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Rigo: franqueza en pasta.

La búsqueda de gobernantes en Colombia capaces de ejercer la autocrítica, casi una odisea.

La crítica, autocrítica, el respeto al disenso, la humildad, y la evaluación con indicadores precisos, son elementos fundamentales para resolver problemas y alcanzar metas, tanto en el ámbito privado como, especialmente, en el ejercicio democrático de lo público en el que la gente escoge a quienes habrán de representarla para que actúen en defensa de sus intereses y les ayuden a hacer la vida más amable –sabrosa, dirían ahora.

“Ustedes (los periodistas) vinieron al Tour, pero creo que perdieron el tiempo porque no hicimos nada. Me califico con cero, no cumplí el presupuesto.” Con estas palabras y su natural desparpajo el ciclista colombiano Rigoberto Urán nos dio un ejemplo de humildad y autocrítica. Sabemos de sus grandes logros y fácilmente hubiera podido salir con las consabidas excusas: que las caídas, ¡que la bicicleta, que no tenía equipo, que tal y que cual… pero no!, no lo hizo. En medio del dolor de la derrota, reconoció con franqueza y sentido crítico que hizo un mal Tour por su propia responsabilidad. Rigo está en la élite mundial no sólo porque actúa en un mercado competido, sino porque reconoce sin mentiras ni excusas sus errores y sus fracasos. El ejemplo de Rigo debería servirnos a todos, en particular a nuestros gobernantes y funcionarios.

Hoy se ha vuelto costumbre que estos, con cierta dosis de arrogancia y sin pudor, escondan los problemas y su mala gestión con eufemismos, medias verdades y excusas pueriles, pero nunca o casi nunca hacen el ejercicio humilde y sincero de reconocer sus errores y admitir fracasos a los que todos estamos expuestos. Deberían saber que la gente valora ante todo la verdad y se percata de las engañifas y mentiras de sus dirigentes. No se dan cuenta de que llamar las cosas por su nombre los hace valientes y les permite mejorar.

Reconocer los problemas es el primer paso para resolverlos. La gente acepta las equivocaciones (¡somos humanos!), valora la franqueza, al tiempo que repudia los engaños y las excusas. Vemos con frecuencia cifras maquilladas, publirreportajes, medios complacientes, negación de hechos y hasta el acallamiento del que se atreva a criticar. “De qué me hablas viejo”, le contestó el expresidente Duque a un periodista cuando le preguntó sobre la muerte de ocho menores de edad en medio de un bombardeo de la Fuerza Aérea en el Caquetá. Hace poco un funcionario del Inpec, para explicar la fuga del temible jefe de Los Pelusos de La Picota, dijo que como era muy flaco se había escurrido por un estrecho espacio de su celda. Muchos gobernantes cuestionan las encuestas cuando les son adversas, pero se ufanan cuando las mismas les resultan favorables. Justificar las altas tasas de homicidios diciendo que son ajustes de cuentas entre bandidos es la más manida excusa de las fuerzas del orden para no reconocer que el problema es que matan gente, que es lo que ellos deben impedir. O insinuar que hay más atracos y más robos porque hay más prosperidad.

La gente valora ante todo la verdad y se percata de las engañifas y mentiras de sus dirigentes.

El tema no es solo de arrogancia, lo que muestran muchos dirigentes hoy es una ausencia total de autocrítica. En una empresa se reconocen los malos resultados y los objetivos que no se cumplen. Se cambian estrategias y estructuras hasta que se logran los propósitos. En nuestros gobiernos, aún frente a la evidencia de frías y objetivas cifras de un mal desempeño, los resultados se niegan. Solo los muestran cuando le son favorables, o cuando pueden disfrazarlos. Los errores se tapan con publirreportajes que ponderan obras y niegan realidades. Investigaciones disponibles revelan que Presidencia, Alcaldías y Gobernaciones gastan miles de millones de pesos en publicidad, no precisamente en educación vial. Se han establecido cuestionables mecanismos para acallar críticas y sobre ponderar logros o programas.

No se dan cuenta que el no reconocer los problemas y acoger la libertad de crítica es la principal razón para que estos no se resuelvan. Es como el alcohólico que cree que su afición por la bebida es normal y se resiste a iniciar un tratamiento. Jamás se recuperará, sino que por el contrario caerá más profundo.

A la ausencia de humildad y autocrítica se suma el rechazo a quienes cuestionan o simplemente preguntan. Hemos llegado al punto que ya sea un contradictor político, un dirigente gremial, un periodista o un ciudadano común, se les desconoce y discrimina solo por hacer preguntas incómodas, que suelen ser las más necesarias. Se pretende que haya una sola verdad y es la del gobernante. Este, lo señalan varios autores y columnistas con persistencia, es uno de los riesgos que tienen los sistemas democráticos de hoy.

No puede ser que al que critica y disienta se le persiga, se le discrimine, y hasta se le hagan perfilamientos. Rodearse de turiferarios y comités de aplausos y alabanzas es un camino seguro para la mediocridad. Se les olvida que los éxitos relativos de Colombia por varias décadas han estado enmarcados en juiciosos estudios y documentados debates sobre cifras analizadas por entidades técnicas e independientes.

Angela Merkel, canciller de Alemania por 16 años, solía decir que le parecía un desafío muy positivo estar con personas que veían las cosas de una manera diferente. Winston Churchill, cuando le ponderaban su coraje, replicaba que coraje era sentarse y escuchar. “En el curso de mi vida me he tenido que comer mis palabras, pero reconozco que es una dieta sana”, “Incluso los tontos tienen la razón a veces”. Frases que quedaron para la historia que hoy pondera a ambos por su habilidad para superar situaciones muy difíciles.

Que recuerden nuestros gobernantes que la democracia los obliga a escuchar la crítica y el control de sociedades cada vez más empoderadas. También que el diálogo y la búsqueda de consensos es mejor que la confrontación. Colombia está llena de ejemplos en que la exclusión, la arrogancia y la intolerancia nos llevaron a la violencia.

Aprendamos de Rigo que con su sonrisa sincera reconoce su fracaso, pero que sabe que darse duro es indispensable para mejorar.

Arnold Gómez Mendoza

Empresario, PhD en Economía de New York University, profesor de la Universidad del Norte.