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Para Andrés Marthe González, Barranquilla y sus sonidos fueron claves en su educación auditiva.

Conoce la historia de vida de Milo Marthe, el ingeniero de sonido barranquillero que trabajó en el documental de J Balvin.

A nadie más parece haberle servido tanto crecer entre pregones de venta de aguacates, pitidos de carritos de peto, aviones pasando y serenatas de vecinos trasnochados como a Andrés Emilio Marthe González.

Milo, como lo conocen sus amigos, es un pelao barranquillero de 29 años que hace que las cosas suenen reales; o, más que reales, realmente cool como nos ha enseñado Hollywood a escucharlas. Si has visto recientes documentales de National Geographic o el último del reggaetonero J Balvin has escuchado su trabajo sin saberlo, porque su trabajo es el de un maestro ninja: está muy bien hecho cuando no se nota (aunque esté impostando toda la realidad).

Él convierte en lluvia el sonido del tocino friéndose, o el chorrear de toallas mojadas en sanguinarios tajos samurai. Es un mago del sonido, un hechicero de 1.66 metros de estatura que se formó comiendo chuzos desgranados por el cine Capri y ahora es parte clave del staff de un laboratorio de postproducción de audio en Nueva York. Mira aquí su perfil en IMDb

Dice que haber crecido en una ciudad tan bulliciosa y cargada de sonidos como Barranquilla le da un “plus” que lo distingue de otros editores de audio en Gigantic Studios.

Con apenas un par de años trabajando con ellos, ha sido sound effects editor de The Great Hack, de Netflix, que trata del escándalo de la venta de bases de datos de Facebook en las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Fue sound supervisor de The Vow, serie en HBO, y de la película filipino-estadounidense Yellow Rose, comprada por Sony Pictures. Milo estuvo a cargo de la ingeniería de sonido del reality Couple Therapy, para Showtime, y de una serie documental sobre las familias ligadas al ejército estadounidense que se puede ver en Netflix: Father, Soldier, Son. Su más reciente trabajo fue para The Boy From Medellín, el documental de J Balvin disponible en Amazon Prime.

Graduado del Colegio Alemán, Milo es descendiente de inmigrantes franceses. Su tatarabuelo, Jean Marie, era un panadero francés que llegó a Barranquilla y se casó con una boyacense. Uno de sus hijos, Manuel Andrés Marthe Carrasco, fue uno de los dos o tres barranquilleros que pelearon en la primera Guerra Mundial y las cartas que enviaba desde las trincheras fueron recopiladas en un libro.

La historia de Andrés Emilio también tiene su propia épica. Su cuento es el sonido y cómo influye en la narración de historias, pero ha tenido que pasar por mucho para dedicarse a eso que le apasiona. La clave parece haber sido concentrarse en su objetivo: perseguir el sonido de sus sueños y no prestarle atención a los ruidos.

 

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Póster de “The Boy From Medellín”, el documental de J Balvin en el que Milo trabajo como supervisor de sonido.

La lucha inicial

“Estudié música con énfasis en ingeniería de sonido en la Universidad del Bosque, en Bogotá. Descubrí que había todo un campo de trabajo para el ingeniero de sonido. Yo creía que las películas venían con su sonido así de la grabación de la cámara, y que sonaba bien, mágicamente. Me gradúo, trato de conseguir trabajo y no encuentro. Es un campo poco conocido en Colombia. Con un amigo empezamos a hacer una empresa de cero con todo lo que teníamos: Audesign Sound Solutions. Nos habíamos aburrido de enviar hojas de vida y no salía nada”.

El sueño fallido

“Con Audesign hicimos dos series en Telecaribe. Con otros ojos fue la primera; la primera vez que vi mi nombre en televisión. También hicimos el cortometraje Videl, que obtuvo más de 14 premios por todo el mundo. Tratábamos siempre de enfocarnos en Barranquilla. Tocamos puertas en todos lados; iba y me sentaba y vendía mi empresa. Soñaba con que la montáramos en Barranquilla, producir allá, donde hay gente que le gusta mucho el audiovisual… lo que pasa es que no están los recursos ni la infraestructura para que se arme un estudio de calidad grande. Bogotá ya lo tiene todo, pero en Barranquilla hay mucho talento y cosas por hacer”.

El sueño cumplido

“Siempre había soñado con estar en la industria del audiovisual en Estados Unidos. El cine me ha apasionado desde chiquitico. Lo veía como un sueño, pero no muy viable, porque acá una universidad privada vale un montón. Vi que Colfuturo era la única manera de conseguir un préstamo y había un convenio con Proimágenes para la gente que aplicaba a carreras vinculadas con la industria audiovisual. Condonaban hasta el 85 % de la beca. Mi mamá me decía: aplica, que la peor diligencia es la que no se hace. Cuando me la gané vendí todo lo que tenía en Bogotá”.

La entrada

“Cuando me gradué, apliqué a una OPT (Optional Practice Training). Te dan tres meses para buscar empleo. Ya no tenía ni un peso y me tocó irme a Massachusetts, donde vive mi tía. Una casa en medio del bosque, sin internet ni nada. Dependía de mis primos que me llevaban al pueblo para meterme de 9 de la mañana a 4 de la tarde en una biblioteca pública a mandar hojas de vida y tratar de conseguir empleo. Me salió una prueba en Gigantic Studios. La mandé y a las 3 horas me respondieron que me daban un puesto de practicante. Me preguntaron que si vivía acá y dije que sí, y puse la dirección de mi novia. Fui a Nueva York, tuve la entrevista y me dijeron: empieza el lunes. Me tocó devolverme a Massachusetts y traerme todas mis cosas en un bus para mudarme y empezar como practicante sin paga”.

Los tintos

“Me preguntaron cuántos días a la semana podía ir. Yo dije que los siete, porque no tenía más nada que hacer. Las tareas que me tocaban al principio eran barrer, aspirar, sacar la basura. Si llegaba un cliente, tenía que comprar el café, el almuerzo. La industria en Estados Unidos funciona así. Al asistente, al practicante, siempre le ponen esos trabajos por una razón. Si tú no puedes traer el café como te lo pidió el director, no vas a poder editar lo que el ingeniero te está pidiendo. Es un ritual de iniciación y así empezó la industria en los años 50”. 

El arranque

“Al mes y medio me preguntaron si quería hacer una película como freelancer, que si quería supervisarla yo. Me dieron la película Yellow Rose, que ganó como 14 o 15 premios. Me preguntaron cuánto cobraba. Yo dije, soy prácticante, ¡lo iba a hacer gratis! Así que recibí lo que tenían de presupuesto. Hice la película y me fue muy bien. Me dieron otro proyecto, The Longest Wave, la historia de Robby Naish, una leyenda del windsurf. Bacano, porque ajá, yo, barranquillero, imagínate editando el mar: una película de puras olas. Cuando estaba editando me dieron la noticia, querían que hiciera parte del equipo. Me ofrecieron el sponsor de la visa para que me pudiera quedar. Imagínate esa sensación después de haber vivido tres meses en Nueva York sin recibir un peso”. 

Lo que hace

“La postproducción del sonido consiste en añadir y limpiar todo el sonido que se ha grabado en la locación. Editamos los diálogos, los ambientes, los efectos de sonido. Le añadimos todo. Por eso las películas, los documentales, suenan tan ricos; escuchas los pasos, cuando ponen un vaso, si se meten en una cama escuchas las telas. Por eso escuchas explosiones o dragones volando. Nuestro trabajo es hacer que suene lo más natural posible. Necesitamos un oído muy crítico y los que trabajamos en esto somos artistas del sonido, así sea que estemos haciendo las cosas más sencillas como el sonido de unas manos sobre un cuerpo. Hay que encontrar la fuerza, la intención, el tamaño, tiene que sonar de acuerdo con la textura sobre lo que lo estás poniendo. Ya te podrás imaginar cuántos sonidos habrá en una película. Estoy hablando de 400 canales, y en cada canal muchos sonidos. Si tienes una escena de disparos, tienes que recrear todos esos disparos. Si hay carros, tienes que recrear los carros moviéndose. Y hay cosas que son difíciles porque no suenan así en la vida real”.

Y cómo lo hace

“Hay librerías de sonidos que la gente compra, o las puedes hacer con tus grabaciones de tu vida, de tu día a día. Tengo una grabadorcita de mano y grabo cosas. En mi día a día veo una puerta que me gusta, y la grabo, porque ese es mi vocabulario de puertas. Tengo muchos sonidos que he grabado, cosas de Barranquilla, ambientes de la plaza, de por mi casa, del balcón. El morro, las chicharras. Mi paleta de colores es todos los sonidos del mundo”.

“Barranquilla es una ciudad que suena. Y por eso, si trabajo una escena de una ciudad latinoamericana tengo un mayor aproximación de cómo voy a hacer que suene. Siempre relaciono cómo suenan las cosas en Barranquilla, es mi primer instinto. Tengo un mejor concepto sonoro viniendo de donde vengo”.

El Niño de Medellín

“Para mí esto fue un honor, ser sound supervisor de un documental de un músico colombiano de ese calibre como J Balvin. Este es el primer proyecto colombiano que hago en los Estados Unidos. Y fue algo que hice a distancia; tuve que recurrir a mis grabaciones de antes, e hice mi propia librería para poder orquestar y sonorizar El Niño de Medellín. Usé muchos sonidos de Barranquilla, ambientes, carros, buses pasando, motos; usé un vendedor de peto que había grabado cuando vivía en Bogotá, de mazamorra. Lo puse por ahí”.

La ciudad y el futuro

“Barranquilla es una ciudad que suena. Y por eso, si trabajo una escena de una ciudad latinoamericana tengo un mayor aproximación de cómo voy a hacer que suene. Siempre relaciono cómo suenan las cosas en Barranquilla, es mi primer instinto. Tengo un mejor concepto sonoro viniendo de donde vengo. Una ciudad escandalosa, donde pasa el vendedor de peto. Son paletas e ideas sonoras que a mí me multiplican. Si yo tengo una imagen de Ciudad de México, o Puebla, yo sé que puedo poner a un tipo vendiendo paleta. Solo tengo que encontrar cómo sonaría en México. Eso aplica en muchísimas cosas. Un ejemplo que miro es el de Roma (de Alfonso Cuarón). Es una película de Hollywood que conserva la pureza latinoamericana de cómo suena una ciudad. En medio de una escena ponen un avión pasando, porque a eso estamos acostumbrados nosotros. Es algo a lo que yo le apunto algún día: hacer una película colombiana que suene al nivel de Hollywood, pero conservando esa esencia colombiana. Y qué mejor que fuese de nuestro Caribe”.

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“Describe tu aldea y serás universal”, es una frase de Tolstoi que viene a la mente escuchando a Milo. En él se evidencia esa fijación con su lugar de origen, esa intención reiterada de enfocarse hacia su ciudad y meter a Barranquilla por delante —aunque no haya sido una tierra tan fértil para su talento.

La historia de vida de Milo Marthe es igual a la de otros nacidos en este Caribe que andan por el mundo desplegando su talento sin bulla, pasando casi desapercibidos en la órbita local aunque estén rompiendo la estratósfera a nivel global mientras hacen su propio relato de identidad regional.

A él le basta con seguir haciendo películas y de pronto ganar un Emmy. Es su siguiente meta. Entre tanto, viene cada vez que puede a sintonizarse con un chuzo desgranado y a capturar en modo ninja, con grabadora en mano, sin que nadie sepa en qué lugar del mundo terminarán resonando los ruidos barranquilleros.

Milo la tiene clara. Lo importante es que te sepas bien tu canción y que la sigas a tu propio ritmo.

Ivan Bernal Marín

Editor y periodista barranquillero. Sus reportajes han sido publicados en revistas como El Malpensante, Semana, Dinero, SoHo y Pacifista; y en la revista cultural cubana El Caimán Barbudo, la revista estadounidense Plough, y el portal argentino Infobae. Es magíster en periodismo de la Universidad del Rosario y especialista en Filosofía Contemporánea de la Universidad del Norte. Trabaja como consultor de comunicaciones para la firma internacional FTI Consulting.

 

 

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