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El dictador Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo parecen saludar a un camión cargado con ataúdes en una foto publicada por “El País” de España.

La paradoja de los dictadores en Latinoamérica es que pasados unos años estos terminan por ser una peor versión de los gobiernos que derrocaron. Así lo ilustra el caso de Nicaragua.

Inició 2022 con pocas esperanzas de un pronto retorno a la democracia en Nicaragua, tras la fraudulenta prolongación del régimen de Daniel Ortega, reelegido como presidente con una abstención del 80 %, y luego de encarcelar a siete de sus competidores a la presidencia y acallar a los medios de comunicación opositores.

Resulta llamativo estudiar la historia de este país centroamericano que ha padecido dictaduras interminables y cruentas a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Por poner un ejemplo, entre la dinastía de los Somoza (1937-1979) y el régimen orteguista (1979-1990) y 2007 hasta el presente, existen grandes similitudes que pasan por la represión sin límites, el nepotismo y la meta de gobernar “hasta el fin de los tiempos”. Al igual que Porfirio Díaz en México o Leonidas Trujillo en República Dominicana, Ortega se asume como imprescindible y mesiánico.

La corrupción y la represión actual no son un fenómeno reciente en este país. Datan de los tiempos de la dictadura somocista y de la llamada Revolución Sandinista. Esta última gesta generó grandes ilusiones y expectativas frustradas en América Latina.

La dictadura de los Somoza, por ejemplo, expropió a los alemanes radicados en ese país aprovechando la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial y se apoderó de los bienes de la familia Bahkle, dueña de las mejores haciendas cafeteras de Nicaragua, además de otras propiedades agrícolas y urbanas.1 Asimismo, el dinero donado para la reconstrucción de Managua, tras el terremoto de 1972, se dilapidó en todo menos en obras públicas. Anastasio Somoza Debayle no tuvo reparos en ordenar una ofensiva en los años 70 sobre el pueblo de Masaya, durante la lucha contra su régimen, y asesinar rebeldes so pretexto de pacificar el país. Igual sucedió en 2018, cuando Ortega reprimió cruelmente las protestas en esta región.

La paradoja de los dictadores en Latinoamérica es que pasados unos años estos terminan por ser una peor versión de los gobiernos que derrocaron. Así lo ilustra el caso de Nicaragua.

De manera similar, hubo incomprensión e intolerancia hacia los indígenas de la Costa Atlántica por parte de la joven revolución sandinista, liderada por Ortega. Tras el triunfo de la revolución contra la dictadura de los Somoza ocurrido, en 1979, y ante la violencia ejercida por la llamada “contra” nicaragüense en los territorios de estas comunidades, el gobierno decidió trasladar en 1981 a 41 comunidades de indígenas miskitos de sus tierras ancestrales, a fin de recuperar el control militar, ya que al vivir en las fronteras con Honduras resultaban ser un blanco fácil y difícil de proteger. Esto por supuesto generó malestar y oleadas de protestas a nivel internacional, incluyendo el reclamo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

También, tras perder en 1990 las elecciones presidenciales contra la candidata Violeta Barrios de Chamorro, el gobierno saliente de Daniel Ortega aprobó las leyes 85 y 86, conocidas coloquialmente como “la piñata”, que consistieron en una serie de expropiaciones de bienes públicos y privados estatales para el beneficio personal de máximos dirigentes del gobierno sandinista como Daniel Ortega, su hermano Humberto Ortega y Tomás Borge. Este hecho, aunado al radicalismo de sus dirigentes, condujo a la renuncia progresiva de militantes históricos como Dora María Téllez, Sergio Ramírez, el padre Ernesto Cardenal, la poetisa Gioconda Belli, entre otros.

El reciente cierre de 14 universidades privadas en Nicaragua, con el propósito de acallar la oposición a la dictadura orteguista y la represión contra grupos de universitarios –en 2018 fueron asesinados 45 estudiantes– nos recuerdan al asesinato de varios estudiantes, ocurrido en tiempos de los Somoza. En 1937 fue incendiado en el paraninfo de la Universidad de León un retrato en seda con la imagen de Somoza, obsequiado por el emperador Hirohito de Japón al presidente. En represalia, Octavio Caldera y otros estudiantes y obreros fueron torturados y asesinados.

En conclusión, tienen razón los estudiantes nicaragüenses quienes hoy en sus protestas y marchas gritan: “Somoza y Ortega son la misma cosa”. 

 

1 Guerra Vilaboy, Sergio, Roberto González Arana. “Dictaduras del Caribe”. Ediciones Uninorte, 2017.

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Roberto González Arana

Ph.D en Historia del Instituto de Historia Universal, Academia de Ciencias de Rusia. Profesor Titular del Departamento de Historia y Ciencias Sociales, Universidad del Norte.

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