Margarita Garcia

Retrato de Simón Bolivar (detalle), obra del pintor afro-peruano José Gil Castro.

La sensata voz que nos llega desde la historia y el frustrado sueño bolivariano de la Gran Colombia.

El ideal de una gloriosa república de Colombia fue quizás el más encomiable de los sueños de Bolívar, y la síntesis de uno de sus más ambiciosos proyectos políticos. Su primer esbozo apareció en el magistral texto de la Carta de Jamaica, fechada el 6 de septiembre de 1815 en Kingston, capital de la entonces colonia británica.

Allá se fue a comienzos de mayo de ese año, al corazón del Caribe, en busca de refugio y sosiego, dejando atrás una Cartagena de Indias atrapada en una espesa maraña de estériles pugnas por el poder local, por las que pagaría un alto costo humano. Abandonada a su suerte, la ciudad cayó irremediablemente ocho meses más tarde en las garras de las tropas de un feroz castellano bautizado Pablo Morillo y Morillo, quien a su paso no dejó rebelde con cabeza…

El caso es que un Bolívar con treinta y dos años a cuestas, y frente al mar Caribe, escribió no solo la reflexión más sesuda que alguien pudiera haber escrito sobre Hispanoamérica en ese momento de la historia, sino que en esa Carta trazó los primeros perfiles de lo que la posteridad llamó más tarde la Gran Colombia:

“La Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegan a convenirse en formar una república central, cuya capital sea Maracaibo, o una nueva ciudad que, con el nombre de Las Casas, en honor de este héroe de la filantropía, se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahía-honda (En la actual Guajira)… Esta nación se llamaría Colombia como un tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio…”

obregon-pinta

Encabezamiento y firmas del acta de instalación del segundo congreso nacional de Venezuela en Santo Tomás de Angostura, febrero 15 de 1819. Archivo General de la Nación.

Y así fue. En los meses siguientes a la instalación del Segundo Congreso Nacional de Venezuela —en Santo Tomás de Angostura del Orinoco— en febrero de 1819, Bolívar fue dándole forma legal a la unión de ambos pueblos. Después de la batalla de Boyacá, y una vez liberada del dominio español el centro de la Nueva Granada, el Libertador partió nuevamente para Angostura a dar cuenta de ese hecho y reiterar el proyecto político consignado en la Carta de Jamaica. Allí, a orillas del Orinoco, fue recibido en sesión extraordinaria el 14 de diciembre, donde en un breve discurso expresó: «La reunión de la Nueva Granada y Venezuela es el objeto único que me he propuesto desde mis primeras armas…»

Tres días más tarde, el 17 de diciembre de 1819, y a instancias suyas, se expidió la Ley Fundamental de Angostura, que en su primer artículo rezaba: Las repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada quedan desde este día reunidas en una sola bajo el título glorioso de República de Colombia. Como quiera que la Audiencia de Quito —hoy Ecuador— formaba parte de la Nueva Granada, con esa ley quedó conformado políticamente el proyecto del nuevo estado de Colombia.

Hacía falta, sin embargo, que un congreso con delegados elegidos por todas las provincias que comprendían las dos repúblicas, aprobara esa ley, y luego la convirtiera en una constitución; como se hizo el 12 de julio, y el 30 de agosto de 1821, respectivamente, en la Villa del Rosario de Cúcuta. El sueño de Bolívar quedó así consagrado formalmente en el texto de una constitución. Los efusivos aplausos no se hicieron esperar, pero agazapado en un rincón del salón donde se firmó ese documento, el siempre suspicaz Perogrullo debió susurrarle a alguno de los delegados: Sí, pero no olviden… que del dicho al hecho hay mucho trecho. Efectivamente, a partir de aquel 30 de agosto de 1821, comenzó el duro trecho de hacer realidad lo dicho en la constitución.

 

Un cauce lleno de espinas

No se necesita mirar desde la distancia del tiempo el devenir de la gloriosa República de Colombia para apreciar que las dificultades de sacarla adelante iban a poder más que el deseo y la voluntad de Bolívar. Con leer detenidamente las actas del congreso de 1821 es suficiente. Ahí están los reparos, las observaciones pertinentes, las objeciones, las suspicacias, los recelos, e incluso los temores de los muchos delegados que poca fe le tenían al ideal grancolombiano.

No obstante, y a pesar de los numerosos y obvios problemas que tenía el proyecto político, lo cierto es que valía la pena el esfuerzo, no solo porque tenía sentido, sino porque en ese momento era geopolíticamente necesario. Las amenazas de un nuevo intento de España por reconquistar sus antiguas colonias; la importancia estratégica de obtener el reconocimiento político de las principales monarquías europeas, como también de los Estados Unidos; la urgencia de conseguir recursos de los banqueros ingleses para financiar el ejército libertador, al igual que el desarrollo agrícola; eran todas razones válidas para organizar una sólida república como la consagrada en el texto de la Constitución de 1821.

Las amenazas de un nuevo intento de España por reconquistar sus antiguas colonias; la importancia estratégica de obtener el reconocimiento político de las principales monarquías europeas; la urgencia de conseguir recursos de los banqueros ingleses para financiar el ejército libertador, al igual que el desarrollo agrícola; eran todas razones válidas para organizar una sólida república como la Gran Colombia.

Y no hay duda de que los diversos escollos y obstáculos físicos, que se erigían para construir y poner en funcionamiento un estado con las características deseadas, eran verdaderamente formidables. Las distancias geográficas, las precarias vías de comunicación, la heterogeneidad de la población, la escasez de recursos económicos y humanos requeridos por un Estado de derecho, entre otros, eran factores que exigían una creatividad y una capacidad de trabajo excepcionales. Pero se podían vencer. Y con esa convicción Bolívar encargó a Santander poner en marcha lo que a todas luces era una quimera.

Con la extraordinaria capacidad de ejecución demostrada en la organización del ejército libertador, Santander, con veintinueve años a cuestas, se echó semejante tarea encima. Pero algo iba de organizar un ejército rebelde de 2.500 hombres a todo un estado republicano de las dimensiones de la Gran Colombia.

Muy a pesar de ello, y en medio de un enjambre de optimistas, pesimistas y escépticos, los primeros avances empezaron a verse, quizás porque aún se vivían los años de luna de miel del sueño, quizás porque las dificultades iniciales eran básicamente administrativas. Sin embargo, el principal problema por superar estaba latente: nadie se sentía grancolombiano, los ciudadanos contemplados en el artículo 4° de la constitución de 1821, seguían sintiéndose, antes que todo, venezolanos, granadinos y quiteños. Desprenderse un día para otro de esa condición era pedirles demasiado a quienes habían nacido y crecido con un cierto sentido de pertenencia, por muy precario que fuera, hacia su comunidad más cercana. Así empezaron a surgir los celos, los antagonismos, las animadversiones, las intrigas y las críticas. Lo de siempre, nuestra universal condición humana…la más difícil de gobernar.

El principal problema por superar estaba latente: nadie se sentía grancolombiano, los ciudadanos seguían sintiéndose, antes que todo, venezolanos, granadinos y quiteños. Desprenderse un día para otro de esa condición era pedirles demasiado a quienes habían nacido y crecido con un cierto sentido de pertenencia, por muy precario que fuera, hacia su comunidad más cercana.

Y entonces apareció el poderoso caballero, don dinero, el que —al decir de Quevedo— da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero. Llegaron los recursos de los empréstitos contratados en Londres y comenzaron los señalamientos, las acusaciones y las denuncias contra Santander y sus más cercanos colaboradores por la forma en que aquellos se invirtieron y administraron. Un círculo de venezolanos cercanos al comandante general del departamento del Magdalena, — que en aquel entonces comprendía la actual región Caribe— el general caraqueño Mariano Montilla, rompieron fuegos en Cartagena a mediados de 1825 contra el vicepresidente en las páginas de un periódico, La Gaceta de Cartagena. La respuesta no se hizo esperar, Santander y su propio círculo de amigos replicaron en Bogotá a través de las páginas de La Gaceta de Colombia.

La controversia inicial entre los venezolanos residentes en Cartagena y los amigos de Santander en Bogotá, en torno al manejo de los empréstitos, fue subiendo de tono y a extenderse a otros temas políticos, involucrando igualmente a nuevos actores en ambas ciudades, como también a otros periódicos. Pronto la disputa se fue haciendo cada vez más virulenta por medio de toda clase de panfletos cargados de insultos, injurias, amenazas y calumnias, se dijo incluso que el mismo Santander redactaba los artículos de La Gaceta de Colombia y otros impresos. Algunas medidas relacionadas con el ejército indispusieron a los militares, especialmente a muchos oficiales venezolanos que no hicieron sino ahondar la animosidad que de tiempo atrás venían sintiendo hacia aquel de quien decían monopolizaba el gobierno en Bogotá con una cuerda de abogados y comerciantes. Las discordias entre militares y civiles, entre venezolanos y granadinos, particularmente en Cartagena y Bogotá, se multiplicaron a través de la prensa.

El trecho hacia la consolidación de la Gran Colombia se fue llenando de espinas y con ello la preocupación de Bolívar por la suerte de su sueño, que se desvanecía al paso de los días. Consciente de que la figura de Montilla estaba generando una peligrosa polarización en Cartagena, el Libertador pensó en remplazarlo por el general, también caraqueño, Carlos Soublette, quien ya había ocupado el cargo de aquel, y se caracterizaba por su talante apacible y conciliador. Este, buen amigo de Montilla, no sentía mucho entusiasmo con la idea, pues quería regresar a su ciudad natal, además sabía del ambiente hostil que se respiraba en la heroica hacia los militares venezolanos.

¡Lástima! Es lo menos que se puede expresar al leer la siguiente carta que Soublette le envió a Montilla, porque el general nunca regresó a Cartagena y también dejó a Bogotá…

Bogotá, a 14 de diciembre de 1826*

Al Benemérito General de División, Mariano Montilla – Cartagena.

Mi querido Mariano:

He recibido tu muy concisa de 25 del pasado, y hoy seré yo también conciso, porque no hay tiempo, a causa de que se me ha hecho muy tarde.

Ya parece que los escritores de aquí han suavizado su lenguaje, pero no así los de esa plaza que van subiendo de punto y quién sabe hasta dónde llegarán; a pasiones oponemos pasiones, y el resultado debe ser pasiones sublimadas, lo mismo aquí que en todas partes, y por eso es que el Libertador nos encarga que contribuyamos a calmarlas, para que nos podamos entender, porque las injurias alejan. Nadie más bien que tú puede hacer cambiar el lenguaje de los papeles de Cartagena; que sostengan tus proyectos de reformas y mejoras, pero que no insulten, que es mal modo. He oído decir a un anciano observador, que nuestro mayor defecto está en que no sabemos sostener nuestra opinión sin pelear. Buena carga le dan a la Administración, y aunque tú me has dicho en una de tus anteriores que yo no estaba comprendido, me sucede lo que me sucedería si estuviese encerrado en una fortaleza por fuerza, y mis amigos me atacasen, que sin su voluntad también me caerían los tiros.

Adiós, señor Intendente y Comandante general, muchas reducciones se han decretado y algunas contribuciones; es de esperarse que de hoy minoren las urgencias y que U. no tenga tantos ahogos.

Adiós, hasta la semana entrante; soy siempre tu amigo,

Carlos.

El resto de la historia es tristemente conocida. La virulencia de las palabras, lejos de suavizarse, aumentó, y terminó dándole paso a los puñales y la sangre corrió…

Con la muerte de Bolívar, el 17 de diciembre de 1830, se desvaneció para siempre el sueño de la gloriosa República de Colombia. Ironías de la vida, ese mismo día once años atrás el Libertador la había proclamado en Angostura. Ese fue el tiempo del trecho que recorrimos hacia una amarga frustración.

*Memorias del General O’Leary, 32 volúmenes, Caracas 1879 – 1888, vol. VIII, p. 123.

Gustavo Bell Lemus

Historiador, abogado y político barranquillero. Se ha desempeñado en su carrera pública como Gobernador del Atlántico,Vicepresidente de Colombia y Embajador en Cuba durante los diálogos de paz con las FARC en La Habana.