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Foto: Thought Catalog. Unsplash.

El impacto de la pandemia se ha sentido con fuerza en la seguridad alimentaria de ciudades como Barranquilla, Cartagena o Santa Marta, y las mediciones en esta materia realizadas por diversas instituciones de la sociedad civil no han estado exentas de polémicas. ¿Cómo subir a los diferentes estamentos de la sociedad en el mismo tren de la búsqueda de la calidad de vida?

Existe en los seres humanos un deseo innato por comprender qué es lo que acontece en nuestro alrededor, por entender el mundo, sus razones y sus misterios. Preguntar el porqué de las cosas es el motor del conocimiento, del avance de la ciencia y de las técnicas de medición tan necesarias para diagnosticar problemas y medir el progreso.

Hace cuatro siglos era una utopía pensar en la posibilidad de medir la velocidad de la luz; sin embargo, en 1728, el inglés James Bradley logró calcularla. De la misma forma, algunos fenómenos sociales que trascienden las culturas, los tiempos y las fronteras, como la seguridad alimentaria deficiente –o el hambre– han captado la atención de Estados, organizaciones e individuos de manera que, en un esfuerzo por avanzar en su comprensión y prevención, se han desarrollado instrumentos para su medición. Es así como en un intento de sistematizar, pero también de coordinar los esfuerzos internacionales post Segunda Guerra Mundial, surge la FAO, un organismo adscrito a las Naciones Unidas especializado en la Alimentación y la Agricultura.

Con este contexto podemos llegar a tres acuerdos básicos que sustentarán los próximos renglones: primero, el fenómeno del hambre no es nuevo y no es exclusivo de América Latina; segundo, históricamente las pandemias y las guerras han sido el principal enemigo de los avances en materia social, incluyendo la seguridad alimentaria; y tercero, medir la seguridad alimentaria o el hambre sí es posible, pero para hacerlo apropiadamente es necesario triangular datos y complementar metodologías. En este sentido y con motivo de la pandemia de la COVID-19, la FAO realizó una primera evaluación de la inseguridad alimentaria a nivel mundial y los resultados principales no son alentadores: nos alejamos del camino de ponerle fin al hambre y a la malnutrición en 2030, 1 de cada 3 personas en el mundo tuvo dificultades para acceder a alimentos adecuados y el precio de las dietas saludables aumentó en todas las regiones. El debilitamiento de la economía, como consecuencia de los confinamientos, también acentuó patologías como la anemia, la malnutrición y la obesidad, especialmente en países de ingresos medios, como Colombia.

Ahora bien, siguiendo una metodología diferente, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística de Colombia –DANE– aplicó una encuesta periódica y presencial para conocer la realidad de los hogares y para ello recurrió a una muestra representativa a nivel territorial. Los resultados no solo se encuentran en sintonía con los hallazgos internacionales, sino que, al analizar en detalle, se observa una evolución de la situación nacional que está correlacionada con los confinamientos y que evidencia una pauperización de la situación socioeconómica de los hogares.

En concordancia con los principios de la triangulación de los datos y de complementariedad de metodologías, la Red de Ciudades Como Vamos decidió avanzar en una serie de preguntas, basadas en los lineamientos de la FAO y estandarizadas a nivel nacional; para ello, aplicó una serie de encuestas que tuvieron control de cuotas de sexo, edad, nivel socioeconómico y territorial, asegurando la mayor representatividad poblacional. Los resultados, desalentadores desde todo punto de vista, se encuentran en la misma dirección que los hallazgos del DANE y de la FAO; sin embargo, para fines pedagógicos solo mencionaremos uno: el Caribe colombiano ha sido especialmente sensible al impacto de la pandemia, la seguridad alimentaria de ciudades capitales como Barranquilla, Cartagena o Santa Marta se ha visto afectada alrededor de un 40 – 50 % y esto viene a coincidir con: a) los datos de informalidad laboral, donde estas ciudades también lideran los rankings; b) el encarecimiento de los productos y servicios como la luz, que ya es la más costosa en el país y sigue subiendo, y c) la dependencia de actividades económicas como el turismo, que sufrió una contracción significativa. En este orden de ideas, la pandemia, como fenómeno global, puso en evidencia las fortalezas y vulnerabilidades de algunos sistemas y de muchas sociedades. Vale decir que los efectos que empezamos a observar no son responsabilidad exclusiva de los dirigentes, pero tampoco son una excusa para sus acciones u omisiones.

Los debates que alrededor del mundo político se han producido en torno a la validez de las estadísticas o sobre los efectos de la pandemia en distintas materias, dan cuenta de la dificultad de muchos gobernantes para ver en las ciencias un facilitador y un aliado estratégico en su gestión.

Es necesario superar la politización de los datos. Los aportados por instituciones como Barranquilla Cómo Vamos, el DANE o la FAO no buscan ser un juez severo o moralizante; en su lugar, dan luces para la toma de decisiones políticas de quienes pueden decidir y han sido elegidos por el pueblo para ello.

Esta pandemia en particular y los informes que distintas instituciones han arrojado en torno al tema de la seguridad alimenticia como la FAO, la CEPAL, el DANE o la Red de Ciudades Cómo Vamos nos dan pistas en varias direcciones:

 

  • Urge una mayor integración entre los sistemas de información para facilitar la toma de decisiones y para mejorar la confianza en las estadísticas. El manejo y análisis de datos a gran escala debe ser el principal aliado de los próximos gobiernos.
  • Es necesario superar la politización de los datos. Los aportados por instituciones como Barranquilla Cómo Vamos, el DANE o la FAO no buscan ser un juez severo o moralizante; en su lugar, dan luces para la toma de decisiones políticas –de quienes pueden decidir y han sido elegidos por el pueblo para ello–, y orientan sobre “lo que está funcionando” y sobre dónde deben concentrarse los esfuerzos. Y en absoluto desconocen el olfato que desarrolla el gobernante al ser quien palpa las realidades en las calles día a día.
  • Los datos tienen un contexto sin el cual es imposible su comprensión. Por ejemplo, tras 2 años de pandemia, los niveles de pobreza en Argentina llegan al 42 % y los de indigencia al 10.7 %; en Chile, la pobreza que en la última década se situaba alrededor del 8 %, hoy se proyecta en un 20 % y así podríamos hacer un listado de todos los países con la misma conclusión: la pandemia ha tenido un efecto muy adverso en la pobreza y en la seguridad alimenticia de varios países. Esta compleja situación no es exclusiva de Colombia ni de Barranquilla, pero no se puede desconocer, bajo ninguna circunstancia, que las afectaciones en las principales ciudades del Caribe colombiano han sido especialmente severas y merecen mucha atención.
  • Hay que tener cuidado para que las controversias en esta materia no afecten la legitimidad de los datos, ni el rigor de quienes los recaudan y analizan. Por eso será útil una mejor coordinación y socialización de los datos, así como también una mayor articulación de técnicas, métodos y disciplinas. La información precisa y las cifras veraces son fundamentales para el devenir de la democracia y los gobernantes deben saber interpretarlos a cabalidad, bien sea para cobrar justos triunfos o para resolver problemas que nunca faltan.

La academia, las organizaciones de la sociedad civil, los centros de estudio, el mundo empresarial y la política, en principio –y aunque a veces no lo parezca– perseguimos un mismo fin: la prosperidad colectiva de sus territorios Sin embargo, esto trascenderá de una declaración de principio cuando se logre superar la politización que desgasta las discusiones que realmente importan en una sociedad.

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