Óscar Iván Zuluaga, excandidato a la Presidencia de Colombia y envuelto en el escándalo de Odebrecht. Foto: El País de Cali.
En el Antiguo Testamento se condena la mentira, pero en muchos pasajes de este libro parece haber cierta benevolencia cuando sus personajes centrales tienen actitudes incoherentes y hacen declaraciones engañosas.
En estos días saltó a la palestra publica el tema de la mentira, por las conversaciones reveladas por la revista Semana en las que el excandidato presidencial Óscar Iván Zuluaga admite que su campaña recibió dineros de la constructora brasileña Odebrecht para cubrir la contratación del publicista Duda Mendoça.
En las conversaciones sostenidas con García Arizabaleta, Óscar Iván Zuluaga le confesó que acudió a un sacerdote que le dijo: “Uno tiene que protegerse a sí mismo ante la maldad de los demás. A usted nada lo obliga a no protegerse y proteger a su familia. Eso está en la fe, habla de la restricción mental”.
Este llamativo consejo espiritual seguramente dejó boquiabiertos a los ciudadanos mundanos que muy poco saben de la teología de la mentira. Por eso quisiera dedicar estas breves líneas a este tema de actualidad que ha sido sujeto de debate desde su origen porque toca directamente al octavo mandamiento.
Me gustaría recordar que en el Antiguo Testamento se condena la mentira: “No dirás falso testimonio, ni mentiras”. Sin embargo, en muchos pasajes de este libro parece haber cierta benevolencia cuando sus personajes centrales tienen actitudes incoherentes y hacen declaraciones engañosas.
Precisamente, para resolver estas y otras contradicciones, y dar pautas sobre el comportamiento humano, surge la teología de la moral. Los preceptos morales que enseña les indican a los creyentes lo que deben hacer y evitar en la vida para poder alcanzar el fin último, valiéndose de su libre voluntad.
Dentro de las conductas que el creyente debe evitar esta la mentira porque disuelve los lazos humanos y hiere la verdad, que es Dios. Sin embargo, en el debate teológico que se dio de la mentira en el siglo XVI se permitieron ciertas formas de ocultamiento o discreción que no se consideran mentiras.
Una de estas formas es la restricción o reserva mental, que es un recurso ingenioso en el que se utilizan expresiones ambivalentes para confundir al otro, pero sin mentir. Es decir, lo que la persona expresa, por el significado de las palabras y el contexto, tiene múltiples interpretaciones en el interlocutor.
La restricción o reserva mental es un recurso ingenioso en el que se utilizan expresiones ambivalentes para confundir al otro, pero sin mentir.
Es por ejemplo el caso de la mujer que entra a la casa de una de sus vecinas para protegerse de su pareja que la estaba agrediendo. Cuando la pareja toca a la puerta de la vecina y le pregunta si la mujer está en su casa. La vecina saluda con amabilidad y le contesta “no tenemos previsto reunirnos hoy”
Esta figura suele utilizarse cuando hay razones de peso, por ejemplo: cuando está en juego la vida, o se quiere evitar un daño mayor, o proteger un secreto profesional. Y esta prohibida cuando se hace para provecho propio o ajeno, o no se responde a quienes tiene todo el derecho de conocer la verdad.
Lamentablemente, esta válvula de escape de la verdad se puede convertir en un vertedero por el que la mentira transita a sus anchas. Porque los valores, las normas, los preceptos y principios pueden ser interpretados y, por lo tanto, relativizados según el contexto histórico, las circunstancias y los lugares.
Me parece que vale la pena, por tanto, preguntarse en el caso de Óscar Iván Zuluaga: ¿Sí tiene sentido o es justo utilizarla? ¿Tenía el interlocutor derecho a saber toda la verdad?, ¿Sí se lesionaron gravemente las virtudes de la justicia y la caridad? O ¿Sí se está utilizando para evadir un castigo?
La figura de la restricción mental es un refugio en el que se protege la verdad y no un ardid que utilizamos para evitar el castigo, o salvaguardar nuestra imagen. Por eso el Concilio Vaticano II (Dignitatis humanae I) deja claro que “La verdad no se impone más que con la fuerza de la propia verdad”.
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Julio Antonio Martín Gallego
Magíster en educación, Especialista en filosofía contemporánea e Ingeniero Mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.