Margarita Garcia

Imagen: tudn.com

Maradona consideraba su mejor gol uno anotado en 1980 en un partido amistoso contra el Deportivo Pereira y en el que el modesto equipo colombiano resultaría ganador. Breve relato de un gol salido de la imaginación del genio argentino.

Se discute muchas veces cuál fue el mejor gol de Maradona, que si el segundo contra Inglaterra en el Mundial de México 1986 o aquel contra Grecia en el Mundial de Estados Unidos 1994, que si uno imposible a la Juventus u otro magistral con el Nápoles, que si cierta joya con el Barcelona o una con el Boca. Pero siempre que le preguntaban a él, afirmaba que su mejor gol fue en Colombia, en un anónimo partido amistoso de 1980, que quedó muy mal registrado en un video de la época y estuvo perdido durante más de treinta años. Lo hizo contra un modesto Deportivo Pereira, que ni siquiera había ganado un campeonato nacional. El gol de Maradona fue similar a la famosa jugada del Mundial de 1986 en el partido de cuartos de final contra los ingleses, pues también se regateó a más de medio equipo desde la mitad de la cancha.

Cualquiera diría que el del 86 tiene más mérito e importancia y, de hecho, suele considerarse el mejor gol del siglo, pero este no habría existido sin el ensayo magnífico de su predecesor. El segundo salió del bolsillo del primero. El gol contra Pereira, en cambio, solo pudo haber salido de su imaginación.

Seguramente los jugadores del Pereira eran conscientes de que estaban jugando contra el mejor jugador del mundo y, para rematar, contra su mejor versión. Sabían que nunca encontrarían una mejor forma de probarse a sí mismos ni de estar a la altura de sus sueños y ficciones. En ese partido, Maradona metió otros dos goles, pero ni siquiera la suma de esas tres anotaciones fueron suficientes para ganarle a un aguerrido Deportivo Pereira que debió estar más inspirado que el mismo Maradona como para ganarle en estado de gracia. Y Maradona también debió darse cuenta de que sus rivales lo estaban dejando todo en la cancha: la oportunidad de sus vidas.

 

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Maradona driblea a media plantilla del Deportivo Pereira en 1980 y anota a favor de Argentinos Juniors. Su gol se considera predecesor del anotado contra Inglaterra en el Mundial de México 1986. Foto: Espn.

Aun así, perdiendo ese partido, Maradona siguió considerando aquel gol el mejor de su existencia. Y eso no puede significar otra cosa que los goles están por encima de los partidos y los campeonatos, por encima incluso de un Mundial. Los goles suceden fuera del tiempo y el espacio, por eso la vida de un jugador se ordena alrededor de esos momentos trascendentes, igual que cada ser humano organiza su historia personal alrededor de los momentos más significativos de su existencia, por más modestos que les parezcan a otros.

Ese gol tuvo también una importancia decisiva y curiosa en la vida de mi padre. También para él fue un momento irrepetible y lleno de significación. Él nunca se apropió de esa victoria contra Maradona, pero yo sabía que había sido el preparador físico del Deportivo Pereira en 1975, el año de mi nacimiento. Y estuvo encargado de las divisiones inferiores y las promociones de nuevos jugadores que extraía directamente de la cantera. Mi padre no estaba ya cuando Pereira jugó contra Argentinos Juniors, pero seleccionó y entrenó una plantilla de jugadores jóvenes y autóctonos que dejarían huella en el fútbol colombiano y serían la base para el equipo de los años 80, el más recordado en la historia del club.

En ese partido, Maradona metió otros dos goles, pero ni siquiera la suma de esas tres anotaciones fueron suficientes para ganarle a un aguerrido Deportivo Pereira que debió estar más inspirado que el mismo Maradona como para ganarle en estado de gracia.

Aunque mi padre no estaba en la cancha ni cerca de ella cuando algunos de sus pupilos jugaron contra Argentinos Juniors, debió sentir que también estaba en el campo enfrentándose a Maradona y midiéndose con el mejor. Hay que imaginárselo como un lector: el “Canario” Brito, con la radio en la oreja, de la mano del narrador, imaginando el momento en que el “Chiqui” Aguirre, uno de los jugadores que él mismo alumbró, metía el primer gol del Pereira y abría el camino para remontar los goles de Maradona. Igual que cuando uno está leyendo una novela y reparte su alma entre los personajes, mi padre no había necesitado descender al campo ni patear el balón para acompañar a su equipo y vivir la emoción desde adentro.

Otro momento en que relaciono a Maradona con mi papá fue el famoso entrenamiento con el Nápoles antes de jugar contra el Bayern el 19 de abril de 1989, durante las semifinales de la copa UEFA. Yo tenía 13 años y estaba en casa de mi abuela, rodeado de tíos y primos, mi padre sentado a mi derecha sobándome el cabello, como si yo también fuese a jugar y me estuviera dando su bendición como entrenador, su bendición para toda la vida, pues el juego apenas comenzaba.

Al fondo, se escuchaba la canción Live is life de la banda austriaca Opus. Sin dejar de calentar, con los cordones desamarrados, Maradona comenzó a bailar y a jugar con la pelota, y millones de espectadores comenzamos a bailar y a jugar con él como si estuviéramos, no solo en el mismo Estadio Olímpico de Múnich, sino también en los mismos arenales de su niñez. “Cuando todos ponemos nuestra fuerza –dice la canción en inglés– todos damos lo mejor que tenemos / cada minuto de una hora / no pienses en el resto”.

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Portada del libro “Planeta Diego, 16 miradas a un ícono”, publicado por Editorial Planeta México.

Muchos años después, frente al video de Youtube, él mismo decía: “Lo veo y me hace recordar los entretiempos de Argentino Juniors, cuando éramos cebollitas”. Cebollitas era el equipo de benjamines en el que Maradona comenzó jugar en el Estadio Único de La Plata que hoy lleva su nombre. Durante el entrenamiento en Múnich, elevó el balón ciento un veces sin dejarlo caer una sola vez. ¡Ciento un veces, como un preámbulo del infinito! Le pegaba con el pie, con la cabeza, con los hombros, con las rodillas, con el alma. Era como si estuviera acompañando la canción de Opus con un instrumento nuevo: una suerte de timbales divinos, y con ellos nos hiciera escuchar una música celestial más allá de la vida: Live is life.

Varias veces el balón se quedaba pegado a su cabeza como si fuera un imán o como si su imaginación fuese la fuente misma de la pelota, y nosotros, su público, otra elaboración de ella. O como si el balón tuviera alma y fuese el alma gemela de Maradona. ¡Ciento un veces, carajo! Yo las conté, aún las tengo en la memoria; si no me creen, cuéntenlas ustedes mismos. A veces la vida, como el fútbol y la literatura, es elevar la vista y no devolverla al suelo.

* Fragmento del texto “Un preámbulo del infinito”, perteneciente al libro Planeta Diego, 16 miradas a un ícono, editor Pablo Brescia (Editorial Planeta México, 2022) 

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Paul Brito

Escritor barranquillero. Su libro Restos orgánicos de un mundo anterior fue publicado por editorial Seix Barral (Planeta).

 

 

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