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El filme estadounidense “Don’t Look Up” ha sido por varios días la producción más vista en Colombia en Netflix.

¿Qué harías si supieras que un meteorito va a destruir la Tierra en seis meses? “Don’t Look Up”, la nueva cinta del director Adam McKay, recrea con humor y crueldad la reacción de los humanos en un escenario catastrófico, lleno de confusión y mentiras, pero también de esperanza.

La película más comentada de fin de año plantea un escenario posible sobre nuestro acabose, pero antes que una sátira apocalíptica es una reflexión sobre dónde ponemos la atención hoy día. La respuesta que ensaya el largometraje estrenado en Nochebuena por Adam McKay: en los clics, la vida de las celebridades y en hablar de forma agradable y encantadora de lo que no lo es.

La astrónoma Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) descubre junto con su colega, el doctor Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), que un meteorito del tamaño del monte Everest va a chocar en 6 meses y 14 días contra la Tierra. Ambos científicos buscan anunciarlo para que el gobierno de Estados Unidos, encabezado por la presidenta Orlean (Meryl Streep), tome medidas urgentes con ayuda de la Nasa y la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria. Pero la preocupación inicial de tener entre manos un anuncio catastrófico deviene en una lucha personal del equipo científico a causa de la incredulidad, la negación y las burlas de la presidenta y de su hijo y jefe de gabinete, Jason Orlean (Jonah Hill).

No miren arriba es deudora de la pandemia en el sentido en que se aferra a temores surgidos con el coronavirus. En particular, pone el acento en el tiempo. Un lapso tan específico en el que ocurrirá un choque semejante al de mil millones de bombas de Hiroshima parece alarmante. Pero la agenda política, mediática o individual se impone sobre lo significativo del suceso. “Aguardar y analizar”, pide el gobierno, despreciando la evidencia científica como lo haría ante un virus. Y más tarde: no mirar arriba (#NoMirenArriba), para no distinguir en el cielo al “asesino de planetas”.

McKay, director de La gran apuesta (2015) y El vicepresidente (2018), se preocupa por mostrar las reacciones y consecuencias ante el inminente desastre. Kate se droga, su ex hiperventila en la calle (y la difama en un artículo), el doctor Randall se vuelve un juguete de la fama y del arribismo de la presentadora Brie Evantee (Cate Blanchett), la gente protesta en las calles, los multimillonarios aprovechan para enriquecerse más y la presidenta sólo atiende la emergencia cuando necesita sumar electores.

En la película las plataformas de internet también están para revelar lo que los medios o funcionarios ocultan, pero tejen redes eficaces de engaños, omiten o desvirtúan lo que es de interés público y monopolizan los temas. Es decir, controlan la conversación y la información. En ese ambiente prosperan los talk shows basura y el periodismo censurador, replegado al poder de turno o abrazado a la capacidad de difusión de las redes sociales, con sus mentiras, sed de historias, competitividad feroz y frivolización perversa de todos los temas.

 

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Póster del filme protagonizado por Leonardo DiCaprio, Jeniffer Lawrence y Meryl Streep.

La espera del fin del mundo es también la esperanza de que llegue o no llegue. De los intentos suicidas por destruir el meteorito pasamos al tedio del conteo, a los rituales de encuentro, los besos, las huidas o despedidas.

En un año en que palabras como “empatía”, “cuidado” y “resiliencia” se han repetido hasta bordear también su acabose, llama la atención que esta película suscite tantas reacciones en contra o a favor: todas esas palabras que nos suenan agradables han desviado o escondido en un velo de imprecisión o buenas formas asuntos en los que se juega la vida de millones de especies y ecosistemas, o han hecho imposible discusiones gracias al uso de un lenguaje aseado de todo lo que le suena extraño o mal.

“Son menos listos de lo que creemos”, dice la astrónoma cuando ha sido testigo del comportamiento de la Presidenta frente a la responsabilidad de actuar sobre un “evento de extinción”. Mientras tanto, marca el conteo de los últimos días con una app de dietas que no usa para otra cosa. Ella, como toda la comunidad científica, corre peligro de ser silenciada por revelar secretos de “seguridad nacional”, tal como sucedió con Li Wenliang, el médico que informó sobre el coronavirus y fue silenciado por la policía de China.

La espera del fin del mundo es también la esperanza de que llegue o no llegue. De los intentos suicidas por destruir el meteorito pasamos al tedio del conteo, a los rituales de encuentro (sin que en ellos domine el núcleo familiar tradicional), los besos, las huidas o despedidas. La película transita con eficacia por su cambiante escenario y hace cambiar la mirada del espectador. Por momentos se torna aburrida, tal vez se ríe demasiado de su propio chiste y el final –el que meten con los créditos– es en sí mismo un desastre. Pero mantiene el deseo de escrutar en los mecanismos de entretención y manipulación política, y ahonda siempre en la preocupación –o expectativa– de los protagonistas por el meteorito que nos va a extinguir.

Kirvin Larios

Es autor del libro de relatos Por eso yo me quedo en mi casa (2018). Ha publicado textos en El Espectador, El Tiempo, El Malpensante, Arcadia, Bacánika y en la Revista de la Universidad de México. Poemas suyos están incluidos en las antologías Nuevo sentimentario (2019), Como la flor. Voces de la poesía cuir colombiana contemporánea (2021) y en la revista Círculo de Poesía. Estuvo a cargo de la página cultural del diario El Heraldo.

 

 

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