La reelección de Putin por un período de seis años eleva el rechazo de los países occidentales a lo que consideran una dictadura en Rusia. Foto: The Financial Times.
Una lectura a El mago del Kremlin, de Giuliano da Empoli, una radiografía descarnada del poder de Vladimir Putin y una crítica mordaz de los valores políticos occidentales.
En tiempos de redes sociales, los temas de la agenda pública están saturados de lugares comunes. El conflicto entre Israel y Palestina es el más obvio, pero desde hace dos años, la invasión de Rusia a Ucrania ha sido otro. Sobre todo, es común la idea de que un líder autoritario es un loco inescrupuloso e insaciable de poder. Esa es, dicho como un tuit, la imagen de Vladimir Putin. Pero la política es más compleja que la sicología. Por eso, El mago del Kremlin, la novela del escritor ítalo-suizo Giuliano da Empoli (Seix Barral) constituye un aporte invaluable: no solo nos introduce en los entresijos del poder ruso sino que nos entrega una parábola del autoritarismo político que bien puede aplicarse a Trump, Erdogan, Netanyahu, Bukele, Díaz-Canel o Maduro.
Da Empoli, de formación sociólogo y de oficio asesor político, pone en boca de Vadim Baranov, un ficticio asesor a la sombra de Putin –el Zar– que ha caído en desgracia y está a las puertas de su retiro, una sugerente descripción del modo como los rusos conciben el poder y su brutal contraste con ideas y creencias occidentales. “Es cierto que alrededor de los poderosos siempre hay personas que piensan en ocupar su puesto. Pero el auténtico asesor pertenece a una raza totalmente diferente de la del poderoso. En realidad es un vago. Murmuradas al oído del príncipe, sus palabras producen el máximo impacto sin tener que pasar por la agobiante fatiga de medrar. Luego regresa tranquilamente a su biblioteca, mientras las bestias feroces siguen desgarrándose unas a otras bajo la superficie del agua. Tiene una esquirla de hielo en el corazón: cuanto más se calienten los otros, más se enfría él”. Que Da Empoli ponga en boca de Baranov las claves del autoritarismo ruso no lo libra de ser visto como un tonto útil de la propaganda rusa por lectores biempensantes.
De allí que quien se aproxime con condescendencia de occidental a esta novela que se lee como un ensayo se sorprenderá al encontrar una aguda crítica de la forma como se concibe el poder político en Occidente y la relación de este con los empresarios, con el pueblo, con la violencia y con la historia. Se trata de una lectura estimulante y refrescante en tiempos de corrección política que ayuda a explicar la popularidad que tienen hoy los proyectos autoritarios y desconcierta a sociólogos y politólogos, y ni qué decir, a abogados y economistas.
El libro puede leerse como una radiografía descarnada del poder de Putin o como una crítica mordaz de los valores políticos occidentales. Dos caras del poder político que da Empoli esboza desmitificando lugares comunes como si fuera una secuela literaria de las obras de Maquiavelo, Hobbes o Schmitt. A la primera cara la llamaré la política del patio de colegio y a la segunda, la política de salón.
Da Empoli, de formación sociólogo y de oficio asesor político, pone en boca de Vadim Baranov, un ficticio asesor a la sombra de Putin –el Zar– que ha caído en desgracia y está a las puertas de su retiro, una sugerente descripción del modo como los rusos conciben el poder y su brutal contraste con ideas y creencias occidentales.
La política del patio de colegio
La política del patio de colegio es un juego en el que siempre se impone el más fuerte, aquel que elimina a sus rivales pero no por su afición a la sangre sino porque el poder frío y desnudo es un medio y fin a la vez. “La gente cree que el centro del poder consiste en una lógica maquiavélica, cuando en realidad reside en lo irracional y en las pasiones, en un patio de colegio, ya le he dicho, donde la crueldad gratuita campa a sus anchas y prevalece indefectiblemente por encima de la justicia, incluso por encima de la pura y simple lógica. De entre todos los primates, el hombre es el que tiene el cerebro más grande, ciertamente, pero también su polla es la más grande, más que la del gorila. Algo querrá decir eso, ¿no?”.
En esta concepción del poder, el líder es el jefe de una banda de machos duros destinada a proteger a todos. Su fortaleza no es caprichosa: “La política tiene un solo objetivo: dar respuesta a los terrores humanos. Si el Estado no es capaz de salvaguardar el miedo a los ciudadanos, el fundamento mismo de su existencia se pone en cuestión”. Por eso, “la vertical del poder es la única respuesta satisfactoria, la única capaz de calmar la angustia de las personas expuesta a la ferocidad del mundo”.
Como se puede intuir, el jefe debe ser fuerte para estar en condiciones de proteger a su pueblo, luego, “la primera regla del poder es perseverar en los errores, no mostrar la menor fisura en el muro de la autoridad”. Así entendida, la política es una cuestión de vida o muerte. Por eso, “cuando el Zar habla de política, nunca da cifras: él habla del lenguaje de la vida, de la muerte, del honor, de la patria”. La guerra y la violencia son también funcionales al ejercicio del poder y a su mantenimiento. Por eso cuando se ejerce o se ordena, siempre se justifica como un ejercicio de justicia o de castigo legítimo: “Pensáis que Stalin es popular a pesar de las matanzas. Pues bien, os equivocáis, él es popular gracias a las matanzas. Porque al menos sabía cómo tratar a los ladrones y a los traidores”, dice Baranov. “Cuando es descubierto, el culpable ha de ser castigado. Se ha ejercido la justicia, alguien ha pagado por ello y el orden se ha restablecido. Esto es lo fundamental”.
Portada del libro de Giuliano da Empoli, publicado bajo el sello Seix Barral.
La política de salón
Para el mago del Kremlin, la política de salón sería aquella que se practica en Occidente y se caracteriza por un apego inmarcesible a los principios liberales y democráticos y una devoción por las reglas institucionales combinada con la hipocresía de que si la causa es moralmente digna, las deudas están saldadas por adelantado. No hay ajustes, se sigue el guión.
Como se sabe, uno de los signos más visibles del capitalismo de amigotes a la rusa es el nutrido grupo de oligarcas que han medrado alrededor del Kremlin y cuyas fortunas son bien conocidas en clubes de fútbol, hoteles y tiendas de lujo occidentales. Pero lo singular no es que haya empresarios que se beneficien de sus amigos en el Estado –de eso hay de sobra por acá– y que tengan una extraña propensión a envenenarse o suicidarse es anecdótico. Lo singular es su inalterada dependencia del jefe por más encumbrados que estén. “Para ustedes, los occidentales, eso es un tabú absoluto. ¿Un político arrestado? ¿Por qué no? Pero ¿un millonario? Eso sería inimaginable, porque su sociedad está basada en el principio de que no existe nada superior al dinero. Lo divertido es que sigan llamando “oligarcas” a los nuestros, mientras que los verdaderos oligarcas no existen más que en Occidente. Allí es donde los millonarios están por encima de las leyes y del pueblo, donde compran gobiernos y dictan leyes en su beneficio”.
Algo similar sucede con la polarización. El mago se vanagloria de haber contribuido a envenenar la conversación pública de las redes sociales inventadas en Occidente, pero lo más desconcertante es la puerilidad de la trama: “La clave es que cada quien tenga algo que lo apasione y alguien a quien odiar. No debemos convertir a nadie, Yevgueni, solo hemos de descubrir en qué creen y hacer que crean en eso todavía con más fe, ¿comprendes? Dar noticias, argumentos verdaderos o falsos, eso carece de importancia. Hay que enfurecerlos a todos. Todavía más”, le dice, instruyéndolo, al director de la propaganda mediática del Estado. Contrario a lo que se podría pensar, no se trataba de apoyar a los copartidarios o compañeros de ruta de la causa rusa, sino de contribuir a enojar a quienes estuvieran en los extremos de cada tópico de conversación. Cuando lo descubran, “se volverán locos, no entenderán nada. No sabrán ya en qué creer. Lo único que comprenderán es que hemos entrado en su cerebro y jugamos con sus circuitos neuronales como si fueran una de esas tragaperras tuyas”.
Seguramente los asesores de la política del patio de colegio y del salón han leído a Maquiavelo y a los teóricos del poder. Pero han sacado conclusiones diferentes. Por eso, mientras unos recomiendan organizar interminables cumbres para ponerse de acuerdo sobre qué hacer, los otros lo decidieron rápidamente, pues tienen claro que “salones dorados, guardias de honor, cortejos oficiales a través de las calles cortadas a la circulación, pero luego, en el fondo, responde a la misma lógica que la del patio de colegio, donde los más brutos imponen su ley y donde la única manera de hacerse respetar es el rodillazo”. No entender esto tan simple explica muchos males que padecemos.
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Iván Garzón Vallejo
Profesor investigador senior, Universidad Autónoma de Chile. Su más reciente libro es: El pasado entrometido. La memoria histórica como campo de batalla (Crítica, 2022). @igarzonvallejo