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Manuel Sánchez, director del Festival El Caribe cuenta. Foto: Semanario Universidad.

Detrás de El Caribe Cuenta, festival de cuenteros que en Barranquilla llegó a su edición número 26, se encuentra un teatrero artifice de un espacio creativo que mantiene viva la llama de la narración oral. 

La ponchera de plástico de color níspero está llena de aguacates. Son las 9 de la mañana y el vendedor del fruto traído de los Montes de María calza unas chancletas desgastadas y luce una camisilla grisácea. Lo que alguna vez fue un jean, ahora es bermuda. 

Manuel Sánchez García lo reconoce por su alarido. “Aguacate”, grita el hombre. El verdor de su producto contrasta con la superficie de su ponchera. La sombra que dan los árboles cubre la terraza de Luneta 50 y refugia del sol al informal comerciante.

En el interior de Luneta 50 se realiza una rueda de prensa. El Caribe Cuenta ha llegado este 2023 a su edición número 26 y un grupo de periodistas toma apuntes de lo que allí se anuncia. Cuenteros, organizadores, escritores y patrocinadores atrapan la atención de los colegas de los medios de comunicación. Mientras, un generoso desayuno con empanadas, deditos, frutas y café les espera en la cocina de la casa.

Treinta años atrás Manuel estudiaba psicología en Bogotá y comenzaba a relacionarse con el teatro. Zoila Sotomayor, su parcera de las artes y la vida, quería ser periodista. Allí se empezaron a cultivar los molinos de viento que hoy impulsan su festival de cuenteros.

“Nos reencontramos en Barranquilla y después de varios años haciendo teatro hicimos conciencia de una experiencia que cada uno vivía por su lado en Bogotá: escuchar cuentos. Eso no pasaba en la ciudad y no pasaba en el Caribe, o no había, o estaban escondidas las personas que se dedicaran a contar cuentos como oficio”, recuerda Manuel.

Así surgió el primer Festival Regional de cuentos, tomado hoy como punta de lanza histórica del Caribe Cuenta. Para esa época, finales de los años 90, Luneta 50 se encontraba ubicada cerca de la Iglesia El Carmen. Hoy está en el barrio Bellavista, en la carrera 63 con calle 58.

Patricio Estrella, William Morón – homenajeado en este 2023–, Leonardo Aldana, Iván Torres, Fernando Cárdenas y por supuesto, Manuel, hicieron parte de esa primera nómina de cuenteros.

Más aguacates

“Aguacate, aguacatízate, aaaagua”, pasa pregonando otro vendedor del producto, compañía infaltable al mediodía de sancochos y sopas en nuestro Caribe.

Manuel mira de reojo, como queriendo asegurar su aguacate del almuerzo. Al final prefiere seguir en la entrevista. Adentro de Luneta, la rueda de prensa continúa.

“Esa sede del barrio el Carmen me trae muy buenos recuerdos”, dice Manuel mientras pasa su mano derecha por su cabellera blanca.

Allí, en esa casa, creó con Zoila El Salón Rockero, donde sonaban guitarras, bajos y baterías el viernes antes del sábado de Carnaval. A medianoche, él y los demás admiradores del género más rebelde y seguido en la historia de la música contemporánea, se lanzaban a la rueda de cumbia del barrio El Carmen. La flauta de millo y la tambora complementaban una noche de guitarras distorsionadas. 

También en ese lugar desarrollaron junto a Walter Hernández (integrante del colectivo musical Systema Solar) lo que se conoció como RapQuilla, rampa de los jóvenes en la ciudad que con hip hop narraban lo que sucedía en las esquinas de sus barrios. 

Si bien Manuel y Zoila se sentían atraídos por el rock y el rap, al final decidieron quedarse con el festival de cuentos porque ahí no eran simples organizadores y espectadores, sino “ejecutantes”. Él, desde su dominio del escenario contando historias para niños, y Zoila, como devoradora de literatura y directora ejecutiva.

“Como artista escénico uno quiere estar en comunicación con el público y la narración oral es un vehículo bacano, práctico, te resuelve eso si tienes una pasión y una necesidad de estar en escena. No necesitas aparatajes, no tienes que estar concitando con otros colegas para hacer un montaje, eres solo tú. Además, cumples la función, el sueño, el anhelo de formar un público, de llevar un mensaje, de comunicarte”, reflexiona Manuel.

Ese sueño narrado, llamado El Caribe Cuenta, concluyó el pasado sábado 2 de septiembre en una versión que contó con la presencia de cuenteros de España, México, Cuba, Argentina, Venezuela y Colombia.

Si bien Manuel y Zoila se sentían atraídos por el rock y el rap, al final decidieron quedarse con el festival de cuentos. Ahí no eran simples organizadores, sino ‘ejecutantes’. Él, desde su dominio del escenario contando historias para niños, y Zoila, como devoradora de literatura y directora ejecutiva.

“Esta es la historia de la canasta y con eso basta que basta”

En la ponchera color níspero han mermado los aguacates. Su vendedor suda copiosamente y el pregón con que ofrece su producto ha subido de volumen: “Aguacaaateeee”.

Manuel vuelve a mirarlo de reojo. Juancho Jaramillo, aliado del evento y director de la Corporación Luis Eduardo Nieto Arteta, se despide corriendo. La rueda de prensa terminó y los periodistas disfrutan del ágape mañanero.

A la conversación se ha unido Hugo Sánchez, no el goleador mexicano, sino el hermano mayor de Manuel, de quien este destaca su don natural para echar cuentos.

“Él llega a un consultorio médico, y después de 15 minutos la gente lo está escuchando. Lo mismo le pasa en un taller, restaurante o tienda, siempre cuenta lo que le ha pasado. Yo no tengo esa gracia, lo mío es aprendido por haber hecho teatro. Uno gana una maña, lo que llaman presencia escénica. Mi papá contaba cuentos en la mesa, echaba chistes, hacía juegos de retahílas por el solo gusto de decir una palabra tras otra, solo por la gracia del sonido de las palabras”, dice Manuel, que en segundos tiene a un público cautivo a su alrededor, entre ellos al   vendedor de aguacates que lo observa desde el bordillo del Caribe Cuenta.

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Alejandro Rosales

Magister en periodismo de la Universidad del Norte. Ex editor de cultura del diario El Heraldo.