Nada ganamos como sociedad atizando la hoguera con discursos de odio que terminan enfrentando a la sociedad colombiana.
El próximo 24 de noviembre se cumplen cinco años de la firma del Acuerdo de Paz entre la guerrilla de las Farc-Ep y el Estado colombiano, fecha de trascendental importancia. Sin embargo, pareciera que inmersos en la campaña para las elecciones de 2022 y bajo un gobierno que desde sus inicios ha minimizado los alcances del “Acuerdo de Santos”, nos hemos olvidado de tan importante acontecimiento.
La comunidad internacional no sale de su asombro ante el que se considera un acuerdo muy bien elaborado y la percepción de que hemos olvidado muy rápidamente los crueles delitos y actos terroristas cometidos por las Farc contra la población a lo largo de seis décadas; y que no asumimos que desarmar a la guerrilla más longeva de América Latina constituye, sin duda, el logro más importante de la política colombiana en muchos años.
Por supuesto que el Acuerdo del Teatro Colón supuso apenas el inicio de un largo y complejo proceso para construir la paz en el país, no exento de grandes dificultades como la búsqueda de la verdad, la justicia, la reparación, la no repetición y la construcción de la memoria del conflicto, proceso en el cual las víctimas juegan un papel fundamental.
La llegada de Joe Biden a la presidencia de los Estados Unidos sin duda representa una luz de esperanza para disipar los reparos y los obstáculos del Gobierno y de sus aliados a la materialización de los acuerdos. Asimismo, la reciente visita al país del fiscal de la CPI, Karim Khan, donde ratifica la confianza de la Corte Penal Internacional en la muy exitosa labor de la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), blinda a esta instancia de todos obstáculos a su labor interpuestos por sus críticos.
Desarmar a la guerrilla más longeva de América Latina es, sin duda, el logro más importante de la política colombiana en muchos años.
Ilustración: Wassermoth.com
Coincidimos con Francisco Gutiérrez Sanín cuando afirma que la paz acordada en 2016 es “una paz imperfecta, con muchos aspectos odiosos, marcada por la duda y la insatisfacción, pero esta es la norma en el mundo, más que la excepción”.1 Incluso, este autor sostiene que no debe sorprendernos tanta oposición pues la paz divide y cerca de la mitad de los acuerdos negociados en el mundo terminan en una recaída en el conflicto.
Las miles de víctimas siguen esperando ser escuchadas en los relatos de memoria del conflicto, la restitución de más de seis millones de hectáreas de tierras que les fueron usurpadas, la materialización de las 16 curules en el Congreso y que se haga justicia ante los delitos cometidos contra ellos o sus familias. Nada ganamos como sociedad atizando la hoguera con discursos de odio que terminan enfrentando a la sociedad colombiana.
Ante el crecimiento de la criminalidad en el país y la búsqueda de soluciones que van más allá de la captura de Otoniel, el reto es respetar y cumplir los acuerdos del Estado colombiano con las Farc, pues, de lo contrario, podría desatarse un nuevo ciclo de violencia. Ante este escenario la pregunta es: ¿queremos la guerra o le apostamos a la paz?
Roberto González Arana
Ph.D en Historia del Instituto de Historia Universal, Academia de Ciencias de Rusia. Profesor Titular del Departamento de Historia y Ciencias Sociales, Universidad del Norte.