades.

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Jorge Giraldo Ramírez

Doctor en Filosofía por la Universidad de Antioquia. Profesor emérito, Universidad Eafit.

 

 

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