A propósito del proteccionismo económico en Colombia, respuesta a una columna del economista José Antonio Ocampo publicada en “El Tiempo”.

En su columna de El Tiempo del 4 de septiembre de 2021, La apertura económica en perspectiva, José Antonio Ocampo concluye que es falsa la afirmación de que la economía está más protegida hoy que hace 30 años por tres razones: 1. En 2019 la relación entre importaciones y Producto Interno Bruto –PIB– (M/PIB) es más alta que en cualquier otro período de nuestra historia. 2. El arancel promedio es una octava parte de lo que era en 1990 (2.4 % vs. 23.4 %), y 3. Hay varios tratados de libre comercio que lo redujeron a cero.

Esta conclusión es errónea por los siguientes motivos: a) el nivel de protección no se mide por cuánto de la producción nacional se gasta en importar (M/PIB); b) otros factores distintos a la protección influyen sobre el crecimiento de las importaciones; por lo tanto, es analíticamente incorrecto atribuir el crecimiento importador a una caída en la protección cuando en estos 30 años muchas cosas que afectan las importaciones cambiaron; c) el arancel no es el único instrumento usado para proteger la producción doméstica; d) aunque las medidas no arancelarias busquen el bien común (salud animal, por ejemplo) ellas pueden aumentar la protección, compensando la caída de los aranceles, y e) el autor confunde el impacto económico de un acuerdo comercial con el de un tratado de libre comercio, especialmente cuando el país restringe las importaciones del resto del mundo (China, por ejemplo).

Ocampo se equivoca al usar el porcentaje del ingreso que se gasta en importaciones como forma de medir la protección o sus cambios. Los libros de texto de economía no proponen usar ese porcentaje para medir la protección, aunque conviene notar que el valor del comercio de importación y exportación como porcentaje del PIB se usa a menudo para saber cuánto comercia un país con el resto del mundo. Para saber si se protege la producción de un artículo se compara su precio doméstico con su precio en el mercado internacional después de deducir los costos de llevarlo del sitio de destino al sitio de origen, como se hace en el libro de Juan José Echavarría publicado por el Banco de la República: Comercio Exterior en Colombia: Política, Instituciones, costos y resultados. Otras técnicas que se usan para estimar los costos de comerciar y los niveles de protección son las ecuaciones de gravedad y el equivalente ad-valorem de las medidas no arancelarias; el último indicador se usó en algunos estudios que hizo el Banco Mundial para apoyar las negociaciones de Doha y en el libro sobre Comercio Exterior en Colombia.

 

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Foto: Kurt Cotoaga. Unsplash.

Un alto nivel de protección es compatible con un alto porcentaje del ingreso que se gasta en importaciones, y una protección baja lo es con un bajo porcentaje. Por ejemplo, Bélgica gasta un 85 % de su ingreso en importaciones y Estados Unidos un 15 %, mientras que la protección puede ser alta en Bélgica y baja en los Estados Unidos. Un estudio del Peterson Institute of International Economics Has Globalization Gone Far Enough? The Costs of Fragmented Markets | PIIE que examina los mercados de nueve países ricos muestra que en la década de los noventa los precios al productor fueron un 80 % más altos en Bélgica que en los del país con los más bajos precios, mientras que en los Estados Unidos los precios fueron 21 % más altos. El ejemplo acaba con la idea de que hay menos protección porque se gasta más en importaciones.

Es una realidad que Colombia gastó una mayor proporción de su ingreso en importaciones en 2019 que en 1990. Cuán rápido y cuánto más aumentaron esas importaciones varía según su evolución se mida a precios corrientes o constantes. A precios corrientes, el porcentaje del ingreso gastado en importaciones subió de 15 a 22 entre 1990 y 2019, y a precios constantes subió de 7 a 23. ¿Qué causó ese aumento? Muchas cosas que cambiaron durante esos 30 años: a) el ingreso del país subió, por aumentos en la población, el empleo y el capital físico; b) las necesidades de importación aumentaron porque la economía creció y hubo una revolución tecnológica en computadores y en comunicaciones (e.g., teléfonos inteligentes), productos que Colombia no produce y tiene que importar; c) la capacidad de importar aumentó por el auge de las exportaciones minero energéticas; y d) los costos de importar cayeron porque se acortaron las distancias, bajaron los costos de transporte interno e internacional, se revaluó el peso por el auge de los precios externos de los bienes minero energéticos y se abarataron los productos extranjeros. Cuando en 30 años cambiaron tantas cosas, es desacertado atribuir el mayor gasto en importaciones a una menor protección; es descabellado atribuirlo cuando la liberalización duró dos o tres años.

La columna asevera que no se cumplió la predicción de que la apertura generaría más desarrollo exportador, pero no se pregunta por qué fracasó la predicción ni sugiere razones que puedan explicar ese fracaso.

Que los aranceles hubieran caído y que varios acuerdos comerciales los hubieran reducido a cero entre sus socios no significa que se liberalizó el comercio. La caída fue más que compensada con la proliferación de medidas no arancelarias; aunque ellas busquen el bien común, pueden proteger la producción doméstica. Por ejemplo, si el INVIMA sólo permite importar vino con contenido alcohólico del 11 % o menos, está protegiendo la producción departamental de rones y aguardientes pues no se pueden importar vinos que compitan en su segmento. Si eso sucede cuando las medidas se toman con buenas intenciones, ¿cómo será cuando los intereses creados presionan para cerrar el mercado a la competencia externa?

La columna asevera que no se cumplió la predicción de que la apertura generaría más desarrollo exportador, pero no se pregunta por qué fracasó la predicción ni sugiere razones que puedan explicar ese fracaso. No obstante, sin hacerse preguntas pertinentes y sin diagnosticar la causa del fracaso, el autor se aventura a ofrecer soluciones para promover y diversificar las exportaciones. El libro que publicó el Banco de la República presenta una explicación clara y apoyada en cifras sobre por qué Colombia no exporta más y no diversifica sus exportaciones. La razón es el creciente y alto proteccionismo de los últimos 30 años que desestimuló las exportaciones de productos distintos de los básicos.

Con premisas falsas y conclusiones equivocadas Ocampo crea una realidad ilusoria. Ella les permite a los grupos más privilegiados del país preservar sus prebendas y las rentas provenientes de la protección a costa de impedir el progreso de los colombianos menos privilegiados y de las regiones más atrasadas del país. Debemos dudar del análisis y las recomendaciones que expone el escrito mencionado.

Jorge García García

Profesor de la Universidad de los Andes, Sub-jefe del Departamento Nacional de Planeación, Asesor de la Junta Monetaria, investigador IFPRI (Washington DC), y consultor para el Banco Mundial.

 

 

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