Si damos un vistazo a la nueva imagen de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales de Colombia (DIAN) observamos que en su logo se pone de relieve la frase “Por una Colombia más honesta”.

A mi modo de ver, si se tiene una visión moral del mundo, estas palabras no deberían ser entendidas por sus destinatarios como el eslogan que acompaña el logo de una marca, sino como un principio moral pleno de significado que debería ser parte de nuestra praxis de vida.

Seguramente, nos es más fácil entender el planteamiento anterior, cuando contemplamos cómo la sociedad censura de forma categórica algunos acontecimientos, sucesos y acciones sociales negativas que se orientan, primordialmente, a socavar el orden, la justicia y el progreso social.

Me refiero a hechos escandalosos como el carrusel de la contratación en Bogotá, Interbolsa u Odebrecht que están vinculados a prácticas sociales deshonestas en las que los implicados se valen de mentiras, engaños, sobornos, trampas, fraudes, encubrimientos, manipulaciones, estafas o hurtos para lograr los fines ocultos que se han propuesto.

 

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Anika Huizinga: Unsplash.

Nuestra sociedad tiene el gran desafío de hacer de la honestidad un principio axiológico básico colectivo y una virtud ciudadana. En otras palabras, tenemos la tarea de estimular y fomentar la honestidad dentro del sistema de valores sociales y personales para que los ciudadanos puedan darle un trato ético adecuado a los problemas morales cotidianos.

Estas conductas deleznables afectan a la sociedad en su conjunto. Porque sabemos que cuando los ciudadanos no son capaces de practicar la honestidad terminan afectándose a sí mismos, destruyen la confianza mutua y producen daños enormes en la convivencia y el desarrollo social.

Parafraseando a Unamuno “no es el error, sino la deshonestidad, la que mata el alma”.

Por el contrario, cuando los miembros de una comunidad practican la virtud de la honestidad en su vida cotidiana son capaces de respetar y decir la verdad; son transparentes, auténticos e íntegros y actúan con rectitud, honradez y justicia. Lo que los hace merecedores de respeto, credibilidad y confianza.

Por eso, nuestra sociedad tiene el gran desafío de hacer de la honestidad un principio axiológico básico colectivo y una virtud ciudadana. En otras palabras, tenemos la tarea de estimular y fomentar la honestidad dentro del sistema de valores sociales y personales para que los ciudadanos puedan darle un trato ético adecuado a los problemas morales cotidianos.

Para poder tener una sociedad más honesta es necesario que las personas sean socializadas de un modo más adecuado, para que puedan tener la capacidad de orientarse por razones morales en orden a las virtudes ciudadanas que les son habituales. Y en este proceso de socialización juega un papel central el aprendizaje moral, en una perspectiva de formación a lo largo de la vida.

Un primer paso en esa dirección es fomentar intencionalmente la educación moral en la familia y la vida escolar. Lo que implica acompañar muy de cerca al aprendiz para que pueda adquirir los valores y virtudes morales necesarias para conducir bien su vida y formar adecuadamente su carácter.

Desde luego, es muy difícil poner en práctica de forma exacta y en sentido amplio el discurso moral de la honestidad. Pero debemos admitir que los seres humanos pueden dejar de ser lo que son y transformarse. Y que la conciencia nos señala a cada momento que hemos podido haber hecho más y actuado mejor.

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Julio Antonio Martín Gallego

Magíster en Educación, Especialista en Filosofía contemporánea e Ingeniero mecánico de la Universidad del Norte. Investigador y consultor especializado en procesos de cambio educativo y aprendizaje organizacional.

 

 

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