Margarita Garcia

Mezcla de europeos y samarios (de pie, de Izq. a Der.): Rakoczy, Magyar, Marik, Imre Danko, Bruno Gerzelli, Zsengeller y Contin. Abajo, en el mismo orden: Carlos Arango, Fuzessi, Torok y Hrotko. Foto: libro Unión Magdalena, el fervor de un pueblo. 

Tras la Segunda Guerra Mundial, nueve futbolistas húngaros que huían de la ocupación soviética, terminaron jugando en Santa Marta en el Deportivo Samario, un equipo cuyo aguerrido paso por el fútbol colombiano daría lugar al nacimiento del Unión Magdalena. Crónica de un equipo inverosímil en el que jugó Gyula Zsengellér, leyenda del fútbol internacional.

En la foto aparecen, con una actitud que no se sabe si es de alegría o incertidumbre y con la mirada clavada en un horizonte perdido, nueve húngaros arropados con el uniforme del Deportivo Samarios (en unos años ese nombre dejará de existir y pasará a llamarse Unión Magdalena). Sus nombres son Rakoczy, Ladislao Magyar, Imre Danko, Fuzessi, Gerro Hankel, Georgy Marik, Alejandro Torok, Samu y Julio Zsengeller. La foto, a blanco y negro, parece el único testimonio de un tiempo tan extraño como improbable.

La primera vez que tuve contacto con esta historia fue por Alberto Linero, un hincha tan devoto del equipo samario que, una mañana de febrero desde Budapest, me decía que se había dado a la tarea de contarle a los locales la historia inverosímil de una cuadrilla de jugadores húngaros que habían ido a templar a Santa Marta para terminar disputando encarnizados partidos con el resto de equipos de renombre de la naciente liga de futbol profesional colombiano.

En aquella cuadrilla de jugadores que llegaban de ese contingente extraviado, figuraba un delantero que había sido titular con el seleccionado de Hungría, entonces favorito a llevarse el título en la final de la copa del mundo de 1938 y que, según registros de la FIFA, era famoso por su letalidad en el área: Gyula Julio” Zsengeller.

Un equipo errante

Las devastaciones de la guerra estaban por todos lados y el futbol, con todos sus protagonistas a bordo, tampoco se escapaba del desastre. Hungría estaba ocupada por la Unión Soviética y el exilio forzoso de miles de ciudadanos en plena posguerra era el pan de cada día. Un grupo de jugadores partieron a recorrer las canchas del mundo con las únicas armas que tenían a la mano para vencer a los rivales y alejarse del drama de esos días después de la guerra: sus guayos y la garra de su futbol. El remoquete con el que se hicieron llamar fue Hungarian F.C., el equipo que los aglutinó y con el que empezaron a caminar los estadios de Europa para enfrentar equipos de toda índole en una gira trepidante que estuvo plagada de victorias.

Después de ganar en el viejo continente, el equipo de húngaros zarpó hacia América Latina para continuar con la gira, fue así como el Hungarian terminó en Ecuador jugando partidos de exhibición y después saltó a Colombia, donde todos sus integrantes estuvieron por cerca de dos meses jugando futbol y olvidándose de una guerra fratricida en la que no tenían nada que ver. Fue en esa coyuntura que los dirigentes del Deportivo Samarios se enteraron del equipo que andaba recorriendo estos países recientes del sur en busca de rivales, y decidieron buscarlos para hacerles una oferta. Terminarían nueve de ellos eternizados en aquella foto borrosa a blanco y negro.

Un equipo lejos de casa

El equipo estuvo a tope para el torneo de 1951 y, además de los húngaros, se integraron a la nomina varios samarios de buen pie, dos argentinos, un austriaco, un yugoslavo, un italiano y dos alemanes que llegaron por recomendación y contacto directo de Julio Zsengeller, a quien ya empezaban a decirle Viejito” por su edad (tenía 37 años cuando aterrizó en Santa Marta) y su aura de veterano en uso de buen retiro.

El primer partido, fechado el once de marzo de ese año, se jugó en el Estadio olímpico de Santa Marta contra el América de Cali y el equipo perdió 3-2 ese día; jugaron todos los húngaros, menos Zsengeller. En adelante a Samarios le tocó enfrentar a equipos dificilísimos, como el Santa Fe o Nacional de la época. El Junior del año anterior había contado entre sus filas con Heleno de Freitas, la superestrella brasilera que se perdió en el delirio y el alcohol, y que Deportivo Samarios también había padecido en Santa Marta en una tarde decembrina para el olvido cuando cayeron 4-1 contra el equipo de Barranquilla. Ni qué decir de la hegemonía de Millonarios, el famoso Ballet Azul”, que se la pasaba sonriente de foto en foto con figuras históricas como Di Estefano y Pedernera.

Con todo y un panorama difícil que también pasaba por lo económico, el onceno samario empezaba a dar de qué hablar. Cuando Zsengeller ingresaba al campo algo ocurría: el día que la escuadra samaria viajó a la capital a disputar un partido contra Universidad de Bogotá, el técnico alineó al veterano que terminó metiendo seis goles en un partido cuyo resultado parecía una advertencia: 12-1, la mayor goleada en la historia del futbol colombiano.

Este equipo, diezmado por la falta de presupuesto, los resultados regulares y la inconstancia de la afición, le empataría al año siguiente al Millonarios de Di Estefano.

El futbolista húngaro Gyula Zsengeller, nacido en 1915 y fallecido en 1999, se hizo famoso por su participación en la clasificación de la selección nacional húngara para la final de la Copa del Mundo de 1938. Fue el segundo máximo goleador del torneo, por detrás del brasileño Leónidas. En el Deportivos Samarios hizo las veces de delantero y técnico.

Antes de terminar en Santa Marta jugándose los últimos fulgores de su talento, Julio Zsengeller había sido el goleador en la liga de su país. Sus cifras no admitían mayor discusión: en 323 partidos que jugó para su equipo en la liga húngara, anotó 387 goles entre 1935 y 1947.

El húngaro más samario del mundo

Antes de terminar en Santa Marta jugándose los últimos fulgores de su talento bajo un solazo generoso, Julio Zsengeller había sido el goleador en la liga de su país. Sus cifras no admitían mayor discusión: en 323 partidos que jugó para su equipo en la liga húngara, anotó 387 goles entre 1935 y 1947. Aquí el lector podrá empezar a sacar sus propios promedios.

La primera vez que lo vieron pateando un balón, era un muchacho sin mayores pretensiones que jugaba por diversión, como delantero, en las calles heladas de Cegléd, una ciudad vieja que queda a setenta kilómetros de la capital, Budapest, y que está atravesada por las aguas de los ríos Danubio y Tisza. El nombre de la ciudad, Cegléd, seguro no nos dice mucho, pero se sabe que los vientos que la azotan desde el Oeste son constantes y que la temperatura promedio en un día amable es de cinco grados.

Ese fue el contexto del que surgió un goleador de raza que pudo ser campeón del mundo, pero que quedó de subcampeón con su selección y de segundo en la tabla de goleadores del Mundial, con cinco goles y solo por debajo del brasilero Leonidas, el Diamante Negro”, un delantero que engañaba a los árbitros para poder jugar descalzo. Hungría perdería la final 4-2 contra una Italia apoyada por Benito Mussolini, un equipo que se presentaba a algunos de los partidos vestido de negro. El portero de Hungría diría después del choque final que nunca se había sentido más feliz que aquel día en que le metieron esos cuatro goles que sirvieron para salvarle la vida a once seres humanos.

En Santa Marta las apariciones de Zsengeller no fueron tan frecuentes porque al poco tiempo de llegar y ante la renuncia del director técnico, alternaba los roles de entrenador y jugador. Y lo curioso hoy, cuando ya el tiempo pasó y uno revisa las estadísticas, es que aparece como uno de los artilleros de aquel equipo que no ganó nada. Empezó entonces a cogerle amor a la dirección y jugó sus últimos partidos en Samarios antes de devolverse del todo a Europa para consagrarse como entrenador. Y quizá, en la distancia, un vago amor le dejó el equipo de la ciudad más vieja de Colombia, porque en adelante dedicó su tiempo a guiar equipos chicos y causas perdidas que, con los años, resultaron campeones.

Antes de irse de Santa Marta, Gyula –mejor conocido como Julio, el viejo” Zsengeller en la familiaridad del Caribe– pudo haberse quedado por horas frente al morro, en la bahía, viendo un último atardecer marino en esa ciudad modesta y alejada del ruido del mundo. Atrás quedaban sus años de goleador en Hungría, sus días como promesa de la Roma y sus horas como figura de un mundial que debió ganar. Por delante estaba un futuro incierto en el que se terminaría decantando por dirigir a los jugadores que viven al margen, lejos de las cámaras. Y también, hay que recordarlo, un registro histórico en la tabla de máximos goleadores en ligas de primera división de todos los tiempos, con 416 goles en 394 partidos, solo por debajo de figuras como Pelé y Romario.

Y claro, el epílogo de esta historia está muy lejos de aquí, en una vieja ciudad húngara donde cada tanto conmemoran la vida del goleador en medio de crudos inviernos, con fotos que cuelgan en vitrinas de exposición y los escasos minutos en video que quedaron de sus goles. Alguien, de repente, toma el micrófono para decir que el delantero se retiró en un equipo distante a orillas del Mar Caribe, llamado Deportivo Samarios.

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Erick Camargo Duncan

Periodista samario. Sus crónicas y reportajes han sido publicados en revistas y medios como El MalpensanteSemana Historia y Semana rural, y en otros como Revista Global, de República Dominicana y La Cuarta, de Chile. Es colaborador de la portal digital Cambio. Instagram: @erickcdun