Margarita Garcia

Foto: Vitolda Klein en Unsplash.

Desde la antigua Roma hasta nuestros días el concepto de éxito ha sido reevaluado. En algunas sociedades, se ha vinculado a la acumulación de riquezas y logros profesionales, mientras que en otros se ha entendido como un equilibrio en el que se conjugan diferentes ámbitos de la vida.

En la Roma antigua, el éxito se medía por la posición social y las posesiones materiales. Los emperadores y los generales exitosos eran aquellos que conquistaban tierras y acumulaban tesoros. De manera similar, en la China imperial, el éxito estaba ligado al ascenso en la jerarquía del gobierno y la obtención de poder político y económico.

Sin embargo, en otras culturas, el éxito ha sido interpretado a través de un prisma más espiritual y comunitario. En las tradiciones indígenas americanas, por ejemplo, este se vinculaba con el equilibrio y la armonía dentro de la comunidad y la naturaleza. Asimismo, en la Europa medieval, también adquirió una dimensión espiritual: la salvación y la piedad se consideraban objetivos superiores, y el éxito material a menudo se veía como secundario o incluso irrelevante en comparación con la vida eterna. Con el Renacimiento y la Ilustración, el énfasis comenzó a cambiar hacia logros más tangibles, como los avances científicos, artísticos y la acumulación de conocimiento.

Hoy en día, la percepción del éxito puede variar significativamente entre las diferentes culturas. En las sociedades occidentales, sigue estando estrechamente relacionado con logros profesionales y financieros. El “sueño americano”, popularizado por el escritor e historiador James Truslow Adams en su libro The Epic of America, publicado en 1931, se centra en la idea de que cualquier persona, sin importar su origen, puede alcanzar el éxito a través del trabajo duro y la determinación, generalmente manifestado en forma de prosperidad económica y ascenso social.

En contraste, en culturas orientales como la japonesa, este posee un fuerte componente de armonía y equilibrio. El concepto de ikigai, que significa “razón de ser”, se centra en encontrar una convergencia entre lo que se ama, en lo que se es bueno, lo que el mundo necesita y por lo que se puede ser recompensado. Este concepto, parte integral de la cultura japonesa durante siglos, se ha popularizado a nivel mundial en los últimos años.

En el Imperio romano, el éxito se medía por la jerarquía social y las posesiones materiales.

Asimismo, en lugar de buscar la acumulación de bienes materiales o el reconocimiento externo, el budismo enseña que el verdadero éxito viene de nosotros, nuestro desarrollo interno y la capacidad que tenemos de superar el sufrimiento. Desde esta visión, alcanzar el nirvana, un estado de liberación del ciclo de sufrimiento, es considerado el mayor logro al que una persona puede aspirar.

Por otro lado, la percepción del éxito también puede ir cambiando a lo largo del ciclo de vida de una persona. Durante la juventud, el éxito a menudo se asocia con la obtención de una buena educación, el inicio de una carrera y el establecimiento de una base económica sólida. A medida que envejecemos, nuestras prioridades van cambiando, y el éxito empieza a sumar otros aspectos como la estabilidad familiar, la salud o la satisfacción personal. En la vejez, muchos encuentran que ser exitoso se mide en términos de tener relaciones significativas, contribuciones a la comunidad y la capacidad de disfrutar de una vida con propósito.

Sin embargo, para muchos, el verdadero éxito no es una cosa u otra, sino el equilibrio entre los diferentes ámbitos de la vida: profesional, financiero, familiar, social, físico y espiritual. Tener una carrera exitosa y ganar mucho dinero carece de sentido si se descuidan las relaciones personales y la salud. Además, el crecimiento personal y la espiritualidad también juegan un papel crucial.

Es cierto que el concepto de lo que es el éxito no ha logrado escapar al marketing y la publicidad, que a menudo promueven una visión superficial y materialista. Anuncios que muestran coches lujosos, casas grandes y estilos de vida ostentosos crean una imagen del triunfo que puede ser inalcanzable para muchos, generando insatisfacción y ansiedad. Sin embargo, también hay un marketing positivo que promueve una concepción más holística de lo que significa triunfar en la vida. Campañas que destacan el bienestar, la sostenibilidad, el equilibrio entre trabajo y vida personal y la importancia de las relaciones humanas contribuyen a una percepción más saludable y alcanzable.

*Texto publicado en el portal web Ethic https://ethic.es/

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Traver Pacheco

Máster en Dirección de comunicación y Gestión publicitaria. Jefe de estrategia en IPG Mediabrands.