Margarita Garcia

Un pequeño auto es arrastrado por el poder de un arroyo en Barranquilla. Aunque la canalización de varios de estos inesperados ríos urbanos es ya una realidad, queda por preguntarse si existen alternativas al oneroso modelo que conllevan este tipo de obras. Foto: El Tiempo.

Para encarar el problema de los arroyos en Barranquilla no bastan kilómetros de concreto. ¿Llegó la hora de una visión distinta a la ‘contratitis’ para solucionar esta vieja amenaza?

Los arroyos barranquilleros, esas crecientes de agua repentinas que han amenazado durante años la vida y bienes de los ciudadanos, son un viejo problema del que dan cuenta las más antiguas crónicas locales y que se ha discutido y analizado hasta el cansancio. Las causas que suelen mencionarse para que estos flujos súbitos de aguas pluviales sean una amenaza incluyen la ausencia de un sistema de alcantarillado pluvial en gran parte del área urbana, la disminución creciente de zonas permeables causada por la manera en que se ha consolidado el espacio urbano local y las altas pendientes en algunas vías que dotan de velocidades muy altas a las aguas que fluyen en creciente súbita.

En los últimos años resolver el problema de los arroyos ha sido un reto colectivo de gran envergadura al que las administraciones municipales han asignado recursos públicos por más de 1 billón de pesos, concretados en unos 66 kilómetros de obras civiles que incluyen canalizaciones subterráneas tipo box-culvert y canales al aire libre.

Afirman las autoridades que ahora: “Podemos transitar de manera tranquila y segura por muchos sitios de Barranquilla. Todas estas obras han reducido a cero las muertes que producían estos arroyos”. Los resultados de las canalizaciones realizadas son patentes: se ha mejorado la calidad de vida de los barranquilleros mitigando el riesgo de cuantiosas pérdidas materiales y de vidas humanas.

No sobra, sin embargo, plantearse algunas preguntas relacionadas con la sostenibilidad y pertinencia de un programa de gobierno intensivo en contratación pública de obras civiles, pues las tres causas-raíz anotadas como diagnóstico del problema de los arroyos sugieren estrategias de mayor alcance: construir un sistema de alcantarillado pluvial con 100 % de cobertura espacial, planeación adecuada de la ocupación del espacio urbano y mitigar el riesgo de crecientes súbitas.

  • ¿Es la contratación masiva de obras civiles en una ciudad cuyos programas sectoriales de gobierno compiten por recursos la única solución válida al problema de los arroyos?
  • ¿La mitigación del riesgo de pérdida de vidas humanas se consigue únicamente construyendo box-culverts y canales al aire libre?

Hay más. Las últimas crecidas del Arroyo León ilustran el impacto ambiental sobre zonas de humedales que tienen tanto las conurbaciones mal planificadas como la deforestación de zonas de reserva ambiental, los fenómenos climáticos extremos y las aprobaciones de usos del suelo dadas por instancias gubernamentales sin suficiente experticia técnica. Preguntas:

  • ¿La ejecución de canalizaciones billonarias bajo un modelo como el que se ha priorizado hasta ahora en Barranquilla será suficiente para mitigar el impacto ambiental de las crecidas estacionales de cursos de agua metropolitanos como el Arroyo León?
  • ¿Inversiones billonarias en concreto puro en los cursos de agua pluviales que desembocan en las cuencas del Arroyo León y de la Ciénaga de Mallorquín preservarán el patrimonio público que constituyen los humedales en peligro?

Las cuatro preguntas anteriores podrían simplificarse y resumirse en una sola cuestión:

  • ¿Hay alternativas o complementos a la ‘contratitis’ vigente para la solución integral de las causas-raíz del problema de los arroyos?

La crisis de noviembre ocasionada por la temporada invernal de 2022 en Barranquilla, Puerto Colombia y otros municipios no tendría que haber sorprendido a las autoridades locales. Un chequeo oportuno de la gráfica de precipitaciones entre 1985 y 2019 muestra picos estacionales luego de mínimos históricos: los ciclos de La Niña y El Niño son bien conocidos.

 

La preservación de la vida y bienes de los ciudadanos incluyendo su patrimonio colectivo exige planear e implementar sistemas de alertas tempranas para prevenir de los arroyos a los ciudadanos.

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Salvados del arroyo: un civil y dos policías hacen una cadena humana para evitar que una mujer sea devorada por el arroyo.

Surge entonces una última pregunta.

  • ¿Tienen los gobiernos locales un cabal entendimiento de los ciclos extremos en los fenómenos climáticos, esto es, una visión más allá del corto plazo?

Para encarar el problema de los arroyos en Barranquilla no bastan kilómetros de concreto, asunto de enorme agrado para los gremios de constructores y que registra muy bien en las primeras planas noticiosas en tiempo de inauguraciones. Tampoco basta apelar a las alertas del IDEAM pues los arroyos fluyen en microcuencas.

Hace siglos, cuando las ciudades no tenían sistemas de disposición de aguas servidas, el grito “¡Aguas Van!” era elemento fundamental de un sistema social de alertas tempranas locales que advertían al transeúnte sobre un baño inminente en aguas negras, sustancias que aunque naturales resultaban incómodas, malolientes e incluso perjudiciales para la integridad física, no muy diferentes a las aguas contaminadas que llegan hoy al Lago del Cisne y a Mallorquín a través del Arroyo León. El grito funcionó bien durante muchos años pero un día hubo de mejorarse.

La preservación de la vida y bienes de los ciudadanos incluyendo su patrimonio colectivo exige planear e implementar sistemas de alertas tempranas. Se necesita construir y calibrar modelos de los flujos locales basados en información hidrológica de microcuencas, estudiar condiciones de drenaje, regular el uso del suelo, construir una red muy amplia de captura de datos de precipitación a efectos de incluir toda la cuenca metropolitana y usar información satelital, entre muchas otras averiguaciones e insumos básicos para formular modelos de escorrentía. Y se necesita informar con tiempo a los ciudadanos acerca de las aguas que van.

En Barranquilla un sistema de alertas tempranas podría salvar vidas y contribuir a disfrutar sin angustias del espacio urbano y de las áreas de protección ambiental. Su costo sería una pequeña fracción de la cifra billonaria exigida por el modelo de obras en puro concreto hoy vigente. Pero tal vez su inauguración no luzca con brillo en una primera página.

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Eduardo de la Hoz

Ingeniero y animador de lectura, es colaborador habitual de Contexto.

 

 

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