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El poeta y ensayista Octavio Paz. Foto: El País.

Las reflexiones del Nobel de literatura mexicano abarcaron diversos campos pero siempre tuvieron una constante: la defensa de los valores democráticos, humanistas y ecológicos de nuestro tiempo.

La publicación reciente del libro Spinoza en el Parque México, una biografía intelectual de Enrique Krauze, nos lleva inevitablemente a hablar del Nobel mexicano Octavio Paz, con quien Krauze mantuvo una estrecha relación de tipo intelectual. 

Fue Paz una persona vertical, que decía lo que pensaba, fiel a su conciencia; respetaba y valoraba las diferencias de pensamiento y por encima de todo fue un verdadero pensador, quizás el único que quedaba en nuestra lengua, a la par de los grandes pensadores que en el mundo han sido. No había tema que se escapara a sus reflexiones. Fue un hombre de ideas, no hubo controversia que eludiera y confrontaba sus ideas y reflexiones con quien pudiera, incluyendo consigo mismo. 

Creó una obra prolífica, y la lista de temas sobre los cuales escribió es alucinante. Reflexionó sobre todos los temas importantes de su tiempo y fue un estudioso de su país, al que retrató en uno de sus mejores libros, El laberinto de la soledad. Octavio Paz veía la historia de su país como una sucesión de rupturas y uniones. La primera ruptura fue la Conquista, y la primera reconciliación la conversión de los vencidos a una fe universal, el cristianismo, y a partir de ahí se dieron otras rupturas y reuniones, incluyendo la Revolución Mexicana, que en mi opinión, por haber sucedido ya en el siglo XX, le permitió a los mexicanos llevar a cabo, casi un siglo después de las revoluciones que tuvieron los otros países hispanoamericanos, el proceso de reconciliarse con su pasado y entender su carácter de pueblo mestizo, lo cual no habían podido hacer porque, según Paz, la oligarquía mexicana del siglo XIX les había negado esa posibilidad. 

Paz hacía una distinción entre revolución, revuelta y rebelión. Según él, las revoluciones significan el cambio violento y definitivo de un sistema por otro, las rebeliones son actos de grupos marginales que no buscan cambiar el orden sino destronar algún dictador, y las revueltas son levantamientos populares contra un sistema considerado injusto. Su interpretación de la Revolución Mexicana, es que fue en primer lugar una revolución de la burguesía y la clase media para modernizar el país; pero al mismo tiempo se presentó una revuelta de los campesinos del sur, que terminó en el asesinato de su líder, Emiliano Zapata.  

Otro tema de interés para él fue la democracia, que él concebía como una convivencia de los ciudadanos dentro de una sociedad tolerante y abierta donde se acepten valores e ideas distintos a los propios, para lo cual se requiere que haya libertad, un concepto que él veía como complementario de la democracia. En varios de sus ensayos insistía que “sin libertad, la democracia es despotismo, y sin democracia la libertad es una quimera”. Le daba una gran importancia a la crítica. En sus propias palabras: “El escritor tiene una responsabilidad mayor con su conciencia que con sus creencias, su patria, su Iglesia o su partido”. Veía la crítica como la única brújula moral, tanto en la vida privada como en la pública.  

Su relación con la Unión Soviética tuvo momentos difíciles. Fue tildado de anticomunista, acusación sin fundamento porque nunca vio a los comunistas como enemigos. Un momento clave se dio cuando estando como funcionario de la embajada de México en el París de la posguerra se enteró de la existencia de campos de concentración en la Unión Soviética. Mientras los intelectuales de izquierda negaban la existencia de dichos campos, tildándolos de un invento de la propaganda anticomunista y diciendo que aunque existieran no debía hablarse de ellos “para no hacerle el juego al enemigo”, él se atrevió a romper el silencio y publicó en la revista Sur de Buenos Aires documentos que demostraron su existencia. Después, a raíz de las lecturas de las obras de Aleksandr Solzhenitsyn, rompió definitivamente con la revolución soviética, ruptura que formalizó con su ensayo “Polvos de aquellos lodos”, que está incluido en su libro El ogro filantrópico. 

Acusado de rechazar el socialismo, manifestó no solo que no lo rechazaba, sino que, por el contrario, lo veía como la única salida racional a la crisis de Occidente. De hecho, era tal la visión positiva que tenía que llegó a manifestar que “el socialismo verdadero era inseparable de las libertades individuales, del pluralismo democrático y del respeto a las minorías y a los disidentes, y que para él, comienza, o debería comenzar, con la libre posibilidad de todos y cada uno de hablar, oír, y replicar, sobre todo lo último, el derecho a la réplica”.

Paz aducía que la izquierda sufría una parálisis intelectual, y que pensaba poco y discutía mucho, y retaba a los intelectuales de izquierda, pero no lo hacía asumiendo una superioridad moral, sino desde su perspectiva de socialista, como él se consideraba, de manera que la crítica que él le hacía a la izquierda tenía su elemento de autocrítica asociado.

En cuanto a la poesía, es una constante en su obra. En su discurso al recibir el Premio Nobel plasma su amor por ella. No fue un poeta de una sola voz: la diversidad en su poesía es asombrosa, habiendo probado estilos diferentes. Además de su propia obra poética, estudió la poesía de otros, como Fernando Pessoa, Borges, Luis Cernuda y Vicente Huidobro, y sobre la poesía mexicana en general, en particular las obras de Sor Juana Inés de la Cruz, José Juan Tablada y José Gorostiza. En Los signos en rotación escribió un ensayo sobre el Modernismo y sobre Rubén Darío, quizás su principal exponente, y uno de mis poetas preferidos. 

Paz aducía que la izquierda sufría una parálisis intelectual, y que pensaba poco y discutía mucho. Retaba a los intelectuales de izquierda desde una perspectiva de socialista con una alta dosis de autocrítica .

Algunos de los otros temas sobre los cuales escribió reflexionó fueron: el amor y el erotismo, en su libro La llama doble; literatura oriental, sobre la cual mostró un gran interés y conocimiento, y no podemos dejar de mencionar su ensayo sobre “Sor Juana Inés De La Cruz o las trampas de la fe”, esa extraordinaria mujer, sobre la cual Paz intenta resolver interrogantes como el por qué escogió hacerse monja, qué había detrás de sus inclinaciones afectivas y eróticas, y por qué renunció a las letras: la pasión de su vida.

No quiero dejar de lado una faceta poco conocida y es su conciencia ambiental. En varios de sus escritos alertó sobre los riesgos que se ciernen sobre el planeta. Para decirlo en sus propias palabras: “En un momento en el que comenzamos a descifrar los secretos de las galaxias y de las partículas atómicas, los enigmas de la biología molecular y los del origen de la vida, hemos herido en su centro a la naturaleza. Por esto, cualesquiera que sean las formas de organización política y social que adopten las naciones, la cuestión más inmediata y apremiante es la supervivencia del medio natural. Defender a la naturaleza es defender a los hombres. Somos un eslabón del universo. Solo si renace entre nosotros el sentimiento de hermandad con la naturaleza, podremos defender la vida. La contaminación no solo infesta el aire, los ríos y los bosques, sino a las almas. Una sociedad poseída por el frenesí de producir más para consumir más tiende a convertir todo lo que tocan, el amor, la amistad y hasta las personas en objetos de consumo”. Difícil decirlo de una mejor manera.

Octavio Paz nos dejó hace casi 25 años, pero su legado intelectual está vigente.

 

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Alfredo Jiménez López

Ingeniero y escritor.

 

 

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